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La descomposición de la sociedad argentina y Milei

29 de junio de 2024 00:04

Postulo que el fenomenal crecimiento de las ultraderechas es consecuencia de sociedades en descomposición, en gran medida por la implantación del neoliberalismo hace tres décadas. Sin embargo, no hay una única razón, sino que en cada región el fenómeno obedece a causas generales y particulares que es necesario explicitar.

Por descomposición de una sociedad entiendo tanto una pérdida generalizada de valores que la cohesionen y le den sentido, como que todos sus miembros dejen de sentirse parte de algo mayor y se identifiquen con ello. Cuando el otro y la otra pasan a ser enemigos (por sus ideas, sus opciones sexuales y de género, su color de piel, su generación o nacionalidad), las personas dejan de reconocerse como parte de un mismo conglomerado humano.

El neoliberalismo fomentó un clima de consumismo, exclusión de las personas empobrecidas, polarización social y creciente militarización, con la aparición de prácticas policiales como el “gatillo fácil”, cuyas víctimas son jóvenes pobres de piel oscura. El dominio del capital financiero y de la acumulación por despojo están en la base de estas derivas.

En el caso de Argentina encuentro tres razones adicionales que contribuyen a explicar, pero no agotan, el ascenso de la ultraderecha de Milei.

El primero es la historia larga argentina, un país dominado por una oligarquía feroz, violenta y genocida. Luego del levantamiento obrero del 17 de octubre de 1945, la cultura oligárquica (acompañada por las clases medias y buena parte de la intelectualidad) los bautizó como “aluvión zoológico”. Adjetivos que se usaron abundantemente contra la clase obrera.

Considerar a los otros como animales, como hizo el nazismo, por poner apenas un ejemplo, es un claro indicador de que no se los considera parte de la misma sociedad, de la “gente de bien”, como acostumbran a nombrarse las élites urbanas.

Aunque la oligarquía fue quebrada por la lucha obrera, su cultura permanece a lo largo del tiempo y va asumiendo diversas formas, a la vez que conserva intacto su contenido racista y clasista. Fuera de dudas, la dictadura militar (1976-1983) agudizó la polarización y la descomposición de una sociedad, en la que amplios sectores fueron insensibles al drama de las desapariciones forzadas.

La segunda cuestión son las casi dos décadas de progresismo. La generalización de los planes sociales durante este tiempo, que fueron ideados para contener la pobreza en coyunturas críticas, llevó a la neutralización de los movimientos populares como potencias transformadoras. Con el tiempo se convirtieron en administradores de esas transferencias, con toda la carga de control social, corrupción y despolitización imaginables.

Muchas personas de los propios sectores populares, como los varones jóvenes que apoyen a Milei, sobreviven en economías informales y se denominan “emprendedores”, rechazan los programas sociales, ya que los consideran privilegios sin contrapartidas.

Durante el gobierno de Alberto Fernández (2019-2023), que debió lidiar con la pandemia de covid-19, la crisis económica se convirtió en endémica, con tasas de inflación rondando 100 por ciento anual, la mitad de la población en situación de pobreza y, muy en particular, la certeza de un no-futuro para la porción juvenil de la sociedad.

En tercer lugar, en el ascenso de Milei (catapultado por los grandes medios, las corporaciones y las clases media-altas), jugaron un papel varios factores: desde la pésima gestión de la economía hasta la irrupción del feminismo que inundó las calles con cientos de miles de mujeres (en particular jóvenes) denunciando con bastante éxito los comportamientos machistas y patriarcales de muchos varones.

No quiero con esto “culpar” al feminismo del ascenso de Milei, sino entender las razones por las que tantos varones jóvenes se sintieron atraídos por su discurso anti-feminista y justificador de la violencia machista. Tanto en Argentina como en el Brasil de Bolsonaro, se produjo una brecha entre varones y mujeres jóvenes que nunca antes había sido tan profunda.

Los ataques de la ultraderecha a gays y lesbianas fueron respondidos con entusiastas adhesiones por esos varones que se sintieron desplazados por sus pares mujeres (y gays y lesbianas), cuando no protagonizaron directamente actos de violencia. Hay miles de testimonios de mujeres que fueron agredidas en la calle por portar el pañuelo verde del derecho al aborto, desmesura en la que las iglesias católica y evangélica también contribuyeron.

Podrían sumarse más factores para explicar el ascenso de Milei, como el apoyo de Estados Unidos y de Israel, de las ultraderechas europeas y de organizaciones no gubernamentales conservadoras del Norte. Pero siento que la clave está en el seno de nuestras sociedades, que aún arrastran prejuicios clasistas, coloniales y patriarcales.

Sin embargo, lo que más llama la atención, y preocupa, son esos miles de jóvenes “sin-futuro” que achacan sus problemas a otros tan “sin-futuro” como ellos. Triste pero real.



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