No es novedad que en épocas electorales los migrantes sean utilizados como chivos expiatorios por los contendientes convencidos de que, a mayor dureza y crueldad en contra de este conjunto de personas, mayor porcentaje de votos a su favor. Por un lado, el muy seguro aspirante Donald Trump, al que no parece afectarle la imputación de cargos en su contra, y por otro lado Joe Biden, han llegado a un punto en que resulta difícil distinguir entre un republicano y un demócrata cuando de migración se trata.
Biden ha decidido avanzar, a partir de medidas ejecutivas, hacia el reforzamiento de la frontera sur de Estados Unidos aplicando un conjunto de estrategias que son las “más estrictas que se hayan aprobado hasta la fecha” y que se van a traducir en cantidades extraordinarias de repatriaciones de las personas que se encuentren en la línea divisoria con México. La frontera se cerrará cuando las detenciones de migrantes sin documentos pasen de 2 mil 500 en un día.
¿Alguna diferencia con la propuesta de Trump, cuando asegura que hará las mayores deportaciones, no sólo de migrantes irregulares, sino también de legales? No, porque de lo que se trata es de plantear un escenario de supuesta invasión y, por lo tanto, hay que reforzar la seguridad fronteriza, pero al mismo tiempo sirve para aterrorizar a los migrantes y así aumentar su vulnerabilidad.
Pero en las mismas se encuentra la Unión Europea, que el 9 de junio tuvo elecciones y, como se suponía, el próximo Parlamento Europeo será liderado por mayorías de los partidos de derecha y ultraderecha. En este contexto se encuentra la propuesta conocida como Pacto de Migración y Asilo, que rompe con los valores y principios de solidaridad sobre los cuales se construyó la unión. Prácticamente se les impide alcanzar refugio y asilo y se les envía a terceros países, los que por supuesto no ofrecen ninguna estancia segura, o bien se les deporta.
Esas estrategias tienen el fin de desviar la atención de su verdadera pretensión, que es poner en marcha un modelo que llevaría, como bien señala Vicenç Navarro, a “la desaparición de la democracia liberal y su sustitución por sistemas autoritarios con vocación dictatorial”. Es decir, lo que se pretende, como salida de la crisis que sigue sin resolverse, es profundizar aquellas políticas que han generado enormes desigualdades, que enriquecieron a los multibillonarios del mundo, al tiempo que se fueron precarizando cada vez más las grandes mayorías. La peor parte la pasan los países del sur global, lo que explica los enormes flujos migratorios.
Si los grupos políticos de la derecha y ultraderecha han encontrado en el odio contra los migrantes y su criminalización un elemento que los unifica, aglutina y les permite obtener gran cantidad de escaños, y a los que, extrañamente, se asigna un enorme poder al invertir millones de euros y dólares para detenerlos, entonces la izquierda debe hacer exactamente lo contrario y desmontar lo que se ha convertido en un señuelo perverso, injusto y totalmente falto de humanidad.
La izquierda debe revertir su discurso y con datos contundentes, que los hay de sobra, testificar que la estrategia correcta es incorporar productivamente a los migrantes, porque no sólo no quitan empleos a los nativos, sino que los promueven. No hacen uso de los programas sociales en exceso; por lo contrario, contribuyen con sus impuestos a su ampliación. No son criminales, no son delincuentes; las comunidades migrantes son las más tranquilas, porque son conscientes de lo que significa ser refugiado.
Pero algo más importante: es imperativo desplegar un nuevo discurso y una nueva política migratoria, no sólo porque es útil, inteligente y justo incorporarlos a la sociedad con plenos derechos y para beneficio mutuo, países receptores y migrantes, sino porque se ha demostrado fehacientemente que ante los terribles conflictos demográficos que viven los envejecidos países del norte global, la única manera de enfrentarlos y evitar que en un futuro, no demasiado lejano, desaparezcan esas sociedades del mapa, la estrategia correcta es admitir, acoger y recibir a personas migrantes. Ni elevar la productividad ni elevar los años para la jubilación han sido políticas exitosas para esos países.
La migración no es un problema, es la solución.