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Fascismo y contrainsurgencia

28 de junio de 2024 00:01

La noticia más comentada hoy día es el avance escandaloso de las ultraderechas europeas; sin embargo, un análisis más sutil muestra claramente que hay un acoplamiento de la centroderecha (PP) con los socialdemócratas, ambos proeuropeos y muy coincidentes en resguardar el sacrosanto “espacio Shengen” de la invasión de los migrantes afroárabes. La Von der Leyen, su principal cabeza, dice claramente: la defensa de la unión pasa actualmente por “construir un bastión contra la ultraderecha y la ultraizquierda”, al tiempo que financian irresponsablemente las guerras de Ucrania y de Israel, fortaleciendo a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Así jugaron en la Segunda Guerra Mundial y produjeron 40 millones de muertos, sobre todo civiles. El sentido imperial-colonial, que forjó su “grandeza” y el despegue capitalista prevalece.

Para Antonio Gramsci, el fascismo asomó irremediablemente ante la crisis moral e ideológica de las oligarquías y su modelo dominante (crisis de 1929), agudizada por la emergencia de las izquierdas revolucionarias –la rusa en Europa y la nacionalista en América Latina (AL)–. El fascismo significó el reagrupamiento y recentralización de los objetivos dominantes, para reconquistar a la pequeña burguesía y al proletariado. La crisis exigió un reposicionamiento para reconquistar y sostener el poder. Lo cual requería de una agresiva y grandilocuente batalla ideológica, en la que predominaron nociones como “nación y pueblo elegido”, “nacionalsocialismo” y una xenofobia extrema, acompañados de actos violentos y la guerra.

Esta agresiva batalla ideológica ha estado presente en momentos determinantes como la guerra fría, las guerras sucias en AL, las doctrinas de seguridad nacional, las dictaduras. Regresó con los “seudotanques pensantes” y las reaganomics, el neoliberalismo y el fin del estado de bienestar y la desaparición del campo socialista.

En AL, el siglo XX estuvo moldeado a partir de importantes episodios revolucionarios y contrarrevolucionarios que se entrelazaron constantemente. La Revolución Mexicana dio un gran impulso a gobiernos nacionalistas que fueron objeto sistemático de golpes militares. Al big stick le siguieron la Organización de los Estados Americanos y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca; la revolución cubana abrió la utopía de la derrota de las dictaduras y el intervencionismo estadunidense.

Se impusieron las guerras sucias, las invasiones de marines, la contrainsurgencia y la Operación Cóndor, para barrer toda posibilidad, acompañados de una verborrea cristiano-nacional-democrática-libertaria para afianzar al gran capital trasnacional.

Agustín Cueva fue, sin duda, el autor que mayor dedicación puso al fenómeno del fascismo en AL. En su Fascismo y sociedad en América Latina (1978) comparó el golpismo y la guerra sucia con el terror fascista europeo. Lo definió como la dictadura del terror que el capitalismo monopolista requería e imponía en situaciones de crisis para lograr transformar al capitalismo de Estado en capitalismo monopolista de Estado.

A pesar de que, o precisamente por qué, no se contaba con un partido de masas, ni con una ideología nacional-chauvinista, ya que en el caso latinoamericano, el capital monopólico era extranjero, predominantemente estadunidense y con una doctrina de seguridad nacional. Cueva planteó para aquel momento expresiones como neofascismo, fascismo dependiente o fascismo criollo.

Para Gérard Pierre-Charles no cabía duda de que el duvalierismo haitiano cabía en esta definición con el terror de los macoutes, y el efectivo manejo ideológico religioso, la africanidad y la noción del gran negro dominante.

Ruy Mauro Marini debatió desde las nociones de la teoría de la dependencia: propuso la idea de estados de contrainsurgencia. Señaló que para establecer comparaciones entre la contrarrevolución latinoamericana y el fascismo europeo, había que subrayar el hecho de que ambos, en su momento y especificidad, constituyeron expresiones de contrarrevolución burguesa.

Pero la transformación de las burguesías con la irrupción del imperialismo estadunidense, había incidido de manera diferente en el propio desarrollo con su asimilación productiva dependiente a los mecanismos impuestos desde fuera.

Así, la burguesía criolla se convirtió en una fracción dominante dentro de su país, pero dependiente totalmente de Estados Unidos, para lo cual conformaron los estados de contrainsurgencia que desarrollaron las guerras internas.

Cueva amplió sus análisis con el texto Tiempos conservadores: América Latina en la derechización de Occidente (1987). Reflexionó sobre esta “nueva derecha”, la “democracia sin adjetivos”, el “adelgazamiento del Estado”, “mercado liberador”, que invadió a casi todos los intelectuales europeos. Aderezado de la xenofobia “necesaria” frente a la “contaminación” de las crecientes olas migratorias.

La reiterada crisis del sistema neoliberal, la devastación ecológica y la brutal desigualdad que provoca, ha abierto de nuevo las puertas de la reconfiguración fascistoide en los discursos ideológicos. Los gritos histéricos de Milei representan nítidamente esta configuración; agresivo y violento anuncia el anarcolibertarismo y arremete contra mujeres, trabajadores y todo resquicio de derecho social.

Estos libertarios, Bolsonaro, Bukele, Noboa, émulos de Trump y el Vox español, son el reflejo del desesperado intento por reconfigurar la dominación neoliberal frente a los recurrentes gobiernos “progresistas-nacionalistas”, a pesar de que sus plataformas no han afectado las estructuras nodales del capitalismo, pues buscan centralmente un mayor reparto social de las riquezas, recuperando la responsabilidad social del Estado.

Las oligarquías no están dispuestas a tolerar ni siquiera este proceso, ni poner un mínimo tope a sus tasas de ganancia. Necesitamos reactivar la “batalla de las ideas” que puso en marcha Fidel Castro en 2001.



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