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¿Qué dos extremos?

29 de junio de 2024 00:01

Branko Milanovic, siempre provocador, acaba de escribir que Adam Smith, presentado habitualmente como padre del capitalismo, sería considerado hoy en día un economista de izquierdas. Y lo argumenta subrayando su preocupación por la desigualdad y la concentración de la riqueza.

Hasta donde sabemos, Smith, que vivió en el siglo XVIII, no ha cambiado sus postulados después de muerto, por lo que el juego que propone Milanovic sirve para medir el drástico desplazamiento de las tesis capitalistas a postulados cada vez más extremos e inhumanos.

Francamente, cuesta imaginar a Adam Smith hablando de un “monstruo horrible, empobrecedor, llamado justicia social”, como lo hizo la semana pasada el presidente argentino, Javier Milei, de nuevo de visita en España. Esta vez fue invitado y homenajeado por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, una figura siempre incómoda y amenazante para el líder de la derecha española, Alberto Núñez Feijóo.

Como tantas otras veces, Milei calificó de “verdaderamente aberrante” y “profundamente injusta y violenta” la justicia social, una idea a la que, al menos retóricamente, nadie renuncia en las filas conservadoras europeas. Marine Le Pen, la líder de la extrema derecha francesa cuyo Rassemblement National (RN) podría ganar las elecciones legislativas que se celebran a dos vueltas este domingo y el siguiente, defiende la justicia social sin problemas. Eso sí, circunscrita a los franceses blancos.

Hay veces que programas como los de Milei y Le Pen pueden parecen antagónicos, pero a menudo basta con enfocar correctamente las aversiones de cada quien para que todo vuelva a alinearse. Milei odia a los pobres y descarga contra ellos sin ningún pudor el resultado de sus dantescas políticas económicas. Sus números cuadran, porque los pobres no entran en su contabilidad. Le Pen odia a los migrantes y vuelca sobre ellos la misma furia.

El falso proteccionismo que suele achacarse al programa de RN apenas es un programa para elevar la calidad de vida de los franceses, a costa migrantes y minorías, en un marco que no cuestiona para nada el neoliberalismo financiero. No son lo mismo, pero no son tan diferentes como a ratos pudiera parecer.

Las diferencias, a lo sumo, están en los métodos. Le Pen lleva años probando diferentes combinaciones que le permitan abrir la caja fuerte del poder sin que nadie se sobresalte. Milei llegó, envolvió la caja fuerte de dinamita y prendió la mecha para hacerla saltar por los aires. Pero ambos caminan una misma vía, basada en el despojo de derechos de los más vulnerables y el blindaje de los privilegios de una minoría.

Al otro lado del tablero, cabe decir que si Le Pen gana no será por incomparecencia de la izquierda. Lo digo porque siempre hay voces dispuestas a cargarle el muerto a la izquierda, como si tres décadas de neoliberalismo desacomplejado no tuvieran nada que ver. Prácticamente todo el arco parlamentario progresista se ha unido en el Nuevo Frente Popular (NFP), desde la France Insoumise de Mélenchon a los verdes, pasando por un Partido Socialista que en las elecciones europeas dio signos de cierta recuperación.

En algunos casos, además, las fuerzas francesas han dejado atrás su inveterado chovinismo y, en lugares como el País Vasco francés, han aceptado que candidatos de fuerzas independentistas de izquierda como EH Bai encabecen la candidatura del Nuevo Frente en alguna circunscripción.

A contrarreloj, este NFP ha hilvanado un programa económico interesante que busca una síntesis siempre difícil entre la necesidad de elevar las condiciones de vida de los trabajadores y la urgencia de actuar contra una crisis climática que va a hacer que nada sea igual.

El programa contempla derogar la polémica y empobrecedora reforma de las pensiones de 2023, la congelación de los precios de bienes básicos y un aumento de las pensiones y el salario mínimo, con el objetivo de igualarlos a la subida de los precios causada los últimos años por la inflación. Habrá grandes ayudas para acompañar la transformación ecológica, área en la que se habla sin demasiados reparos de planificación, al tiempo que se propone un relanzamiento industrial que permita sacar la cabeza entre el desembarco chino y la deslealtad estadunidense.

Para financiar todo esto, el NFP propone un banco público capaz de vehicular ahorros populares, así como la recuperación de varios impuestos derogados por Macron, como el de patrimonio. También se propone, en general, una política fiscal más progresiva que dé pie a una redistribución más justa de la riqueza.

Es un plan ambicioso y, al mismo tiempo, es un programa de mínimos. Suena bien, pero no es ninguna revolución. Quizá lo firmaría hasta el propio Adam Smith. Pero es lo que marca la diferencia.

Es lo que rompe la falsa equidistancia en la que busca situarse Macron cuando critica “los dos extremos”. Es lo que reivindica el carácter emancipador y solidario de una propuesta pensada para el bienestar de todos. En el fondo, es simple: frente a quienes limitan derechos y sostienen privilegios, sólo cabe destruir privilegios y reforzar derechos.



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