Julian Assange, el fundador de Wikileaks, el hombre que desnudó ante el mundo las prácticas abominables de los gobiernos de Estados Unidos y de muchos otros países, está libre ya. Tras más de cinco años de permanecer injustamente encarcelado, la tarde de ayer abandonó la prisión londinense de Belmarsh y abordó un avión hacia su natal Australia.
El gobierno de Washington cubrió la formalidad jurídica mediante un acuerdo para que el informador se declare culpable sólo por un cargo de espionaje –de las 17 imputaciones que enfrentaba por parte del Departamento de Justicia estadunidense–, que implicaría una pena máxima de 10 años, de los cuales Assange ya había cumplido más de la mitad. Hoy deberá presentarse ante una corte de Saipán, en las Islas Marianas del Norte, una base estadunidense situada cerca de Australia, con lo que la persecución en su contra cesará de manera definitiva.
Pero la implacable persecución contra Assange no iba dirigida contra un espía –pues nunca lo fue–, sino contra el mayor protagonista y exponente de la libertad de expresión y del derecho a la información en la época actual, y esa persecución exhibió la naturaleza autoritaria, represiva y mendaz no sólo de Estados Unidos, sino también de gobiernos que igualmente se dicen demócratas y defensores de los derechos humanos, empezando por el de Suecia, que colaboró inicialmente en la cacería contra el fundador de Wikileaks al inventarle acusaciones por delitos sexuales con el propósito de detenerlo para darle a la superpotencia tiempo para procesar un pedido de extradición; el del Reino Unido, que lo mantuvo encarcelado sin más motivo que complacer a Washington; el de Francia, que le negó el asilo, y el de Ecuador, cuyo ex presidente Lenín Moreno traicionó los principios elementales del asilo al pedir a la policía londinense que desalojara a Assange de su embajada, después de que el australiano había permanecido refugiado en ella durante siete años.
El prolongado acoso, que empezó en diciembre de 2010, fue en realidad una venganza de la Casa Blanca, entonces ocupada por Barack Obama, por las revelaciones de Wikileaks al mundo; en ellas, el gobierno estadunidense quedó exhibido como perpetrador de crímenes de guerra, corruptor de otros gobiernos e injerencista sempiterno. Por esas revelaciones fue también encarcelada la exmilitar estadunidense Chelsea Manning, quien pasó siete años en prisión. El ejemplo de Assange y de su organización alentó un ciberactivismo de investigación y denuncia que tendría su siguiente gran exponente en Edward Snowden, un ex empleado de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) que protagonizó un nuevo ciclo de revelaciones escandalosas sobre el carácter delictivo del gobierno estadunidense y de sus más estrechos aliados en materia de espionaje masivo y global (Australia, Canadá, Reino Unido y Nueva Zelanda) en prácticamente todo el mundo.
Tras la revelación de los Cables del Departamento de Estado, Assange y Wikileaks eligieron a La Jornada para entregarle 2 mil 995 informes enviados por la embajada de Estados Unidos en México al Departamento de Estado, con el propósito de convertirlos en textos periodísticos, mismos que fueron publicados en este diario entre febrero de 2011 y agosto de 2012.
La información contenida en ellos reveló en toda su crudeza la supeditación de la clase política mexicana de esa época –empezando por Felipe Calderón Hinojosa, quien detentaba el Poder Ejecutivo– a la potencia vecina, su absoluta carencia de sentido de nación, su frivolidad y su corrupción.
El país pudo hacerse entonces una idea mucho más precisa de la decadencia cívica y la descomposición institucional que proliferaban en el poder público. Desde esa perspectiva, fue inestimable la contribución de Assange a la democratización de México y a la superación de los gobiernos del ciclo neoliberal. Por eso, la lucha por la liberación del informador australiano ha sido una causa de la sociedad mexicana. No lo ignoraba el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien en repetidas ocasiones abogó por la excarcelación de Assange, tanto ante Donald Trump como ante Joe Biden. Son muchas las sociedades que le deben al fundador de Wikileaks el conocimiento de hechos y situaciones dolorosas e indignantes sobre los extravíos del poder en sus respectivos países.
Por eso, Julian Assange es un héroe mundial de la transparencia, la libertad de expresión y el derecho a la información, y su liberación pone fin a una de las más aberrantes injusticias que se hayan cometido en contra de un informador resuelto a llevar hasta sus últimas consecuencias, y a costa del sacrificio propio, la lucha por la verdad. Esta casa editorial lo saluda con afecto y se congratula por su liberación.