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Las izquierdas siembran; las derechas recogen

11 de julio de 2024 00:01

Desde luego, en el despliegue de este artículo explico el porqué de un título anticlimático frente a los triunfos de la izquierda en México y en Europa.

En México rotundo fue el triunfo de la coalición de izquierda en las pasadas elecciones de junio. Ganó la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y le faltaron tres asientos en la de Senadores para alcanzarla. En Inglaterra, el triunfo de los laboristas dio una respuesta negativa al clima indicativo del ascenso inevitable de la derecha en un contexto donde el Brexit se fragiliza y cuestiona.

Y en Francia, contra todo pronóstico, encuestas, los principales medios de comunicación y los resultados de la primera vuelta electoral donde sus resultados favorecieron a la extrema derecha de Marine Le Pen, triunfa en los comicios legislativos una coalición (el llamado Nuevo Frente Popular) sellada por Francia Insumisa, el partido radical de izquierda, encabezado por Jean-Luc Mélenchon.

En la coalición victoriosa hay de todo: insumisos, ecologistas, socialistas, comunistas. Sólo juntos pudieron formar, para fines electorales, ese frente antifascista. En la votación general, debido al sistema electoral combinado que prevalece en Francia, la derecha lepeniana, sin embargo, levantó un mayor número de votos directos que los obtenidos por la izquierda y por el centroderecha de Emmanuel Macron, presidente de Francia desde 2017.

No es poco contra lo que ha triunfado el Nuevo Frente Popular: las tendencias fascistas y, por tanto, el racismo, la discriminación, la antimigración, la contención de las luchas de los trabajadores por conquistar un mejor nivel de vida y la guerra de occidente, bajo el dominio de Estados Unidos, ahora convertida en un genocidio al pueblo palestino de Gaza y en la amenaza de que la OTAN siga interviniendo contra Rusia y creando las condiciones para generar la tercera guerra mundial.

Puede ser que ese frente liderado por Mélenchon no pueda quedar representado en la figura de primer ministro, pues Macron, al que acompaña la potencia empresarial del hemisferio privado del Estado, se propone romper la coalición del Nuevo Frente Popular dada su composición heterogénea y la poca comunicación política entre las fuerzas que lo integran. Finalmente el que nombra al primer ministro es el titular del Ejecutivo.

Pero el triunfo inesperado de la izquierda obliga a Macron a reorientar su política y a establecer fórmulas distintas de las pro estadunidenses que ha seguido hasta ahora la Unión Europea, donde Francia juega un papel relevante. ¿En qué medida? Todo dependerá, en adelante, de las negociaciones entre las diferentes fuerzas del espectro político francés.

Cualquiera que asuma una posición coherente de izquierda no puede regatear valor a todo aquello que suponga avances contra la derecha, ya sea mediante comicios o de no importa qué otro proceso.

En el discurso pronunciado por Mélenchon –gran tribuno– al triunfo de la coalición de izquierda, admitió que no habían obtenido la mayoría en la Asamblea Nacional, el órgano legislativo de Francia. Y reconoció a las fuerzas que hicieron posible su victoria: los jóvenes y la clase obrera de la cual dijo: “salvó a la República”. Es a estos sectores a los que una izquierda consecuente debe movilizar mediante un cambio de conciencia.

En otros países (Argentina, por ejemplo), la mayoría de los jóvenes han votado por la derecha. Y a la clase obrera, con mecanismos de control (empresas informativas, políticas laborales favorables a los patrones, coacciones y escamoteos de éstos, clientelismo y cooptación), se la logra mantener dispersa, sumisa, enajenada y lejos de toda decisión en sus centros de trabajo y en el gobierno.

Habrá que esperar, pero sin hacer demasiadas cuentas alegres, que la izquierda avance en Francia y en otros países, el nuestro entre ellos, no sólo electoralmente sino en términos sociales. ¿Por qué esta actitud de antieuforia? Por algo tan significativo como el hecho fundamental de que los nuestros son países capitalistas, y el mayor poder efectivo en ellos no es el de los diversos sectores cuya abrumadora mayoría está constituida por trabajadores (el pueblo), sino el de los banqueros y grandes industriales, comerciantes, agricultores, mineros y dueños de televisoras, radioemisoras y rotativos. La hiperminoría del uno por ciento, que se peina a la derecha. No reconociendo esta realidad se puede hacer un uso muy laxo de vocablos como “democracia”, “libertad, “igualdad”, “pueblo”.

La justificación de los gobiernos liberales, sean de izquierda o de centro, es que las nuestras son sociedades plurales. Sí, es cierto, pero para efectos de poder, las mayorías tendrían que contar como tales en los diferentes órganos de gobierno. En la definición lincolniana, la democracia es la forma de gobierno de, por y para el pueblo. En los malditos hechos esta fórmula tendría que traducirse en la representación de los trabajadores (el pueblo) en los tres poderes de gobierno. No es así.

El fenómeno ya se vio en varios países. En Chile, el pueblo movilizado pidió un cambio a la constitución chilena obra de Pinochet. Gabriel Boric, en su campaña, ofreció que lo implementaría. No pudo y cada vez se ve más limitado en su radio de acción. En Brasil, la derecha (fuerza que no se define por el bien de las mayorías de trabajadores) se afianzó con Bolsonaro y el gobierno de Lula se topa con muchas dificultades para hacer practicables sus medidas de gobierno. A Petro, en Colombia, le ocurre lo mismo cuando no en términos más drásticos.

En México, los 36 millones de votos de Sigamos Haciendo Historia no parecen haber bastado para que el pueblo se viera representado en el gabinete de Claudia Sheinbaum, la virtual presidenta electa. Con los laboristas en Inglaterra y con los socialdemócratas en España, el pueblo no ha visto mejoras en su situación ni ambos gobiernos han impedido las tendencias económicas propias del neoliberalismo (o capitalismo feroz) ni la guerra como su secreción latente o en acto.

Las victorias electorales de la izquierda deben reconocerse y alentarse, pero no apostar a ciegas por ellas.



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