Es un proceso importante, no tanto o no sólo por el cambio de personajes al timón del partido hoy dominante (Morena), del que por décadas fue hegemónico (PRI) y del sólo empoderado durante dos sexenios (PAN), sino por el papel que jugarán dichas organizaciones y sus líderes en el proceso aún impreciso de cambios estructurales profundos que podrían alcanzarse a partir de los avances logrados durante la administración de Andrés Manuel López Obrador y de las expectativas de evolución que con su potenciador triunfo electoral recibió Claudia Sheinbaum.
Desde luego, el partido dominante, Morena, tiene la responsabilidad de impulsar y vigilar ese proceso de cambio. Desde su fundación, 10 años atrás, ha tenido cinco dirigentes: Martí Batres, Andrés Manuel López Obrador, Yeidckol Polevnsky, Alfonso Ramírez Cuéllar y Mario Delgado Carrillo. Batres ha ido ocupando diversos cargos luego de dejar la presidencia; Polevnsky se ha opacado (incluso acusada formalmente de presunciones de corrupción), pero mantiene asiento legislativo; Ramírez Cuéllar pareciera estar en vías de reasumir algún rol más activo, y Delgado pasará a la SEP. López Obrador fue, es y ¿será? el factor determinante (con acciones e inacciones, expresiones o silencios) en el partido que creó.
Según se va perfilando, la aspirante predeterminada para la sucesión morenista es Luisa María Alcalde Luján, quien tiene méritos partidistas plenos y ha sido dos veces secretaria en la administración de López Obrador, actualmente a cargo de Gobernación. Citlalli Hernández, la secretaria general que en algún momento consideró la posibilidad de competir por la presidencia, prefirió hacerse a un lado y apoyar a quien parece preferida para ganar.
De llegar Alcalde Luján a la dirigencia guinda, su principal tarea debería ir más allá del ajetreo electoral (candidaturas, campañas), para tratar de evitar que intereses e historiales contrarios al postulado de la regeneración nacional lleguen a convertir a Morena en algo parecido al PRI, lo cual incluso ha sido advertido expresamente por la virtual presidenta electa, Sheinbaum.
La nómina de inminentes legisladores federales, de nuevos gobernadores e incluso de integrantes del gabinete presidencial perfilado tiene una porción cargada hacia la derecha, o si acaso al centrismo, el oportunismo y lo saltimbanqui que un partido realmente defensor de los intereses populares, ya no se diga de izquierda, debería mantener bajo vigilancia activa, vigorosa. Lo peor sería que los nuevos dirigentes de Morena se convirtieran en una prolongación del gabinete presidencial, en una instancia de burocracia reacomodada.
Al principal partido de oposición, Acción Nacional (el otro sería Movimiento Ciudadano, pero parece aceitado para jugar a la oposición concertada), debería corresponderle un papel trascendente: la reorganización de fuerzas, la atinada recomposición programática y el rechazo inteligente y eficaz de las eventuales políticas oficiales que considerara dañinas. Pero no hay condiciones para tal salto cualitativo, pues Marko Cortés, Ricardo Anaya, Santiago Creel y otras figuras panistas actuales, incluyendo los aspirantes a relevar a Cortés, sólo están peleando por los cargos, sin perspectiva real de recomposición sustancial.
En el PRI la situación es peor: Alito Moreno se ha montado en el dinosaurio releccionista y está decidido a mantener el cascarón tricolor (es decir, el presupuesto y prerrogativas). Para ello ha abierto fuego declarativo contra corresponsables (que no son de su facción) del hundimiento de ese partido, que ahora sólo ofrece a la ciudadanía un lamentable espectáculo de violencia retórica, acusaciones criminales antes silenciadas de forma complicitaria y expectativas sólo identificables con un fideicomiso de liquidación. ¡Hasta mañana!
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