Durante casi todo el siglo XX las izquierdas anticapitalistas estuvieron convencidas de que el futuro era el socialismo; no había más. Las sociedades hallarían cada una su propio camino, pero todos los caminos llevaban a ese futuro luminoso: “el presente es de lucha, el futuro es nuestro”, decíamos con el Che por la América Latina. Ese futuro murió como muerto por un rayo con el fin de la URSS. Nos quitaron el socialismo y nos quitaron todo futuro.
Al menos podíamos decir que el capitalismo no sería eterno porque toda formación social es histórica. Pero hoy trabajamos poco o nada por un futuro no capitalista.
En el otoño de 2023 el sindicato United Auto Workers (UAW) estuvo en huelga. Judy Wright, una veterana trabajadora de la industria automovilística, con 30 años en una planta de la Ford, explicó que “todo lo que pide el UAW es literalmente lo que teníamos antes”.
En efecto, casi todo lo que el sindicato pudo conseguir, lo había perdido en los 40 años anteriores: el nivel de los salarios, las prestaciones de jubilación, el derecho a la huelga; ahora había un descenso desmesurado del nivel de vida para los trabajadores jóvenes. La huelga fue un sonado éxito y los trabajadores recuperaron lo perdido: habían luchado por el pasado. Así de lejos ha estado el futuro. Para recuperar las pérdidas de los trabajadores, es preciso ganar muchas batallas al neoliberalismo. Hay que ganar el pasado a como dé lugar. En el futuro está el pasado. La batalla se halla en los prolegómenos.
El jueves de la semana pasada, también en Estados Unidos, la Superma Corte favoreció a la empresa Starbucks en una decisión contra Starbucks Workers United (SBWU), filial del Sindicato Internacional de Empleados de Servicios que ha organizando 440 locales sindicales de Starbucks desde diciembre de 2021. La decisión facilitará a la empresa el despido de trabajadores por sindicarse. SBWU busca defender con la huelga el derecho de huelga y, más básicamente, el derecho a sindicarse. Una clara lucha por ganar el pasado.
Innumerables luchas deben darse en el espacio de la política económica instrumentada por los gobiernos. En Argentina es imposible porque los trabajadores están por ahora impedidos de incidir en ese espacio. El pasado miércoles, Milei declaró “estar optimista” por la situación económica del país. Como siempre, dijo ser “reconocido internacionalmente por el éxito de su combate a la inflación y la reducción del riesgo país”. Como siempre acusó a “la casta” de intentar “desestabilizar” la economía con las protestas (brutalmente reprimidas) de hace dos semanas contra la Ley Bases, uno de los proyectos principales de su gobierno. “La política se metió en el medio e hizo saltar el riesgo país hasta mil 600 [puntos], porque hay un intento flagrante en la política de desestabilización. Esto mantiene alta la tasa de interés y hace que la salida [de la inflación] sea más lenta”, dijo. Declaraciones lunáticas que son el pan de cada día. En tanto, la condición de vida de los argentinos de abajo retrocedió a un pasado lejano. La lucha por el pasado perdido está lejos de empezar. El hecho mayor es el hambre de tantos, debido a la inflación galopante y la escasez. Pero el gobierno de Milei aleja la economía de poder producir los satisfactores necesarios a la vida de la población.
No existe una varita financiera mágica (tal déficit fiscal, tal tipo de cambio, tal tasa de interés), que acabe con la inflación y vuelva a hacer fluir el proceso productivo. El sentido profundo de la inflación es un desacuerdo fundamental sobre la distribución del producto entre la clase capitalista y las clases asalariadas y, además, decisivamente, el mismo desacuerdo, pero entre los capitalistas (locales y extranjeros), todo expresado en el plano monetario. El restablecimiento de la estabilidad requiere la restitución del acuerdo perdido. El gobierno tiene que ser la fuerza mediadora entre esos segmentos sociales, para revertir la inestabilidad social y política en la que ese desacuerdo se expresa.
La crisis está muy lejos de la comprensión de Milei. Seguirá en su empeño ultraderechista. Tal como se ven ahora las cosas en Argentina, es preciso que las corrientes del peronismo discutan el fondo sociopolítico de la inflación, se pongan de acuerdo, propongan un programa a la nación argentina para su recuperación, ganen nuevamente el gobierno, y avancen en un acuerdo social y político para la estabilidad. Es preciso identificar a los segmentos del capital que están resultando gananciosos de la inestabilidad, y hacérselo entender a todos los demás. Es una lucha por ganar el pasado lejano cuando había mínimos entendimientos que preservaban una estabilidad básica para todos.
Es más claro que nunca: los grupos sociales históricamente excluidos tienen que entrar a la disputa por el Estado, ganar un espacio amplio de negociación ahí, para mantener los derechos ganados en el pasado y poder plantearse nuevamente la lucha por un futuro que no sea el pasado.