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El ahora llamado búnker verde, en el barrio de San Pauli, Hamburgo. Foto Alia Lira Hartmann
21 de julio de 2024 09:54

No cabe duda que las huellas que deja una guerra en un país, por más que el tiempo pase, resultan indelebles y seguirán presentes en la esperanza de que futuras generaciones realicen un ejercicio de reflexión y de ser posible ejerzan un papel activo en pro de la paz.

Quien visita Alemania no deja de sorprenderse por la manera en que este país se levantó a 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Grandes urbes como Hamburgo, al norte, fueron objeto de intensos bombardeos por parte de las fuerzas aéreas de Gran Bretaña y Estados Unidos.

En julio de 1943 se efectuó una operación bajo el nombre de Gomorra. Se dice que cayeron cerca de 9 toneladas de bombas explosivas e incendiarias. El fuego arrasó con más de 60 por ciento de las viviendas. Como medida de protección, el gobierno nacional socialista construyó una serie de búnkers donde la gente podía refugiarse. Se sabe que hubo cerca de 600 distribuidos en toda Hamburgo, que entonces contaba con un millón y medio de habitantes.

Tras el fin de la guerra, la mayoría fueron deshabilitados o destruidos. Sin embargo, existe uno que se encuentra en el popular barrio de San Pauli, en el centro. El gobierno local se vio obligado a dejar esa mole de cemento y buscar la posibilidad de darle otro uso.

Mide 75 metros de largo, 75 de ancho y 35 de altura con paredes de tres metros y medio de espesor. Se sabe que en los años de guerra entre 18 mil y 25 mil personas encontraron ahí refugio ante los ataques aéreos. Estos inmensos bloques de cemento han experimentado una especie de metamorfosis para poder ser integrados al paisaje urbano.

El de San Pauli fue imposible destruirlo, pues habrían sido necesarias medidas extremas como grandes cantidades de dinamita que acabarían por afectar de forma considerable los inmuebles aledaños y muchas viviendas tendrían que haber sido evacuadas.

Ocho décadas después del fin de la Segunda Guerra Mundial, este búnker se ha convertido en un ícono más de la ciudad. En un principio fue convertido en albergue de centros nocturnos, algo ideal por los impenetrables muros que aíslan el sonido, luego fue vendido o rentado a diversas instituciones privadas.

Hay que tomar en cuenta que en las zonas habitacionales de Alemania después de las 10 de la noche está estrictamente regulado que no haya ruido que perturbe el descanso de la gente.

También se autorizó en la parte superior del búnker una construcción que estéticamente se asemeja a una pirámide a la que se le ha agregado una especie de jardín colgante.

Esto ha dado como resultado que ese inmenso bloque de cemento gris adquiera una imagen más amable, incluso en su actual denominación: el búnker verde. Pretende convertirse en uno más de los atractivos del puerto de Hamburgo, como símbolo de diversidad y tolerancia tras 80 años que son un diminuto trecho en la historia de la humanidad.

Alia Lira Hartmann, corresponsal



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