Uno. Una señora que bajo su espeluznante peinado oculta ideas inconfesables atribuyó el triunfo de Claudia Sheinbaum a la “escasa pedagogía democrática” de los mexicanos. Un señor mediático que padece de aporofobia crónica, manifestó que nuestra ciudadanía sería de “muy baja intensidad”. Y ambos, junto con el seudohistoriador que se especializa en buscar antisemitas en cada nopal del territorio nacional, calificaron de mero logro electoral lo que fue una contundente victoria de la política.
Dos. Hay dos caminos para impulsar un cambio social profundo: 1) elegir libremente a quienes el pueblo siente que defiende sus intereses; 2) sugerir que la democracia es cosa de meritócratas, o que es posible cambiar el mundo sin tomar el poder.
Tres. El primer camino obliga a entender que la historia sirve para leer el presente y el futuro, tal como AMLO hizo una y otra vez. Y el segundo es propio de los que lamen el caramelo de palo del “anarcosocialismo”, “antipartidismo”, “antipopulismo”, “anarcocapitalismo”, “antiestatismo”, tanto da.
Cuatro. Lo trascendente: en un país donde votar no es obligatorio, casi 36 millones (60 por ciento del electorado, casi), eligieron el primer camino, haciendo caso omiso de los que no se sienten acicateados por la deprimente necesidad de ganarse el pan, acá y ahora.
Cinco. Por derecha, los empecinados en tomar decisiones consultando a los piratas de Wall Street. Por izquierda, los “antisistémicos” que confunden a los jóvenes con aquello de que la política sería un desierto lleno de espejismos, trampas, corrupción y vastas soledades.
Seis. ¿Dónde está escrito que la democracia es moneda de cambio del clasismo abstracto y pueril? Se requiere de mucho odio de clase y de mucho ideologismo barato, para bajar el precio a la gestión de A MLO y la victoria de Morena, liderada por Claudia.
Siete. Mañanera tras mañanera, frente a un Occidente que emana azufre, racismo, muerte, y los tóxicos gases de una economía monetarista empeñada en vaciar de su memoria a los pueblos, AMLO nos recordó que este país se forjó en las luchas de Hidalgo y Morelos, los liberales revolucionarios de la Reforma, la derrota militar del segundo imperio, y el fusilamiento de un pavo real europeo junto con los traidores a la patria.
Ocho. Cuando en el siglo pasado las potencias capitalistas dirimían sus diferencias en momentos cruciales (guerras mundiales, nazifascismo, globalización), México mostró el poder de sus arrestos: revolución y reforma (1911/17), cardenismo (1934/40) y –al César lo que es del César– el alzamiento neozapatista que rayó la cancha del entonces llamado Consenso de Washington (1994/2000).
Nueve. En el frente externo, AMLO convalidó que la política internacional es la política: en 2019, salvó las vidas de Evo Morales y Álvaro García Linera, presidente y vice de Bolivia; en 2021, celebró el 238 natalicio de Simón Bolívar en el emblemático castillo de Chapultepec; en 2022, condenó el golpe contra el presidente de Perú, Pedro Castillo; en 2023, condecoró con la Orden del Águila Azteca al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, y viajó a Chile para honrar la memoria y el ejemplo de Salvador Allende, asesinado 50 años atrás.
Diez. Frente a las ofensivas de la CIA en Nicaragua, México tomó distancia de la impresentable pareja que gobierna en el país centroamericano, y de los ex sandinistas financiados por la USAID. Frente a la Venezuela bolivariana, aplicó el principio de no intervención, y tras el asalto a nuestra embajada en Ecuador, rompió relaciones con un gobierno dominado por el narcotráfico. Asimismo, AMLO cerró filas con el presidente de Colombia, Gustavo Petro, y calificó de “facho” al payaso que en Argentina está a punto de que le metan un chaleco de fuerza para que deje el poder. Finalmente, México no se sumó a la ofensiva de la Organización del Tratado del Atlántico Norte contra Rusia, y apoyó la iniciativa de Sudáfrica para condenar a Benjamin Netanyahu, genocida del pueblo palestino.
Once. Un legado que, estamos seguros, Claudia sabrá enriquecer, a despecho de los que desde ya, afilan sus navajas. Empezando por el añoso y corrompido Poder Judicial y los letales alcances de la especulación financiera.
Doce. AMLO demostró que para impulsar un cambio social profundo, hay que hacer política sin premisas foráneas, y huecas expresiones de redención social. Y para ello, supo llamar por su nombre a las cuatro patas de la mesa que sostiene cualquier proyecto político, comprometido con los intereses populares: conciencia, dignidad, honestidad, y patriotismo. Porque sin esto (y lo mero mero principal) nada tiene sentido.