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La licuadora de Gaza

12 de julio de 2024 00:02

Desde octubre pasado, el régimen de Tel Aviv ordenó la evacuación de la ciudad de Gaza, que tenía por entonces unos 650 mil habitantes. Cientos de miles de ellos tuvieron que salir hacia Breij, Deir al Balah y Jan Yunis y muchos de quienes no lo hicieron fueron despedazados en sus hogares, en sus escuelas, en sus hospitales o en sus templos por los bombardeos israelíes.

En los meses subsecuentes, los ocupantes ampliaron sus operaciones hacia esas localidades y decretaron que toda la población que había logrado sobrevivir a los ataques debía concentrarse en Rafah. Y allí se amontonaron más de un millón de gazatíes hambrientos, enfermos y despojados de todo, pero los bombardeos los alcanzaron igual. Esta semana, más de nueve meses después de iniciada esta nueva etapa del genocidio, el régimen israelí ha vuelto a ordenar a lo que queda de la población de Gaza (unos 300 mil, menos de la mitad) un nuevo desalojo.

Tel Aviv asegura que ha matado a 60 por ciento de los 30 mil o 40 mil efectivos que tenía Hamas hasta octubre de 2024, según diversos medios occidentales, lo que daría una cifra de entre 18 mil y 24 mil bajas. Pero el dato del régimen israelí es falso, si se considera que de las 38 mil 345 personas asesinadas hasta el momento por Israel, más de 27 mil (el 72 por ciento) eran niños y mujeres. La cifra no cuadra ni siquiera suponiendo que los 11 mil muertos restantes fuesen todos integrantes de la milicia integrista, lo cual, desde luego, sería por demás improbable.

Lo que el gobierno de Netanyahu no dice es que ha asesinado a casi 2 por ciento de la población total de la franja de Gaza: 38 mil 345 personas de un total de más de 2 millones. Con la casi totalidad de sus hospitales destruidos, los gazatíes han tenido que atender a casi 90 mil heridos (más de 4 por ciento de la población). Hay cerca de 10 mil desaparecidos –buena parte de ellos son cadáveres sepultados entre los escombros de los edificios bombardeados– y 85 por ciento de los habitantes ha sufrido desplazamiento forzado. Unas 80 mil viviendas han sido demolidas o han quedado inhabitables a causa de los bombardeos.

Las cosas pueden ser mucho peores: de acuerdo con un estudio publicado por la revista médica The Lancet, se debe sumar a las muertes directas los fallecimientos indirectos (por heridas, falta de atención médica, comida y servicios esenciales) “una estimación conservadora de cuatro muertes indirectas”, por lo que “no es inverosímil calcular que hasta 186 mil o incluso más muertes podrían atribuirse al actual conflicto” (https://shorturl.at/oMMRO).

A lo anterior hay que sumar los 561 asesinados, los 5 mil 300 heridos y los 7 mil 585 secuestrados por las fuerzas ocupantes en Cisjordania, donde Israel no requirió de ningún pretexto para extender el genocidio de palestinos en curso. En suma, la agresión israelí se dirige a la totalidad de la población gazatí, no a Hamas.

Tel Aviv asegura que hace lo posible por dar con el paradero de los 116 rehenes israelíes que quedaban de los 251 que Hamas se llevó secuestrados a la franja tras asesinar a mil 130 civiles y a 373 soldados y policías. Pero se estima que 42 de esos 116 murieron, lo que no sería raro si se encontraban en puntos calientes del ataque israelí, que ha convertido la franja en un vaso de licuadora en el que se debaten 2 millones de seres humanos.

Como lo sabe un número creciente de manifestantes israelíes, los cautivos de Hamas son lo que menos le importa a Netanyahu y a sus colaboradores. El escarmiento por los ataques de octubre es otro pretexto. La incursión criminal de Hamas en el sur de Israel no detonó el genocidio; simplemente, lo aceleró. En 2023-2024 lo que ocurre en Gaza es una visión en cámara rápida de lo que Israel ha venido haciendo desde 1948 en la vieja Palestina.

En el fondo, lo que tiene lugar en ese jirón de tierra que le habían dejado a los palestinos de su antigua patria es la más cruda expresión de un negocio inmobiliario. Quedarse con el territorio y los recursos naturales de Gaza (y de la totalidad de Cisjordania y de la Jerusalén oriental) es la vieja ambición de varias generaciones de gobernantes israelíes. El expansionismo sin límites de ese enclave occidental en tierras árabes es un proyecto que cuenta con la colaboración y el visto bueno de Washington y sus aliados europeos, y la licuadora de seres humanos no es un fin en sí, sino un medio para obtener territorios y posiciones geopolíticas.

Por más que el racismo y la islamofobia hayan sido inculcados durante décadas a buena parte de la población israelí, los mandamases de Tel Aviv ni siquiera están motivados por un odio contra los palestinos como el que los nazis sentían por los judíos; actúan con toda naturalidad, a la luz del día y a la vista del mundo, como si la población palestina fuera el hierbajo que hay que arrancar antes de emprender una nueva edificación.

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