En un resultado que para muchos resultó sorpresivo, la coalición de izquierdas Nuevo Frente Popular (NFP) emergió como la primera fuerza parlamentaria en la segunda vuelta de las elecciones legislativas realizada ayer, con 33.5 por ciento de los votos. En contraste, la ultraderechista Agrupación Nacional (RN, por sus siglas en francés), encabezada por Marine Le Pen –y cuyo triunfo se temía y se prefiguraba tras la primera vuelta de los comicios–, quedó en tercer lugar, con 28.1 por ciento de la votación. Como segunda fuerza se situó la alianza Ensemble (centro derecha) del presidente Emmanuel Macron.
Es sin duda saludable el que se haya podido contener el ascenso de RN tras sus despuntes en los comicios europeos del 9 de junio y en los legislativos de 21 días después, un resultado del complejo juego de declinaciones puesto en marcha por el centro y la izquierda para impedir que la ultraderecha se convirtiera en la primera fuerza electoral del país. Fue la reedición de un escenario ya conocido en Francia: en los comicios de 2002, todo el espectro político se unió en torno a la relección de Jacques Chirac para cerrar el paso al profascista Jean Marie Le Pen, padre de la actual dirigente ultraderechista, quien había logrado pasar a la segunda vuelta. Algo similar sucedió en 2017, cuando el actual mandatario derrotó, con el apoyo de casi todos los partidos, a Marine Le Pen.
En lo inmediato, el primer ministro macronista, Gabriel Attal, anunció su dimisión al cargo; en tanto que Jean-Luc Mélenchon, dirigente de La Francia Insumisa, principal componente del NFP, reclamó la conformación de un nuevo gobierno encabezado por una figura de izquierda y rechazó una negociación con los sectores políticos centristas que respaldan a Macron. Por su parte, el dirigente del Partido Socialista (PSF), Olivier Faure, alertó que sería inaceptable una coalición de contrarios que vaya a traicionar el voto de los franceses y a prolongar las políticas macronistas
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Ciertamente, el mandatario es el gran derrotado de estos comicios, y hay razones para ello. Durante sus dos mandatos, Macron ha impuesto una política económica antipopular y represiva, en lo interno, mientras en el escenario internacional ha echado por la borda la relativa independencia con la nación francesa solía abordar su relación con Wa-shington y ha llegado a proponer disparates como el envío de tropas a Ucrania en apoyo de Volodymir Zelensky.
Al colocar al frente la izquierda como la mayor bancada parlamentaria, es claro que el electorado no sólo le cerró el paso a la ultraderecha, sino que también reprobó los sombríos panoramas sociales provocados por Macron. Éste, por su parte, enfrenta una decisión difícil: o se aviene a nombrar un primer ministro de izquierda, o se aferra a mantener el control del gobierno aliándose con derechas cerriles y primitivas, lo que resultaría desastroso para ese país.
Finalmente, aunque RN haya salido derrotada en su intento de convertirse en mayoría, es alarmante que casi un tercio de los franceses sigan votando por esa opción regresiva y racista, y que la ultraderecha siga siendo una espada de Damocles en cada elección que se celebra en Francia.