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La ultraderecha gana en Francia

02 de julio de 2024 00:01

 

Este pasado domingo 30 de Junio, Rassemblement Nacional de Marie Le Pen conseguía alzarse con la victoria en la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas con un 34% de los votos. La ultraderecha seguía así la estela de sus buenos resultados en las pasadas elecciones europeas, de hace menos de un mes, en donde consiguió no solo volver a ser la opción más votada por tercera vez consecutiva en unas elecciones europeas, doblando en votos al partido de gobierno, sino también ser el partido con más diputados en la eurocámara, una buena muestra de la pujanza de la extrema derecha europea. Un resultado que motivó el adelanto de las elecciones legislativas francesas por parte del presidente Emanuel Macron, desencadenando un auténtico terremoto político en el país galo que tuvo su primer acto este pasado domingo.

El adelanto electoral viene a sumar un capítulo más a la crisis larvada que vive el régimen de la V República francesa, la duda es si este será su epílogo final. Una crisis que se ha mostrado con toda su crudeza en la descomposición de los dos partidos, Democristianos y Socialistas, que tradicionalmente han ostentado el poder después de la II Guerra Mundial. Así, desde el final de la presidencia del socialista François Hollande en 2017, ninguno de estos dos partidos, no solo ha conseguido volver a recuperar el palacio del Eliseo, sino tan siquiera disputar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.

La emergencia de la figura bonapartista de Emanuel Macron y la creación de En Marche, un partido-empresa a su imagen y semejanza, fue un intento de reagrupar al extremo centro político para ahuyentar los fantasmas de una victoria ultraderechista y combatir el agotamiento del régimen Gaullista de la V República. En este sentido, Macron ha venido a representar un tipo de figura política vacía, estandarte de una salida del bloque de poder a su propia crisis de representación y a la corrupción de los grandes partidos. Un modelo de político proveniente del mundo de la gestión empresarial y percibido, precisamente, como un gestor de la difusa “sociedad civil” pero garante del (des)orden neoliberal. En resumen: una suerte de outsider para mantener el statu quo.

El auge del macronismo a partir de su victoria en las presidenciales del 2017, supuso el declive del todo poderoso Partido Socialista francés que sumido en diversas crisis ha encadenado los peores resultados de su historia hasta estas últimas elecciones europeas en donde parece haber recuperado cierto espacio electoral. Perdiendo la hegemonía del campo político de la izquierda francesa en favor de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. Ambas organizaciones, conjuntamente con los Verdes, el Partido Comunista y el Nuevo Partido Anticapitalista han conformado el Nuevo Frente Popular, emulando la coalición de izquierdas antifascistas que gobernó Francia de 1936 a 1938. Consiguiendo convertirse en la segunda fuerza de las elecciones legislativas con el 28% de los votos superando la candidatura del presidente Emmanuel Macron, Ensemble, que ha pasado de ser la fuerza con más representantes en la Asamblea Nacional a la tercera fuerza en esta primera vuelta con el 22% de los votos.

Rassemblement Nacional lleva preparándose desde hace décadas para este momento, en una lenta pero constante transformación desde que se fundó con el nombre de Frente Nacional en la década de los setenta. Primero, Jean Mari Le Pen consiguió transitar el FN de una organización neofascista hacia un partido de ultraderecha de nuevo corte focalizado en la xenofobia anti-migración y la neurosis identitaria. Y, en segundo lugar, Marie Le Pen emprendió todo un camino de desdiabolización del partido, llegando a refundarlo con el nuevo nombre de Rassemblement Nacional, con el objetivo claro de convertirse en la organización hegemónica de la derecha nacional y abrir los candados del cordón sanitario que hasta ahora habían impedido su asalto al Palacio del Elíseo. Nadie puede ya obviar que el auge de RN no es accidente sino una expresión política asentada de un malestar mucho más profundo.

La posibilidad de que Le Pen y su candidato Jordan Bardella consigan la mayoría absoluta de representantes en la segunda vuelta de las elecciones legislativas que les permita gobernar no parece una opción ni mucho menos descabellada. La única posibilidad para evitarlo es intentar rescatar, en menos de una semana, la segunda vuelta es este domingo 7 de julio, el llamado Bloque Republicano. Unir a todas las fuerzas “republicanas” del país, retirando las candidaturas en aquellas circunscripciones donde el postulante de otra formación tenga mejores opciones de vencer al RN el domingo que viene. Un “cordón sanitario” a la extrema derecha que ha funcionado desde las presidenciales del 2002 en las que Le Pen (padre) consiguió pasar a la segunda vuelta. Y que ha funcionado siempre cuando ha consistido en retirar las candidaturas o apoyar a los candidatos de derechas para que no gobernara la extrema derecha, veremos si esta fórmula funciona cuando los electores de centro derecha tienen que votar a candidatos de izquierdas. Los antecedentes de las pasadas legislativas del 2022 no son muy halagüeños .

Solo tres veces en la historia de la V República Francesa han cohabitado un primer ministro y presidente de formaciones políticas distintas, veremos si la dupla Bardella/Macrom se suma a estas complejas excepciones. Pero más allá de si Bardella consigue o no los números para ser primer ministro, lo que está fuera de toda duda es que Rassemblement Nacional es, en este momento, el principal partido de Francia. Y que el camino de Le Pen a la presidencia francesa en 2027 parece una posibilidad cada vez más clara. Una opción que no responde a una fiebre pasajera, sino a la transformación de largo aliento que se lleva operando en la sociedad y la política francesa, en donde el RN no es tanto una anomalía, sino el producto de la crisis de régimen que vive el país galo. En donde la ultraderecha aparece como el hijo bastardo del autoritarismo reaccionario del que el Gaullismo impregnó la política de la V República y que el mismo Mitterrand llegó a calificar como golpe de estado permanente.



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