“La política es, entre otras cosas, pensamiento y acción; y aun cuando lo fundamental son los hechos, no deja de importar cómo definir, en el terreno teórico, el modelo de gobierno que estamos aplicando. Mi propuesta ha sido llamarle humanismo mexicano, no sólo por la frase atribuida al literato romano Publio Terencio, de que nada humano nos es ajeno, sino porque, nutriéndose de ideas universales, lo esencial de nuestro proyecto proviene de nuestras culturas milenarias impregnadas de nobleza y de nuestra excepcional y fecunda historia política.”
Así inicia el capítulo 19 de Gracias, de Andrés Manuel López Obrador. Desde el nacimiento de Morena como partido-movimiento, AMLO ha insistido en la conciencia histórica. Recuerdo –he contado muchas veces– que en noviembre de 2012 nos convocó a una decena de compañeros y nos encargó el diseño y la organización de los cursos de formación de jóvenes, en cuyo diseño general los tres primeros de los seis días de trabajo, se dedicarían a las tres grandes transformaciones de México.
Los historiadores presentes (Paco Taibo, Armando Bartra y un servidor, si no me falla la memoria, aunque después se incorporaron a los cursos Raquel Sosa, Margarita Carbó, Arnaldo Córdova, Enrique Semo, Francisco PérezArce, Luciano Concheiro y varios más) preguntamos: “¿no es excesivo el énfasis en la historia?” y el político-historiador nos respondió: “la historia es la clave de nuestro movimiento”. En ese sentido trabajamos.
La historia, pero, ¿qué historia? Una historia que siembre, que enseñe valores (https:// acortar.link/JfYSrJ). ¿Qué valores? AMLO lo explica con base en los dos pilares del humanismo mexicano: las profundas raíces culturales de nuestro pasado indígena y nuestra historia política, cuya piedra sillar es la resistencia indígena, campesina, negra y popular para hacer del nuestro un país soberano, de libres e iguales.
En las civilizaciones que florecieron en el territorio que hoy es México las formas de producir y reproducir la vida, la cultura y la organización social giraron en torno a la tierra y el agua, de lo que se desprenden preceptos que, en el humanismo mexicano, “nos han dado identidad y forman parte de la gran reserva de valores que poseemos y nos han protegido y salvado en el transcurrir del tiempo de infortunios y calamidades”.
Principios que anclan sus raíces en la propiedad comunal: la solidaridad, la ayuda mutua, la honestidad y otros valores distintos del individualismo y la competencia, y que también alimentan un espíritu libertario que combate la esclavitud y la opresión. “De ese pasado excepcional”, ha surgido “la fecunda historia política de México”.
En los pueblos, comunidades y barrios que son herencia directa del calpulli prehispánico, hallamos la continuidad cultural, la resistencia y la rebelión. Resistieron al dominio colonial español haciendo del nuestro uno de los países con mayor frecuencia e intensidad de rebeliones agrarias en defensa de la tierra, el agua y los recursos vitales, pero también en defensa de las formas culturales construidas en torno a la tierra y la comunidad. Esos 300 años de resistencia desembocaron en la gran revolución social que en 1810 destruyó para siempre la dominación colonial.
El siglo XIX fue el de la lucha de ese nuevo país contra las ambiciones imperialistas y el ejemplo de resistencia que dio al mundo la generación de Juárez sigue vigente, pero también fue el siglo del conflicto de los pueblos contra los políticos conservadores y los modernizadores liberales que querían extinguir la propiedad social y la cultura indígena.
La resistencia, las rebeliones fueron endémicas hasta que en 1910 estalló la gran revolución agraria que hizo de México un país en el que más de la mitad de la tierra es propiedad social, y en la que los símbolos históricos más cercanos al pueblo son los dirigentes de esa revolución: Zapata y Villa. Una Revolución que “tuvo dos grandes demandas: la democracia y la justicia, pero esta última fue la que motivó a las mayorías a participar en la transformación; los de abajo exigían tierra y libertad”.
Los ejemplos que pone AMLO, de Miguel Hidalgo a Lázaro Cárdenas, de José María Morelos a Francisco I. Madero, demuestran su erudito conocimiento de nuestra historia y algo mucho más importante: que como los mejores historiadores-filósofos, AMLO sabe que si la historia tiene sentido lo tiene para comprender el presente y actuar en él, y que si la historia no provee de valores y principios, no sirve.
¿Cómo se conectan esas lecciones y esos principios con las tareas presentes? El final del capítulo es preciso al respecto. Invito a leerlo con cuidado. “En fin, el humanismo mexicano se sostiene en perfecto equilibrio en dos pies, uno es el de la gran herencia cultural prehispánica que nos alimenta de virtudes excepcionales como la fraternidad, la libertad, la justicia y la honestidad; y el otro es el de la política con dimensión social y carácter público que llevaron a la práctica como en pocos lugares del mundo, nuestros próceres, abnegados y ejemplares.”
Pd: sí terminaré la serie Juárez y los indígenas: ya está escrita la última entrega, sólo que se me cruzaron dos libros de actualidad.