Decidí atender los reclamos de quienes están abiertamente inconformes con lo que llaman mi Xochitlmanía. Por hoy, voy a cambiar de rumbo y casi olvidar a la candidata X. Solamente unas breves menciones al respecto, y luego, pasaré a comentar, rápidamente algunas noticias del actual momento y, si el espacio lo permite, compartiré un acontecimiento de mi adolescencia. Se trata de mi primera intervención como orador en un mitin político, en favor de un candidato a diputado federal, quien según mi pluripartidista familia, era el mejor presidente municipal que mi pueblo había tenido.
¿Qué les parece iniciar comentándoles que ante nuestro asombro y sobresalto, la afirmación de la señora X de que todo lo que acontece en el universo tiene un origen y explicación divina (vaya manera de culpar al Altísimo de nuestras debilidades y fechorías) ha trascendido nuestras fronteras y ya se replica en la cumbre del imperio? Resulta que la congresista republicana Marjorie Taylor afirmó: La mano de Dios salvó a Trump
. Y por su parte, el aspirante a la vicepresidencia, el senador de Ohio, JD Vance, durante la Convención Republicana sostuvo con innegable actitud arcangelical: Dios ha tomado el volante
.(Y a ver quién se atreve a pedirle su licencia de manejar o marcarle exceso de velocidad). Y peor aún, el infidente de Vance continuó informando que el intermediario de Dios Padre había sido nada menos que el Espíritu Santo. Es decir, que en la Santísima Trinidad ya había mayoría republicana y, sin que nadie en el paraíso se atreviera a formular alegatos insostenibles en torno a su sobrerrepresentación. Como ven, en México tenemos en la señora X, una pensadora, teóloga, profeta, deísta, teísta de exportación. Ella se ha convertido en una verdadera influencer tanto en el Senado como en la Casa Blanca, y, si como medio mundo supone, triunfan el mero mero y el ya merito, nos quedará claro que en las alturas consideraron que, como no se pueden ganar todas, pues era mejor irle a lo seguro, donde más convenía. Por otra parte, no cabe duda de que la derrota de Trump inevitablemente provocaría que el número de creyentes disminuyera considerablemente, obviamente a causa de las indiscreciones e infidencias de quienes se han adjudicado ser confidentes del Supremo Hacedor y del Espíritu Santo, y quienes han comprobado plenamente que la discrecionalidad no es su fuerte. ¿Qué no entienden que el voto es secreto? ¿Qué necesidad de cantar anticipadamente los votos en el extranjero? Si el INE tuviera jurisdicción en Estados Unidos ya verían.
Ahorita que hablé de la disminución de fe en los actuales creyentes a causa de una derrota política, recordé a uno de los sacerdotes que en un tiempo fue mi confesor (lo dejó de ser cuando nos hicimos amigos), quien me platicó que la mayor expresión de apostasía (que significa increencia o abjuración de la fe en cualquier religión) que había conocido en su vida se le presentó en la catedral de una villa española que tenía montada sobre su torre un enorme pararrayos. Regocijado, me decía cuánto le hubiera gustado platicar con el vicario de esa iglesia sobre la razón de esa previsión tan ambivalente, enrevesada y de difícil explicación. Un pararrayos en la casa de Dios sólo puede explicarse por un inmenso temor. Luego, con seriedad me dijo: el mayor enemigo de la fe es el miedo, porque este sentimiento corroe y mina la confianza, la tranquilidad y la alegría que la fe despierta.
Pues debo confesar que yo no tengo miedo, sino pánico. No quiero espantar, pero piensen: si Trump no hace fade out en su segundo periodo, tendremos (me refiero al planeta) 12 años bajo la férula Trump y de Trumpito. A mi mente llegó el lúcido pensamiento del siempre presente Aldoux Huxley: ¿Cómo saber si la Tierra no es sino el infierno de otro planeta?