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El rock japonés de los 60 y 70 confluía con bandas politizadas de otras culturas

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El libro de Cortés puede conseguirse en algunas tiendas de la Ciudad de México. Foto tomadas de Instagram
29 de junio de 2024 09:31

Ciudad de México. En Barricadas A Go-Go, el periodista Julio Cortés explora la relación entre la música japonesa de vanguardia, sus vínculos con la política revolucionaria nipona y su conexión con otras geografías y espacios temporales. Si la temática del libro no ha sido completamente difundida y explorada en 2024, en los años 80, cuando Cortés era un adolescente en Santiago de Chile, el rock y la política eran términos opuestos, más allá de algunos claros antecedentes.

Izquierdistas amargados

“Desde 1984, al cumplir 13 años en plena dictadura, confluían en mí la pasión por el heavy metal con la militancia izquierdista y posteriormente anarquista. En el Chile de los 70 y los 80 el grueso de los izquierdistas eran tan antigringos que no querían saber nada de guitarras eléctricas ni canciones en inglés: pura alienación pro imperialista, según ellos. Así y todo, y como explico en un texto reciente sobre el black metal, una minoría de jóvenes izquierdistas amábamos esos sonidos, y seguimos explorando otros: progresivo, sicodelia, punk, dub, noise… De todos modos, hay que destacar que antes de 1973 Víctor Jara alcanzó a grabar El derecho de vivir en paz junto a la banda sicodélica nacional Los Blops y que artistas como Ángel Parra usaron guitarra eléctrica en algunos discos, así que los prejuicios contra el volumen y la electricidad no los tenían todos, sino sólo los izquierdistas más amargados.”

La investigación de Cortés fue elaborada en un periodo entre la búsqueda analógica y los primeros accesos a Internet, lo que equivale a decir que cada fragmento del total lleva una apreciación reveladora: “La música japonesa de ese turbulento periodo, que más o menos encaja entre 1968 y 1977, la conocí recién a inicios de este siglo, tras leer un texto de Alan Cummings en la revista The Wire, donde se explayaba en torno a esa escena de Shinjuku, y presentaba a artistas impresionantes que no conocía, como el saxofonista Kaoru Abe y el guitarrista Masayuki Takayanagi.

“De ahí en adelante estuve un buen rato dedicado a descargar discos japoneses con la aplicación Soulseek. Poco después di casualmente con el librito de Bernard Beráud sobre La izquierda revolucionaria en el Japón (edición mexicana de 1971), donde entremedio de las detalladas explicaciones sobre las tácticas de combate callejero y la evolución de los distintos grupos de la ultraizquierda japonesa, me hice una clara idea del tipo de lucha antimperialista y a la vez antiestalinista que se llevaba a cabo por allá.”

Rock y jazz

Antes de poder plantearse la posibilidad de un sonido revolucionario, el rock hecho en Japón transitó una fase previa al quiebre que les permitió una expresividad propia: “La sola posibilidad de que existiera un ‘rock japonés’, y lo mismo con el jazz, es el núcleo del problema. Al inicio se produce un fenómeno de imitación, primero con la manía que causan las guitarras eléctricas y su imagen y sonido futurista, ya desde las exitosas giras de los Ventures y los Shadows, a inicios de los 60, los imitadores de Elvis y luego de los Beatles, pero finalmente se aprecia el surgimiento de una verdadera contracultura japonesa, con mucha fuerza desde el 68, que por un lado incorpora creativamente estas influencias occidentales generando un material genuinamente nipón, y que al mismo tiempo estaba profundamente ligado al movimiento estudiantil contra la guerra de Vietnam, y a un cúmulo de luchas sociales que se dieron en ese país como parte de la revuelta global de los 60. Esa misma adaptación del rock –que a su vez derivaba del blues– a otros territorios y se da en varios lugares: los alemanes con su Krautrock; bandas francesas muy difíciles de encasillar, como Magma y Etron Fou Leloublan, o el movimiento abiertamente político del Rock In Opposition, cuyas principales bandas producían formas totalmente únicas de ‘rock’, muchas veces dialogando con el folclor, lo que ahora todos llaman post-punk y Avant Garde”.

