Recién llegado a Oaxaca, el joven Benito tuvo la fortuna de que su hermana lo colocara como sirviente de Antonio Salanueva, “hombre honesto y muy honrado –escribiría en sus Apuntes– que ejercía el oficio de encuadernador”. El taller fue la escuela de Juárez, y los biógrafos ponen énfasis en lo que aprendió de Salanueva, y luego en el seminario y en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, pero no he leído a ninguno que intente analizar el entorno social y cultural de sus 12 primeros años, ni del hecho de que mantuviera nexos con los zapotecos durante años.
Los españoles y sus aliados dominaron los Valles Centrales de Oaxaca relativamente rápido, pero los zapotecos, chinantecos y mixes de la Sierra Norte no se sometieron: y es aquí donde aparece el carácter de los serranos, que en su mayoría nunca fueron tributarios de Monte Albán, ni de los señoríos mixtecos ni de la Triple Alianza. Dice Enrique Semo que “la conquista española de la Sierra Norte de Oaxaca fue uno de los episodios más sangrientos y prolongados del siglo XVI”. En comunidades agrícolas poco estratificadas (aunque los restos arqueológicos de Chicomezúchitl o Nexichoo me obliguen a matizarlo) al parecer de agricultores libres dedicados a la economía de subsistencia. Los caciques tenían una influencia temporal y limitada que se debía a las constantes “guerras”. Celosos de su libertad, los serranos rechazaban tributos injustos o poderes abusivos.
Las “entradas” a la sierra, desde Tehuantepec o Oaxaca buscaban las fuentes del río Papaloapan, en los actuales municipios de Ixtlán, Ixtepeji, Chicomezúchitl y Guelatao. El corazón de la sierra. La primera entrada, encabezada por un tal Briones en 1521, fue un rotundo fracaso. Cuenta el historiador oaxqueño José Antonio Gay:
“La provincia rebelde se internaba cosa de 50 kilómetros en las penosas sierras del norte de Oaxaca, atravesando laderas cortadas por precipicios, rodeando inaccesibles peñascos y cruzando con frecuencia boques humedecidos continuamente por el rocío y la lluvia. En estas montañas las sendas son estrechas y el paso se ve impedido muchas veces por obstáculos que de ningún modo pueden franquear las caballerías; y como el declive es rápido… aun los que marchan a pie corren grave riesgo de dar una caída y rodar hasta una profundidad espantosa. En una de estas terribles gargantas marchaban uno a uno los soldados de Briones… cuando los acometieron los mixes. Saliendo éstos de sus barrancas y bosques, armados con sus grandes lanzas y sus excelentes escudos… no fue necesario más para desconcertar a los españoles, que desde el primer momento se declararon en completa derrota: los unos rodaron en las cuestas; los otros se enredaron en los bejucos… los muchos salieron heridos, y el mismo Briones llevó un flechazo.”
Gonzalo de Sandoval, jefe de Briones, negoció una paz que reconoció a los serranos el dominio real de sus tierras, pero en las décadas siguientes los intentos de entradas y las rebeliones se sucedieron con frecuencia. En el Lienzo de Chicomezúchitl (documento que requeriría otro artículo) Carmen Cordero encuentra el epicentro de otra rebelión en Ixtepeji y Guelatao, quizá en el marco de la rebelión serrana iniciada en 1560 (en la que muchos zapotecos de los valles lucharon del lado español). Justo un siglo después estalló la mayor rebelión indígena en territorio oaxaqueño, iniciada en el istmo y secundada por más de 200 pueblos de la sierra, que habían sufrido el impacto de las epidemias y la política extractiva del imperio español, que causaron un significativo descenso en la demografía.
Dentro de este panorama se enmarca la lucha de San Pablo Guelatao por la tierra. El expediente de ese pueblo en el Archivo General Agrario muestra que los vecinos de Guelatao participaron en varias de esas rebeliones y que al menos desde 1632 exigieron que se les reconociera la propiedad comunal de sus tierras de labor y sus bosques para la recolección y el pastoreo, exigencia que no cesó en los siguientes 350 años. Según las tradiciones de Guelatao, sus habitantes son “zapotecos legítimos de la rama de Chicomezúchil, de quienes se desprendieron en una época no fijada”, antes de la irrupción española.
Este es el entorno y esta la tradición en que se crio Benito, esa la comunidad de la que según sus Apuntes no quería separarse y de la que siempre se sintió orgulloso (20 veces lo reitera en sus Apuntes, 20 veces lo escribe en otros textos). Ese el entorno zapoteca al que varias veces regresó. Curioso que cuando la teoría de la biografía insiste en poner énfasis en estos aspectos, los biógrafos de Juárez los pasen por alto olímpicamente (incurrí en ese pecado, en la biografía que publiqué en 2007).
Permítanme un tercer artículo para contar dos eventos que muestran su relación directa con indígenas insumisos: el de su defensa del pueblo de Loxicha en 1834, que lo llevó a la cárcel, y el muy significativo caso del despojo de las salinas de Tehuantepec contra los zapotecos del istmo en 1842 y que a partir de 1847 enfrentaría al gobernador Juárez con una rebelión indígena y con las ambiciones imperialistas estadunidenses.