A finales de 1978 un grupo de intelectuales del Partido Comunista Mexicano asistimos a un congreso sobre capitalismo contemporáneo celebrado en Moscú, capital de la fenecida Unión Soviética. No estoy muy seguro de que todos fuéramos intelectuales, pero al menos sí lo eran el lúcido Enrique Semo y el cosmopolita Roger Bartra, quien entonces era marxista y ahora goza de las delicias del capitalismo al igual que Mario Vargas Llosa.
En Moscú y en otras ciudades de la URSS me sorprendió que en los círculos oficiales y de gobierno nadie hablaba de un caballero llamado José Stalin; pronunciar su nombre parecía provocar en los oyentes un principio de hemorroides o de tosferina. Yo mismo en el congreso mencioné el nombre de ese caballero y los oyentes reaccionaron como si yo les hubiera dicho: tengo rabia y vengo a morderlos. Lo bueno es que se repusieron y me perdonaron mi herética alocución.
Lo que se pretendía en las esferas oficiales era borrar en la memoria popular la imagen de Stalin, ya que causaba molestia y escozor en la mayoría de la población. Me asombró que un hombre tan poderoso y famoso en la historia universal empezara a ser desconocido por las nuevas generaciones. Sin embargo, en algunos encuentros con ciudadanos comunes y corrientes éstos recordaban a Stalin como benefactor del pueblo y vencedor de las hordas nazis.
Creo que la señora ingeniera Xóchitl Gálvez no entendió que ser respaldada por el PRI, el PAN y el cadáver insepulto del PRD era precisamente una gran desventaja para ella. En la memoria colectiva de los mexicanos y en diversos grados e imágenes ha quedado grabada la obsesión compulsiva por la represión antipopular de esas organizaciones y el hecho de haber sometido a la población de este país a la precariedad, la pobreza y el hambre.
Es como si para conseguir la simpatía de varios niños les presentara al conde Drácula, el hombre lobo y el monstruo de Frankenstein.
Por eso creo que la doctora Sheinbaum con objeto de demostrar su gratitud debería ordenar construir tres monumentos a las siguientes personas: Marko Cortés, Jesús Zambrano y el señor Alito Moreno.
En el caso del partido Morena, no hay que olvidar que esta organización padece una auténtica plaga de chapulines provenientes de los tres partidos mencionados y la mayoría de estos saltapartidos no han abandonado sus viejas tácticas de vasallaje frente al poder de las clases dominantes. Es de suma responsabilidad que los luchadores sociales y hombres honestos que también integran las filas de Morena logren un auténtico viraje a la izquierda, asegurando así la democracia interna; de no ser así, Morena puede ir enfermándose letalmente de perredismo, y pasar a la historia como otra tentativa fracasada en la emancipación de los trabajadores. Lo que ocurrió el 2 de junio ha sembrado multitud de esperanzas en la mayoría de la población mexicana y es de esperar que fructifiquen y lleguen a convertirse en una meta anhelada y concretada. En alguna ocasión un hombre que a final de cuantas no era de izquierda, Vicente Lombardo Toledano, declaró que el camino está a la izquierda y en ello tenía razón, porque sólo en ella puede lograrse la realización de lo que los zapatistas llaman “mandar obedeciendo”, lo que implica la autogestión de los trabajadores, su autogobierno y la plena satisfacción de sus potencialidades como agentes de verdaderas transformaciones. Si alguien plantea que esta afirmación es utópica, habría que recordarle que como declama en un canto Joan Manuel Serrat (con base en un poema de Antonio Machado) “se hace camino al andar”, y como apuntó Max Weber: hombres y mujeres sólo logran lo posible en busca de un imposible.
Los funcionarios del gobierno actual mencionan con frecuencia las fechorías del Pritanic alegando que no son iguales a los dirigentes de este malogrado partido; esperamos que así sea.