Una banda fundamental en Barricadas A Go-Go es Les Rallizes Dénudés. Su aproximación al sonido pesado y su participación en el secuestro de un avión los convirtió en protagonistas: “Con su sonido e imagen, mito y leyenda, concentran casi todo lo que fue la revuelta global del 68 y sus ‘vidas posteriores’ (por usar la expresión de un interesante libro de Kristin Ross).

“En Japón, la afluencia de melenudos en las calles fue primero tolerada, para pasar a ser fuertemente reprimida a partir de 1969. Sus tácticas de ‘guerrilla folk’, basadas en los Panteras Negras, los estudiantes radicales alemanes y la experiencia de distintos grupos de acción y teatro callejero como los Hi-Red Center, fueron demasiado lejos a los ojos de la clase política, aunque curiosamente contaron con la simpatía de un ‘tradicionalista’ como Yukio Mishima, que incluso se atrevió a ir a discutir con los estudiantes de ultraizquierda que mantenían tomado el campus de la Universidad de Tokio.

Unos meses después del secuestro del avión Yogodo, en el que participó el bajista de los Rallizes, Mishima intentó tomar un cuartel militar para hacer una proclama incitando un golpe de Estado tradicionalista, fracasando en el intento y siendo decapitado ritualmente por sus acompañantes.

El jipi rockero japonés que rompió con la rigidez social fue considerado una amenaza para los políticos de diferentes latitudes y orientaciones: “Hoy en día nos resulta difícil imaginar que los rockeros jipis (o futen, como se les llamó en Japón) fueron en efecto vistos como un peligro enorme para el partido del orden, en el momento en que pasaron a politizarse. Por eso la leyenda dice que la CIA tuvo que intervenir enérgicamente para lograr desviar el movimiento hacia las drogas y el entusiasmo por chamanes con elementos orientales y gurúes de la búsqueda interior”.

Horrible fusión setentera

Para Cortés, la influencia del free-jazz en el mapa musical ha sido subestimada: Muchas de las bandas que llevaron el rock a sus límites en esa época estaban acusando recibo de la poderosa influencia de la obra de Coltrane, Taylor, Coleman y Ayler: es notorio en los casos de MC5, los Stooges y Velvet Underground, pero no suele mencionarse al hablar de las influencias directas del punk. Siempre he creído que el jazz y el rock deben seguir cruzándose, aunque no en la horrible versión de fusión de los 70, un pastiche con que la industria lucra bastante, sino uniéndolos en torno a la gran marea de ruido horrible en que ambos son capaces de surfear.

Si al principio de esta nota, Cortés menciona que en el Santiago de Chile de los 80 el rock y la política no se cruzaban, las revueltas de 2020 contra el gobierno del ex presidente Piñera contaron con apoyo artístico: “Me temo que los dos planos se han vuelto a separar: los artistas se creen artistas que a veces opinan de política o apoyan determinadas causas, y los subversivos políticos parecen poco interesados en el arte en sí mismo. Veo poca conciencia de que, como decía el poeta Maiakovsky, el arte revolucionario requiere formas revolucionarias. Por dar un ejemplo, durante la revuelta chilena de 2019 había muchas expresiones de arte callejero. Con unos amigos, incluyendo a dos músicos libres mexicanos, fuimos a la calle con saxofones, trompeta y otros instrumentos acompañando unos hermosos viernes de diciembre los enfrentamientos como Primera Línea Arkestra. Poco después se organizó la Barricada Sonora, que se repetía todos los viernes en el centro de Santiago, pero la convocatoria ya hablaba de músicos que hablen el lenguaje de la improvisación, y la última vez que los vi, a inicios de 2020, iban tocando mientras marchaban hacia el Museo de Arte Contemporáneo… ¡Y no precisamente para prenderle fuego!”. Cuenta la leyenda que un pequeño grupo de manifestantes autoconvocados realizaron un breve festejo sonoro a raíz del ahogamiento fatal del fallecido Piñera.

La edición aumentada de Barricadas A Go-Go, con nuevos ensayos y fotografías puede conseguirse en algunas librerías de Ciudad de México, como Volcana espacio común, Exit librería y La Polila.

 

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