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Detrás de la máscara, disciplina militar

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La luchadora asegura que el saludo castrense, con todo y su carga simbólica, es también un homenaje a las mujeres que se abrieron paso en el pancracio. La imagen, en el antiguo Colegio Militar. Foto Germán Canseco
09 de julio de 2024 09:53

Ciudad de México. Cada vez que entrena en la Arena México, la sargento Centinela ya no da órdenes. Es como si fuera una autoridad anónima. Saluda y hace preguntas de rutina a sus compañeros: llaves, castigos, movimientos a ras de lona. Nadie toma fotos de ese momento. Ella siente que puede ser una luchadora de élite, como alguna vez soñó su papá. Tiene un compromiso y una disciplina militar que no deja espacio para las dudas. Algunos observan en la lucha libre personas con opiniones distintas, pero nunca que alguien dispute su mando. Esa legitimidad no es gratuita.

Los militares destacan de ella su determinación y cómo asume la carga simbólica de ser la primera luchadora del Ejército y la Fuerza Aérea mexicanos. Para todos en la Arena México ya soy la sargenta, mis compañeros no me sacan de ahí, dice a La Jornada mientras se ajusta una máscara color negro, camuflada y con dos alas desplegadas a los lados como emblemas de la defensa aérea. Desde que ingresó en 2017 a las filas de la institución castrense, se propuso atravesar un campo de correcciones infinitas, primero como soldado y ahora ya convertida en sargento segundo en el Colegio Militar.

“Muchas personas aún se sorprenden y a veces me preguntan: ‘¿cómo puede ser que una luchadora pertenezca a las fuerzas armadas?’ Eso me hace sentir orgullosa. El Ejército me dio la oportunidad de usar esta máscara el 11 de febrero de 2013 en una función que se llevó a cabo en el Campo Militar número 1 con la empresa AAA. Ese día subí al ring y sentí muchos nervios. Estaban ahí mi familia, mis compañeros militares, una cantidad muy grande de público a la que no quería decepcionar. Detrás de todo eso hay muchos años de preparación, muchas noches de desvelo.”

Un camino heredado

A unos metros del cuadrilátero, las botas de algunos soldados redoblan en la tierra y levantan polvo, una niebla mezclada con pantalones verde olivo en el antiguo Colegio Militar. Centinela los mira y por momentos sonríe. Mi papá también era luchador, cuenta.

“Luchaba como Murciélago Infernal. Todos los días nos llevaba a entrenar, a mí y a mis dos hermanos, quería que tuviéramos un deporte. Al principio me daba miedo que lo lastimaran, pero después comencé a seguir el mismo camino cuando cumplí 10 años, él me lo inculcó.”

En aquellos pasajes felices en su natal Chiapas, la integrante del Ejército Mexicano y la lucha libre se conocieron. Los luchadores más grandes escribían el guion de sus personajes sobre el ring, ensayaban golpes, acrobacias y el sonido de sus cuerpos retumbaba contra la lona. Debajo de sus máscaras asomaban el rostro del dolor y la rudeza.

En Chiapas son pocas las mujeres que entrenan este deporte, explica; soñaba con hacerlo en la arena del Deportivo Roma, porque ahí mi papá luchó por mucho tiempo. Cuando se dio la oportunidad, me di cuenta de que no existía una diferencia o un trato distinto por ser mujer.

Este deporte, como en los antiguos coliseos romanos, tiene una mística que se transmite de padres a hijos. Cuando Centinela decidió que quería seguir el oficio de Murciélago Infernal, éste le dio un consejo que aún sirve como modelo para todo aquel que comienza su carrera. ¿Te gusta la lucha libre? Tienes que dar lo mismo que ellos. Si a ellos les pegan, a ti también te puede ir de la misma manera, porque esto es parejo para todos, le dijo alguna vez. Lo que quería que entendiera aquella adolescente era que la gente no asiste a las arenas a ver sólo una función de lucha, sino a ser parte de ella.

“Desde pequeña me gustaban mucho las películas de El Santo, Blue Demon, Máscara Sagrada y Octagón. Hay veces que me levanto temprano los fines de semana y busco alguna en la tele, porque todo eso me recuerda a mi infancia”, describe orgullosa, pero se le quiebra la voz. Le tengo mucho cariño a esta máscara. Muchas personas me dicen que con ella me veo más ruda y con un semblante malvado. En el fondo hay una mujer feliz y trabajadora, una persona que va al cine, que se divierte cuando nada y baila de todo. A veces sufre y también llora, pero se tiene que transformar.

Último Guerrero, su maestro

Centinela causó alta en la Dirección General de Educación Física y Deportes del Ejército en 2023. Desde entonces, sus tareas como sargento segundo en la rectoría de la Universidad del Ejército y Fuerza Aérea se combinan con la Arena México, donde entrena al lado de José Gutiérrez Hernández, Último Guerrero. “El profe José ha sido un gran maestro”, relata; “es un luchador que me ha enseñado a mezclar mi vida como militar con mi carrera luchística. Hay momentos en que una misma se empieza a poner ideas. ‘¿Y si no puedo?’, ‘¿y si me lastimo?’ Todo con él se basa en la disciplina”.

Para los ojos ajenos, la lucha libre puede parecer por momentos una pantomima, pero las lesiones se amotinan contra técnicos y villanos. Con 27 años, la militar chiapaneca ha presentado fisuras en la clavícula, lesiones en la rodilla y el codo que le recuerdan sus primeras funciones en la Arena Coliseo de Guadalajara. El desgaste se perci-be a pesar de sus palabras tranquilas. Este deporte me ha dado todo, pero, así como da, también quita y nos hace volver a empezar, afirma mientras pasa sus dedos suavemente sobre la rodilla.

Durante la conversación, la máscara de Centinela –nombre del guardia o vigía militar emplazado en un puesto de observación– se ilumina un instante con la luz roja de una cámara. En el reloj son ca-si las 10 de la mañana. De pronto, de la misma manera en que los militares de diferentes fuerzas saludan mientras están en funciones, la sargento se lleva la mano derecha con los dedos juntos hacia la sien. Como toda expresión simbólica, éste es también un homenaje para aquellas mujeres que se abrieron paso en el pancracio con la misma furia que eran discriminadas.

“Cada vez que entreno en la Arena México recibo el apoyo de mis compañeros. Nunca he tenido un concepto malo de ellos sólo porque sean hombres. Arriba del ring todos somos iguales, nadie es más susceptible a sufrir lesiones que otro. Soy la primera mujer de mi estado que ha logrado llegar a la lucha libre. Fue difícil separarme de mi familia, pero si mi papá no me hubiera dicho un día ‘oye, ¿vamos a las luchas?’, yo no estaría aquí”.

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