Inútil cónclave, los modestos resultados de la conferencia en temas incluidos en prácticamente todas las iniciativas de paz, más de una decena, que se han formulado –seguridad alimentaria, radiactiva y nuclear, así como cuestiones humanitarias (intercambios de prisioneros y devolución de niños, sobre todo), tres de los 10 puntos de la Fór-mula para la Paz de Zelensky, que el Kremlin califica de ultimátum–, dependerán de la capacidad de los mediadores para facilitar entendimientos por separado, como sucedió con el llamado Pacto de los Cereales, sellado en Estambul gracias a Turquía y la ONU.
Tanto Rusia como Ucrania, volcados en sumar apoyos de la comunidad internacional, hablan demasiado de la reunión suiza; los primeros, para minimizar su importancia por la ausencia de China, Brasil, Arabia Saudita y otros países clave; los segundos, para destacar la formación de una coalición de 80 países que la ayudan o se mantienen neutrales.
Para el siguiente otoño, Pekín y Brasilia promueven celebrar su propia conferencia en torno a la premisa compartida por ellos de que hay que sentar a negociar a Moscú y Kiev después de establecer un alto el fuego que permita mantener las posiciones de ambos en los campos de batalla, pero rusos y ucranios, al más alto nivel, rechazan congelar la guerra y dejan claro que cesar hostilidades de modo temporal, sin solucionar sus controversias de fondo, sólo daría un respiro al enemigo para preparar nuevos soldados y rearmarse con el fin de continuar los combates en condiciones más favorables.
En síntesis, es impensable que Moscú y Kiev se sienten a negociar mientras sigan empecinados en creer que aún pueden vencer en los campos de batalla o, al menos, no hay motivos para tirar la toalla; uno porque aún tiene recursos para financiar su campaña militar, y el otro porque cuenta suficiente armamento de Estados Unidos y sus aliados.