Match ball salvado. Los votantes del Estado francés frenaron, el pasado domingo, la posibilidad, real, de una victoria del Rassemblement National (RN). El partido de extrema derecha comandado por Marine Le Pen llegaba al frente de las encuestas a la cita casi suicida fijada por el presidente Emmanuel Macron, tras los pésimos resultados obtenidos en las elecciones europeas de junio. El terremoto que hubiese supuesto una mayoría absoluta del RN en la Asamblea Nacional francesa hubiese sacudido los cimientos de la maltrecha Unión Europea.
Por fortuna, la imagen de la noche quedó lejos de ser esa. Finalmente, fue la coalición progresista tejida a contrarreloj de forma eficaz la que se impuso con 182 diputados por delante del partido de Macron, que funcionó mejor de lo anunciado por las encuestas y tendrá el segundo mayor grupo parlamentario, con 168 escaños. Finalmente, el RN quedó en tercer lugar, con 143 representantes, muy lejos de la ansiada mayoría.
Una rápida lectura de la sorprendente victoria de la izquierda, con la que nadie contaba dos semanas atrás, deja tres lecciones que no está de más tratar de retener.
La primera tiene que ver con la abstención, que ha sido la más baja de lo que llevamos de siglo. Normalmente, cuanto mayor es la participación, menos posibilidades tiene la extrema derecha de vencer. Hay mucha literatura interesada que dice que la izquierda pierde porque abandonó a sus electores, que se pasaron a la extrema derecha. Es un relato conectado íntimamente con cierto afán por cargar sobre la izquierda la culpa de su –en general– mejorable situación.
Los resultados franceses son una enmienda a la totalidad a esta tesis. Hay pobres que votan por el RN, pero las clases populares no se han pasado en masa a la extrema derecha; han migrado, en general, a la abstención, cansados de una democracia limitada y supeditada a mandatos neoliberales, en la que no todas las decisiones están sometidas a las urnas.
Pero cuando la amenaza se siente real y la izquierda articula una oferta concreta, inteligible y unitaria, la gente responde. Es lo que ha ocurrido y es la segunda lección. El Nuevo Frente Popular (NFP) ha sido un acierto indiscutible, no sólo por el evocador nombre y la capacidad de unir en muy poco tiempo opciones políticas a menudo enfrentadas; también lo es porque, en su urgencia, ha sido capaz de elaborar un programa económico de mínimos compartido por verdes, comunistas, socialistas y demás expresiones progresistas, incluido un objeto político no identificado como Raphaël Glucksmann.
No es un programa revolucionario –no lo puede ser–, pero es un esfuerzo de síntesis interesante entre lo que necesitan los y las trabajadoras para prosperar y lo que requiere el planeta para seguir siendo habitable. Un punto de partida muy sugerente para caminar hacia esa compleja conjunción entre hacer posible llegar a fin de mes y a fin de siglo.
La derrota del RN también ha sido, y aquí va la tercera lección, un ejemplo de cómo articular cordones democráticos eficaces en sistemas de circunscripciones uninominales. El NFP se retiró inmediatamente de aquellas circunscripciones en las que quedó en tercer lugar, pidiendo el voto para la opción más alejada a la extrema derecha. Las candidaturas afines a Macron vacilaron más y tacañearon en mayor medida, pero al final, muchas de ellas hicieron lo mismo, pidiendo el voto para el NFP en aquellos lugares en los que la izquierda era la única opción para vencer a Le Pen.
Este apunte esconde, por último, un recordatorio importante que corre el riesgo de quedar en el olvido. El juego de las expectativas siempre conlleva el riesgo de distorsionar los hechos, pero el principio de realidad obliga a tenerlos siempre presentes. El RN partía como favorito, por lo que podemos decir que ha perdido. Así es, pero tanto las derrotas como las victorias pueden ser relativas. La extrema derecha ha pasado de 89 diputados a 143, siendo la fuerza que más escaños gana, mientras Macron, que quizá se sintiera ganador al evitar la debacle, ha perdido 77 representantes, pasando de 245 a 168.
En este recordatorio hay que incluir otra realidad. Macron logró esos 168 diputados gracias en gran medida a votos prestados de la izquierda, igual que muchos de los 182 representantes del NFP lo serán gracias a votos macronistas. Ni unos ni otros lo pueden olvidar, porque la tozuda realidad es que en la primera vuelta la extrema derecha sacó millón y medio de votos a la izquierda y casi cuatro millones a la mayoría de Macron.
El presidente, elitista y megalómano, necesita entender que sus políticas apenas benefician a una minoría privilegiada y empobrece al resto. Los resultados de las legislativas son, sobre todo, una impugnación a su mandato, que de seguir como hasta ahora, promete abrir las puertas del Elíseo al RN.
La izquierda debe celebrar su victoria, que las alegrías no son tantas últimamente, pero no le conviene recrearse demasiado en ella, porque es limitada. Conviene seguir trabajando la receta.
Las elecciones presidenciales de 2027 quedan lejos, pero la carrera ya ha comenzado.