Por esas cosas raras de la vida, que cantara el genial ecuatoriano Julio Jaramillo del sabroso vals peruano Que nadie sepa mi sufrir, compuesto en 1927 por los argentinos Ángel Cabral y Enrique Dizeo, ayer me encontré, haciendo las veces de improvisado marcador del libro de un sabio chino, la entrevista que le hiciera al matador peruano Andrés Roca Rey en un hotel de la ciudad de Tlaxcala el primero de noviembre de ¡2015!
No pocos considerarán que transcurridos ocho años ocho meses se le quita actualidad a cualquier nota, pero hay ocasiones en que la claridad de ideas y la permanencia de conceptos, aunadas a la notable evolución profesional que ha tenido el diestro entrevistado, otorgan a esa charla una vigencia sin desperdicio. Compruébelo el lector y discúlpeme el torero.
“Desde mi bisabuelo, ganadero modesto −comenzaba un joven de 19 años recién alternativado, ante la mirada atenta de Manolo, su fiel mozo de espadas y de una señora pensante de perturbadores ojos−, mi abuelo, empresario de la Plaza de Acho, mi tío abuelo aficionado práctico, mi tío rejoneador y mi hermano matador, he escuchado y vivido la tauromaquia desde que tengo uso de razón. Cierto que en Perú se dan centenares de festejos taurinos al año, además de los formales, pero no ha habido una figura peruana de nivel internacional.”
“Si logras ser figura en España −añadía con notable seguridad− lo eres en todo el mundo. Lo importante es ir a España y buscar el aval de profesionales y público. Con 14 años me fui por dos meses la primera vez. Al año siguiente lo hice de nuevo y a los 16 ya pude irme a vivir a España con el matador José Antonio Campuzano, a quien había conocido en Perú. Pero ya a los siete años me había enfrentado a mi primera becerra, de Rafael Puga, como regalo de cumpleaños y a los 10 maté mi primer becerro. Siempre decía: ‘quiero ser torero’ sin saber realmente lo que decía. Mi padre me lo puso claro: ‘si eres feliz, nosotros seremos felices. Debes irte a España; aquí no serás nada’. Y me fui de verdad. Me dolió dejar a mi familia pues sabía que no iba a volver en mucho tiempo o quizá nunca.
“Para sacar la inteligencia hay que luchar por aquello que quieres ser; no creo en superdotados sino en acumular esfuerzos tras una meta. Mi vocación taurina es paralela a mi esfuerzo. Facilidad y capacidad son muy diferentes. La facilidad es de doble filo; el arte está en demostrar que aquello no es fácil de ninguna manera. Vender no es recurso fácil pues el público siente cuando estás vendiendo sin verdad, la verdad del toreo es sentir y hacer sentir. Perder la razón es muy importante en el toreo, y arrollar la condición para enloquecer a los públicos. Me gustan mucho las suertes capoteras mexicanas, son tan vistosas como difíciles. Mi hermano Fernando y el matador peruano Luis Miguel Rubio, que estuvieron en México, me enseñaron varios quites de aquí. Al toreo lo veo como salir a la plaza a jugarme la vida de verdad.
La tauromaquia la puedes ver de muchas formas. Divertirse es un nivel superficial, pero emocionar es más importante y muy difícil. El mundo evoluciona cada día y la fiesta tiene que evolucionar pero lo que se hace en el ruedo así se debe quedar; lo de afuera debe cambiar. Por eso a la fiesta le urge salir de las plazas y presentarse en otros medios para contrarrestar prejuicios y prohibiciones. En esta profesión es muy importante tener un profesional a tu lado que haya vivido lo que estás viviendo
, concluía Andrés Roca Rey la charla, antes de irse a su involuntario escondite, por unos años, entre las esclarecidas páginas de un libro de Lin Yutang.