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El Occidente en decadencia sigue siendo modelo

14 de junio de 2024 00:02

La profunda opacidad que presenta el mundo actual nos impone por lo menos dos tareas permanentes: poner en duda los análisis unilaterales que tiendan a simplificar realidades complejas y, por otro lado, consultar fuentes diversas, que incluso se contradicen entre sí, para ofrecer al menos un panorama que permita despejar las tinieblas que ciegan nuestra comprensión.

Semanas atrás comentamos el libro de Emmanel Todd La derrota de Occidente, en el que asegura que el declive de nuestra civilización es inevitable. En ese trabajo considera que el despegue de Europa y Estados Unidos estuvo íntimamente relacionado con el auge del protestantismo, por su apoyo a la educación que hizo posible la eficiencia y productividad de los trabajadores.

Pero la “desaparición de los valores protestantes”, sigue Todd, ha llevado al fracaso educativo, al desorden moral y a la huida del trabajo productivo que habían propiciado las prácticas de esa religión.

El escritor libanés Amin Maalouf acaba de publicar El laberinto de los extraviados (Alianza Editorial), en el cual avanza otras hipótesis que no coliden con las de Todd, y que pueden ser incluso complementarias. Sostiene que durante cinco siglos “la dominación de Occidente y más concretamente de Europa, no se cuestionaba. Quienes se oponían a Occidente eran humillados y vencidos. Esto ha cambiado”, concluye (El Diario, 4/6/24).

Al igual qu e Immanuel Wallerstein, asegura que Occidente ya no es hegemómico, pero nadie ejerce ese papel en los últimos años. Agrega que ya ninguna potencia tiene capacidad de resolver los conflictos, como el de Israel contra Palestina, pero tampoco pueden impedir que estallen. Por esa razón, dice que “la humanidad pasa hoy por uno de los periodos más peligrosos de su historia.

Creo que uno de los puntos más fuertes de las entrevistas que concedió a varios medios esta semana, es su tremenda afirmación de que la decadencia de Occidente afecta a todo el planeta.

“El declive de Occidente es real, pero ni los occidentales ni sus numerosos adversarios son capaces de conducir a la humanidad fuera del laberinto en el que anda perdida” (El Confidencial, 3/6/24).

Sigue: “Los adversarios de Occidente no tienen realmente modelos que proponer. Tienen críticas al modelo occidental, sobre el papel desempeñado por Occidente, porque Occidente intenta acaparar las decisiones en el mundo entero. Pero no hay modelo alternativo”.

Por eso dice que el naufragio no es sólo de Occidente, sino global, “del conjunto de las civilizaciones”. Junto con Estados Unidos y la Unión Europea, señala que también Rusia presenta un declive ya que enfrenta problemas similares al de las demás potencias. En el caso de China, Maalouf destaca que sigue el modelo occidental, no sólo el capitalismo, sino también el neoliberalismo y la acumulación por despojo.

El riesgo de una tercera guerra mundial es “real” para Maalouf, en particular porque las sociedades no quieren admitir los riesgos evidentes, que pueden palparse en el frenético desarrollo de nuevas armas por parte de las grandes potencias.

En mi opinión, el duro aserto de Maalouf sobre la inexistencia de alternativa al modelo occidental, o sea al capitalismo, es enteramente acertado y la realidad actual es similar a los conflictos interimperialistas que llevaron a la Primera Guerra Mundial en 1914. Resulta penoso observar cómo movimientos que fueron revolucionarios, ahora celebran el ascenso de China y algunos consideran ese país como socialista y a sus dirigentes como marxistas. Esto forma parte de la fenomenal confusión existente en el campo emancipatorio.

La segunda cuestión es el tremendo arraigo del colonialismo en el pensamiento crítico, que no consigue ver más allá de los estados-nación como espacio de los cambios y transformaciones revolucionarias. Por un lado, los estados en América Latina son una evidente herencia colonial, están estructurados de modo jerárquico y patriarcal, y no pueden ser cambiados ni refundados, como pretenden algunas corrientes del progresismo.

Por otro, la experiencia histórica nos dice que las revoluciones triunfantes que se circunscribieron a las fronteras de los estados no pudieron avanzar en las transformaciones deseadas. Alguna conclusión debemos sacar de más de un siglo de revoluciones centradas en los estados que nunca pueden ser democráticos ni democratizados. ¿Alguien puede imaginar siquiera la democracia en los ejércitos y las policías? ¿O en el sistema de justicia?

Las alternativas que Maalouf no encuentra en China ni en Rusia ni en Irán, podemos rastrearlas en los pueblos organizados que resisten y crean mundos nuevos, en muchos rincones de nuestro continente. Ciertamente, no es suficiente para tumbar el sistema capitalista, por eso el EZLN apunta trabajar desde hoy para que en 120 años, siete generaciones, las personas que van a nacer pueden elegir con libertad su futuro.

No hay atajos institucionales ni partidistas.

 



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