Muchas personas haremos repetidos balances del sorprendente sexenio de gobierno que está por terminar, entre otros propósitos con el de mirar la plataforma de inicio del gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum y el caudal de los escenarios políticos, económicos y sociales que se dibujan en el horizonte como ámbito de posibilidades en vías de ir convirtiéndose en realidades positivas para las mayorías.
Llevará tiempo justipreciar la enérgica obra multidimensional de Andrés Manuel, hecha hombro con hombro con del pueblo de México. El pueblo siempre supo lo que estaba ocurriendo, mientras la oposición reprobaba esa obra a todas horas en la gran mayoría de los medios de comunicación. Es la hora en que la oposición no se da cuenta de lo que pasó durante seis años. Mientras el 2 de junio esa obra era aclamada por las mayorías, la oposición creía que las mayorías votaron mal: son “ciudadanos de baja intensidad” (Aguilar Camín, dixit).
Andrés Manuel rehabilitó al Estado como agente de desarrollo, una entre mil realidades que se dicen pronto; un punto crucial contra el neoliberalismo. Pero como en lo demás, hizo la gran obra negra de soporte; queda un campo vasto de trabajo para afinar los instrumentos y las instituciones y para perfeccionar los modos de intervención en sectores económicos y territorios.
Su enfoque moral contra la corrupción de la vida pública fue una lección de vida para todos; excepto para los que se autoexcluyeron. AMLO creó inmediatamente una institución que en su nombre grita claridosamente lo que fue la corrupción neoliberal: Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado. Mostró las inmensas ventajas que reportó a las mayorías. Esta fue una de las muchas formas en que la corrupción fue combatida. La corrupción neoliberal era la savia misma que recorría las arterias de la vida pública; todo ocurría con su mediación. El horror persiste y el trabajo de eliminarlo es grande aún.
La gran obra pública y los nuevos caudalosos ríos de los programas sociales para cubrir lo que ahora son derechos consitucionales, ocurrieron bajo el criterio de máxima responsabilidad fiscal. Ello fue posible bajo la dirección de la rara avis de un gobierno honesto a carta cabal. Este criterio debe extenderse consistentemente hasta abarcar a todas las instituciones del gobierno federal y alcanzar por fin, un día, a todas las administraciones públicas del país.
El ingreso de los de abajo y, en particular, el de los asalariados de todos los niveles y espacios de México, aumentó consistentemente. La pobreza se redujo. El entero quehacer del sector público estuvo comprometido con ese objetivo señero. Estamos en los prolegómenos de esta tarea de aumentar los niveles de vida de todos, primero los pobres de México. Es razón de ser del gobierno de México; en grande, debe continuar.
La soberanía nacional ha sido defendida sin ambigüedades discursivas por el presidente López Obrador. La historia y la geografía así lo demandaron siempre al gobierno de México, pero los gobiernos del PRI fueron tirando al olvido los principios que debían ser nortes principalísimos de los mexicanos en todo momento. El previsible triunfo de Trump en noviembre próximo pondrá a prueba, más enérgicamente, la defensa de nuestra soberanía, que es redondel de protección dentro del cual se hace posible, con la mayor libertad, la producción de la vida de las mayorías.
Claudia llega con la ventaja del camino andado, y un margen de maniobra mayor que el de AMLO, debido a que el pueblo de México otorgó a Morena y sus aliados una supermayoría en la Cámara de Diputados y una cómoda cuasi mayoría constitucional en el Senado. Son instrumentos invaluables para volar tras las reformas de gran calado, ya puestas en marcha.
El PRI quedó reducido a 33 diputados (el PRD, uno). Un resultado asombroso si, apenas ayer, el “partidazo” regía la vida jodida de las mayorías, era dueño del poder político, y había creado, con la complicidad del PAN, su propia democracia; por entero, se las daba y se las barajaba. En esas condiciones absolutistas, fue desbarrancado en dos elecciones administradas con las propias reglas priístas. Se va, para nunca más volver.
La oposición ha llegado a tal grado de turbación y niebla mental, que cree que el 2 de junio se configuró una “autocracia”…, decidida por 36 millones de electores; que la progresiva, contundente, novísima libertad que van alcanzando las mayorías, en realidad fue lo contrario. En una obra maestra de juicio político, Denise Dresser se declaró “entristecida porque la mayoría de mis compatriotas se han vuelto a poner las cadenas que les habíamos quitado”. La oposición hace el ridículo sin percatarse del grado de sus dislates.
La libertad alcanzada por Morena debe ser cuidada con empeño porque por un tiempo indefinido, no habrá oposición política. Sus partidos derrotados están de salida, y mostraron resueltamente que carecen de proyecto político, uno imposible de formular si no ven de qué color tiñe el verde.