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La trágica desaparición forzada de la familia Guzmán Cruz

24 de julio de 2024 00:02

La desaparición forzada de cinco integrantes de la familia Guzmán Cruz, originaria de Tarejero, Michoacán, se conoce muy poco en la historia reciente de México. Los miembros de este tronco familiar pertenecen a esa comunidad indígena purépecha cuyo proceso histórico ancestral nos remite a una relación conflictiva en términos desiguales con las haciendas en el periodo postrer del porfiriato. Además, su historia está cargada de factores de carácter ambiental al dejar ver las tensiones por los terratenientes y la irrupción de la explotación capitalista de las tierras y los recursos hídricos contra el orden social indígena de ésta y otras localidades y sus riquezas naturales en la región conocida como la Ciénega de Zacapu.

Con el estallido revolucionario de 1910 se produjeron fuertes disputas por la tierra en la región, así como las alianzas de los tarejenses con los revolucionarios carrancistas para lograr el reconocimiento legal de sus propiedades comunales.

En ese escenario se cimentó un imaginario y una tradición de lucha que la familia Guzmán Cruz recuperó y mantuvo de sus ancestros a lo largo del siglo XX. Durante el periodo de eclosión de las organizaciones de la nueva izquierda en México, en los años 60 y 70, algunos de los integrantes de los Guzmán Cruz se asumieron como cuadros político-militares de la guerrilla del Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR).

Desde su detención y desaparición, y a lo largo de estos 50 años, se continúa exigiendo justicia por el acoso, la represión y la desaparición forzada de cinco de los miembros de la familia Guzmán Cruz y de Doroteo Santiago Ramírez, Rafael Chávez Rosas y José Luis Cruz Flores, camaradas militantes del MAR junto con los Guzmán Cruz.

Las experiencias más violentas y despiadadas fueron sufridas por cada una de las hijas, los hijos y por sus padres: don José de Jesús Guzmán Jiménez y doña Salud Cruz. La fuerza represiva del régimen autoritario mexicano llegó como ola hiriente y devastadora a la casa familiar y al entorno comunitario de Tarejero; también a los espacios clandestinos de los militantes guerrilleros del MAR en Michoacán que fueron descubiertos y arrasados por completo.

Doña Salud (Nana Kapinde), con la dignidad y la valentía de una heroína, tuvo los arrestos necesarios para enfrentar represión, clasismo y racismo. Se empoderó en medio de la tragedia familiar, desarrollando carisma, liderazgo y agencia, y en medio de una estructura social desigual capitalista y patriarcal.

Su lucha y su exigencia, hasta el final de sus días, fueron por la aparición de su esposo don Jesús y sus hijos Armando, Solón Adenauer, Venustiano y Amafer. Alexander, otro de los hermanos, quedó afectado de sus facultades mentales a causa de la intensidad de los golpes propinados por los cuerpos de seguridad que llegaron en tropel a arrasar la vivienda de los Guzmán Cruz en busca de las armas de la guerrilla.

No encontraron nada, pero continuaron los golpes y las agresiones físicas y verbales. Entonces Herolina Guzmán Cruz, de tan sólo nueve años de edad, entregó a los represores “un sable juarista oxidado del tío Nicolás”; una carabina “de los tiempos de la rebelión contra Madero”, y “una mashangua”, pedazo de fierro, “que formó parte de una antigua balanza romana”. La niña Herolina, con su valentía infantil, les espetó a los agentes policiacos: “Se los doy para que ya se completen”, y dejen de golpear “a sus padres y hermanos”.

Doña Salud, don Jesús y su numerosa prole bien pueden ser resignificados como historias de vida abierta, un imaginario simbólico donde las personas sufrientes, víctimas, desaparecidas y ejecutadas se muestran actuantes, activas y pensantes, con un aliento y una existencia propias que perviven etéreos en el tiempo de la historia. 

En esta desgarradora experiencia familiar, pero a la vez social del tiempo histórico, se desdobla el pasado en un pasado presente, que no termina de pasar, y que nos sigue interpelando vivamente en nuestro presente para exigir justicia, verdad y reparación.

Con esta exigencia memorística, Cuauhtémoc Huber, Herolina, Ladibel y Coralia Guzmán Cruz, y una multitud de tarejenses, nos convocaron a numerosas personas el 20 de julio pasado en la plaza principal de Tarejero para combatir el laberinto de la desmemoria mediante una conmemoración por los “50 años de la desaparición forzada de la familia Guzmán Cruz y amigos”, muy emotiva, llena de coraje y de resiliencia. Fue una ceremonia catártica de todo un pueblo que continúa en la lucha por una justicia que nunca llega y por saber dónde están sus desaparecidos.

Ante la obligación y el derecho de saber sobre estos crímenes de Estado todavía muy ocultos en nuestra historia reciente, al unísono, una sola voz colectiva resonó constantemente en el transcurrir del día lluvioso en Tarejero: ¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos!

*El Colegio de Michoacán



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