Las elecciones legislativas en Francia han sido ejemplo del buen funcionamiento de la política del miedo. El llamado a crear un cordón sanitario para impedir la formación de un gobierno de extrema derecha se ha mostrado eficaz, ocultando una realidad menos glamorosa. Si en el corto plazo frena la deriva reaccionaria, descubre cordones sanitarios asentados en un principio: la negativa a revertir el camino de reformas liberales llevadas a cabo durante cuatro décadas, iniciadas en 1981 por el partido socialista y François Mitterrand a la cabeza. Mismas que fueron profundizadas bajo las presidencias de la derecha con Jaques Chirac y Nicolás Sarkozy. El triunfo del socialista, François Hollande, no varió el rumbo. Hoy, el presidente de la república, Emmanuel Macron, las recrea, haciendo uso de la mayor violencia y represión policial que se recuerda en lo que va de siglo XXI, sean chalecos amarillos, trabajadores en paro, inmigrantes o juventud. La protesta es criminalizada. Para socialistas y la derecha no hay vuelta atrás en la implantación de la sociedad de mercado.
La propuesta lanzada por el líder de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, anunciando la renuncia de sus candidatos en favor de quienes tuvieran más opciones de ser electos, evitando dividir el voto y con ello el triunfo de la extrema derecha, consolidó el Frente Popular. La estrategia dio sus frutos. En la segunda vuelta se logró desplazar a los candidatos de Reagrupamiento Nacional a un tercer lugar. Conseguido el objetivo, el partido socialista, los verdes-ecologistas, el partido comunista y restantes fuerzas que integran el Frente Popular han lanzado un órdago, Jean-Luc Mélenchon, líder de Francia Insumisa, no puede ser candidato a primer ministro. Se amparan en su radicalidad e ideológicamente de extrema izquierda. En los hechos, esta postura es una demostración de la verdadera línea roja. Para los articuladores de esta propuesta, Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon son lo mismo.
Por consiguiente, es necesario imponer moderación y responsabilidad. No de otra manera se deben interpretar las palabras del capitán de la selección francesa Kylian Mbappé de futbol, pronunciadas durante su participación en la Eurocopa. Textualmente afirmó: “Estoy contra los extremos. Creo que hay gente que no es consciente de lo que pasa. Intento dar voz a esas personas de mi generación (…) los jóvenes pueden hacer la diferencia y los extremos están llamando a la puerta (…) jóvenes, vayan a votar”. Más claro, imposible, el voto sensato estaba representado en la figura de Emmanuel Macron. Y a pocos días en una segunda comparecencia, señaló: “Creo que más que nunca necesitamos ir a votar. Esto es realmente urgente. No podemos dejar el país en manos de esta gente, esperemos que se vote al lado bueno (…) hemos visto los resultados, es catastrófico”. Sus reflexiones son de alabar; en medio del silencio cómplice de muchos deportistas, su valentía está fuera de duda. Pero habla de extremos, en plural, no de extrema derecha, como sí lo hiciera su compañero en la selección Marcus Thuram.
Hoy, la prensa gala, analistas e ideólogos se dan prisa en apuntalar el discurso de la moderación política. Si la extrema derecha fue derrotada en las urnas, ahora toca enfrentarse a la extrema izquierda. Las descalificaciones demonizando a Mélenchon y el programa político de Francia Insumisa están a la orden del día. Son continuas las caricaturas al programa de la Francia Insumisa, como la convocatoria a una Asamblea Constituyente o a derogar la reforma laboral. Se les tilda de antieuropeos cuando solicitan revisar los tratados firmados con la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión. Asimismo, se les tacha de locos al demandar un aumento del salario neto mínimo a mil 326 euros por 35 horas semanales o sus propuestas de regularización de la inmigración. Sus demandas por garantizar una vida digna son consideradas parte un proyecto extravagante y totalitario.
El periódico El País publicó el 26 de junio una entrevista de su corresponsal Marc Bassets a la pareja octogenaria de cazanazis Serge Klarsfeld y Beate Klarsfeld. El matrimonio había logrado la extradición de Klaus Barbie, el carnicero de Lyon. Sin embargo, sus declaraciones, al referirse a la coyuntura actual, no dejan de asombrar: “Es más peligroso el Frente Popular… y decimos a la gente (…) que vote al reagrupamiento nacional (…) Me da igual el origen del partido (…) No es el Frente Nacional. Es el Reagrupamiento Nacional”. Para los cazanazis, Francia Insumisa y su líder Jean-Luc Mélenchon “representa un partido abiertamente antisionista, antisemita”. Ellos son el peligro. Así, apoyan a los partidos de extrema derecha porque se han vuelto projudíos y proisraelíes”. En este sentido, dicen compartir con Marine Le Pen su “desconfianza respecto a una parte de la población musulmana que no acepta las leyes de la república y que querría imponer las de la sharía (…) Nuestra prioridad no son las transformaciones sociales, el progreso social, etcétera. Después de la Shoah, nuestra prioridad es el destino de los judíos”. Toda una carta de intenciones. Matar gazatíes está en su agenda. ¿Pero realmente existen dos extremos? En la cultura occidental deberíamos ceñirnos a la única posible: capitalismo de rostro humano o capitalismo salvaje. Por esta razón se unen contra Francia Insumisa. Para los sensatos y moderados de izquierda y derecha, Jean-Luc Mélenchon es el problema. Visto para sentencia.