Un responsable de la educación pública debería ser un vector dinámico de contactos científicos, inmiscuido permanente con todos los espacios de vanguardia en investigación para la educación, capaz de elevar el talento humano a la altura de las necesidades nacionales especialmente de los más débiles. Debería ser autor de una obra extensa difundida y debatida en los foros más diversos de las instituciones internacionales y de las asambleas escolares. Debería ser expositor permanente de iniciativas creativas y liderar un movimiento social hacia una educación emancipadora, garante de la revolución de las conciencias en todas las edades. Debería ser emblema de una praxis humanista en educación, liderando la crítica a todo lo que frena o distorsiona el conocimiento y un referente excepcional de la ciencia de la autocrítica. Y no es mucho pedir. Es lo necesario.
Cuando más necesitamos un referente científico, vanguardia educativa para la revolución de las conciencias, y cuando se hace imperativo un salto de calidad extraordinario en la pedagogía y la didáctica que México requiere, perdemos tiempo con un secretario cuyos méritos en educación no son los más avanzados. Porque se rompe por lo más delgado. Hay cientos de mujeres y hombres con la vida dedicada a la educación en todos sus niveles. Tenemos bases teórico-metodológicas para ensayar una secretaría de Estado colegiada para la complejidad de sus muy diversas disciplinas y por la complejidad de las necesidades nacionales frente a los miles de deudas que tenemos todos en materia del derecho a la educación.
Ninguna expectativa tiene derecho de eclipsar los logros alcanzados hasta hoy, y que no son pocos, pero son insuficientes. Lo saben los expertos y lo sabe un pueblo que tiene ante sí desafíos de todo orden para lo que, se supone, contamos con instituciones empeñados en resolvernos los problemas teóricos y prácticos nacionales y no los arreglos cupulares. La grilla derrota a la política. Es un error reducir el debate sólo a los nombramientos de coyuntura. El debate es mucho más complejo y, sin eludir las razones y sinrazones de la asignación de cargos nombre por nombre, urge reconfigurar la agenda de la lucha que deberemos enfrentar en razón, además, del tiempo que se pierde y las oportunidades que se diluyen.
Es un error pretender que el problema educativo nacional pueda ser entendido y atendido por alguien que no posee ni obra ni prestigio, nacional e internacional, en materia de educación y revolución de las conciencias. No hay lugar ni tiempo para inventar currículos. El problema no es contra personas, el problema es contra el tiempo y contra la vorágine que acosa y ataca a la educación pública con todo tipo de guerras de ignorancia, distorsión y desmemoria. Por el pasado, por el presente y por el futuro.
No está resuelta la desigualdad en el acceso a la educación ni la disparidad en su acceso entre las zonas urbanas y rurales. La infraestructura sigue siendo insuficiente. Muchas escuelas carecen de instalaciones adecuadas, materiales educativos y tecnologías básicas para una enseñanza efectiva. Bajo salario y formación de los docentes, los maestros reciben salarios bajos y tienen acceso limitado a oportunidades de formación y desarrollo profesional continuo. Altas tasas de deserción escolar especialmente en las zonas rurales y marginadas. Currículo desactualizado desalineados con las necesidades sociales del siglo XXI. La calidad de la educación varía ampliamente entre las diferentes clases sociales. La violencia y la inseguridad dentro y alrededor de las escuelas. La inversión pública en educación es insuficiente. La pobreza y las condiciones socioeconómicas limitan la capacidad y el derecho de los estudiantes para asistir a la escuela digna y concentrarse en sus estudios.
Todavía no resolvemos el analfabetismo, todavía la lectura de comprensión es un drama en todos los niveles incluyendo doctorados. Todavía la analogía, la prosodia, la sintaxis y la ortografía son debilidades amargas incluso en estudiantes avanzados de posgrado. Todavía la metodología, la lógica, la geografía y la historia son tragos amargos para muchachos y muchachas que no sólo odian sus contenidos también odian a sus docentes y a las instituciones que los imparten. Pero el asunto es mucho más complejo. Los presupuestos son insuficientes y se asignan al antojo de caprichos ajenos a los problemas reales. La formación docente se escatima y se deprecia, la producción científica, la investigación y los laboratorios de experimentación son actividades distantes de la vida cotidiana en del conocimiento, sus medios y sus modos de producción.
Ya basta de suponer que una sola persona por talentosa o prestigiosa que fuere en algún campo de la educación, pudiese dominar el abanico completo de temas y problemas que implica. Se necesita un movimiento colegiado con un programa nacional basado en métodos dialécticos de participación crítica y dinámica. No burocracias, sectas ni mafias. No traficantes ideológicos del conservadurismo, no vendedores de libros emboscada, no satnduperos de aula, no recitadores de efemérides ni grillos de oficio. Ya hemos tenido demasiado.
Nuestra educación pública sufre todos los vicios del capitalismo y eso incluye la dependencia tecnológica e ideológica. Sólo la lucha heroica de miles de docentes, que han sabido hacer alianzas con padres y madres de familia, ha permitido que no sucumbamos en una pachanga colonial que anhela el conservadurismo más obsceno. Nos amenaza la “inteligencia artificial” mercantilizada por el imperio y la inteligencia del reformismo esclerotizada en cargos y conceptos “educativos”. Así, a reserva de profundizar, lo que se necesita realmente en la Secretaría de Educación es una revolución de la conciencia enemiga de la burocracia, de la ignorancia, de las componendas y las grillas. Nos cuesta muy caro financiar los frenos y los vicios que intoxican a la educación en México. Ojalá se corrija. Nos verán movilizados. No hay tiempo que perder.