El 21 de junio concluyó en la Universidad de Vigo, España, la décima Conferencia del Decrecimiento (https://tinyurl. com/3a8hhy84). El movimiento por el decrecimiento económico empezó en Europa en los años 70, impulsado por el ecologista austriaco André Gorz (1923-2007), como acompañamiento a críticas desde las periferias al sistema capitalista y consumista que persigue el crecimiento económico a toda costa, provocando la explotación humana, la destrucción del ambiente y la acumulación de la riqueza, de una manera cada vez más acentuada (“¿Crecimiento para quién?”, La Jornada, 6/7/24).
El movimiento por el decrecimiento aboga por sociedades que den prioridad al bienestar social y la sustentabilidad ecológica, lo cual requiere, según su página principal (https://degrowth.info/ degrowth), “una redistribución radical, la reducción del tamaño material de la economía mundial y un cambio en los valores comunes hacia el cuidado, la solidaridad y la autonomía. El decrecimiento significa transformar las sociedades para garantizar la justicia ambiental y una buena vida para todos, dentro de los límites planetarios”.
Las contracríticas desde los bastiones neoliberales no podían faltar. La revista británica de propaganda capitalista The Economist publicó un artículo en 2023 (https://tinyurl.com/2225yfry) con el título sarcástico “Conoce a los europeos izquierdosos (leftys) que quieren reducir la economía; Degrowers del mundo, ¡uníos!” Le escandaliza a The Economist que el objetivo del movimiento del decrecimiento es no sólo repartir mejor el pastel, sino “reducirlo deliberadamente”. Se mofa de que los degrowers creen que “el crecimiento daña al planeta y sólo beneficia a los ricos” y de su creencia de que “la reducción de emisiones de carbono es un cuento de hadas para perpetuar el orden neoliberal”. No importan a The Economist los costos que esas “transiciones” significan para miles de millones de personas por el extractivismo de los minerales críticos de sus territorios.
The Washington Post (WP) ha iniciado un debate defendiendo el crecimiento económico asegurando que ha sacado a millones de la pobreza (https://tinyurl. com/4m5v2254). Pone como ejemplo la “revolución verde”, que en realidad es el comienzo de la destrucción de la producción y medios de vida de pequeños campesinos y de la concentración de la producción agrícola en pocas corporaciones.
Con magnífica deshonestidad intelectual, el WP pretende confundirnos con la falsa premisa de que abogar por el decrecimiento económico en favor del planeta (citando al ecologista Herman Daly) es congénito con abogar por el decrecimiento poblacional. Dice el WP que el decrecimiento es el “nombre de marca del neomalthusianismo (sic)” y que “desde que Thomas Malthus afirmó hace poco más de 200 años que el crecimiento de la población superaría la capacidad de la Tierra para producir la subsistencia del hombre, no ha cesado el desfile de Casandras (sic) preocupados porque la humanidad está a punto de agotar la capacidad de carga del planeta” (https://tinyurl. com/2mst5wb3).
Sin embargo, esta falsa y tramposa equivalencia entre el ecofascismo basado en la crítica maltusiana al crecimiento poblacional, por un lado, y la crítica desde la izquierda al crecimiento económico capitalista, por el otro, es advertida por el movimiento Degrowth: “Nos distanciamos de las formas de crítica del crecimiento que no persiguen la buena vida para todos. Nos oponemos a todas las formas derechistas, racistas y sexistas de crítica del crecimiento”.
Recientemente Oliver de Schutter, relator especial de Naciones Unidas para la pobreza extrema y los derechos humanos, puso el dedo en la llaga en The Guardian: “La obsesión por el crecimiento está enriqueciendo a las élites y acabando con el planeta. Necesitamos una economía basada en los derechos humanos”.
De Schutter dice que el pregonar que el “crecimiento económico traerá prosperidad para todos… es el mantra que guía la toma de decisiones de la gran mayoría de políticos, economistas e incluso organismos de derechos humanos”, y cómo en cambio “permite a unos pocos hacerse cada vez más ricos”. Explica cómo en los cuatro años desde que comenzó la pandemia, los cinco hombres más ricos del mundo han más que duplicado sus fortunas mientras 5 mil millones de personas se han empobrecido. Cita su propio informe “Erradicar la pobreza más allá del crecimiento”, presentado este mes al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en el que demuestra que, mientras la erradicación de la pobreza se ha prometido históricamente a través del “goteo” (trickle down) o la “redistribución” de la riqueza, en realidad “sube” a unos cuantos privilegiados (https://tinyurl.com/4ftzxkcw). Admite De Schutter que en los países de “renta baja”, donde sigue siendo necesaria una inversión significativa, el crecimiento puede seguir cumpliendo una función útil. En la práctica, sin embargo, suelen ser inversiones extractivistas, basadas en la explotación de mano de obra barata y el saqueo de los recursos naturales, llevando a nuestro planeta más allá de sus límites.
De Schutter propone una “economía de los derechos humanos” que incluya elegir medidas e indicadores de progreso distintas al producto interior bruto (PIB), que no nos dice nada sobre las consecuencias ecológicas o sociales de la actividad económica y que no puede, por ejemplo, contabilizar al trabajo doméstico no remunerado, en gran parte realizado por mujeres. Hasta la Comisión Europea ha reconocido que el crecimiento del PIB “es un indicador económico tradicional que no logra reflejar adecuadamente variables del progreso como los factores sociales, ambientales y de desarrollo sostenible” (https://tinyurl.com/58dhw25c). En conclusión, es hora de pasar de pensar en crecimiento basado en “economías verdes” a economías para los derechos humanos.
Con dedicatoria y cariño a Silvia Sandoval, incansable luchadora social y columna vertebral de la Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio por décadas.
*Asociado del Institute for Policy Studies www.ips-dc.org y Transnational Institute www.tni.org