La migración es un fenómeno social, es una consecuencia, un efecto. Empezamos mal si lo consideramos como un problema o hablamos de crisis migratorias. No se puede hablar, e insistir, como se ha hecho últimamente, en que hay que intervenir en las causas de la migración y al mismo tiempo hablar de la migración como problema, es una contradicción.
El problema de la migración es que se le trata como una dificultad y desde ahí empieza a configurarse el estigma, a marcarse las diferencias, a limitarse los derechos.
La migración es como la evolución, es algo consustancial al hombre, a la humanidad y a la sociedad pasada y presente. Por eso se la considera un derecho humano. Los estados nación pretenden arrogarse el derecho de ingreso, pero en la práctica están perdiendo la batalla. Esas personas están ahí, viven ahí, trabajan ahí, pagan impuestos ahí, hablan el idioma de ahí, tienen familia ahí, se casan ahí, tienen hijos ahí, pero… no son de ahí.
El “problema” de que en Estados Unidos haya más de 12 millones de migrantes indocumentados, viviendo y trabajando en ese país, por décadas, es su política de desarraigo, que mantiene a esta población en esa situación de incertidumbre y vulnerabilidad permanentes y no se procede a regularizarlos, a integrarlos.
El que haya 8 millones de venezolanos fuera de su país es la consecuencia de un modelo, de un movimiento político y social fracasado y trasnochado. Podríamos decir lo mismo de Haití, donde la huella del colonialismo francés y el intervencionismo de Estados Unidos siguen vigentes. Haití fue el único país independiente de las Américas que tuvo que pagarle a Francia, una deuda millonaria que estuvo vigente 122 años. En ambos casos, el llamado socialismo del siglo XXI y el colonialismo y capitalismo depredador generan migración.
Al caso de Venezuela y Haití hay que sumarle el de Cuba, una migración fomentada por más de medio siglo de acceso irrestricto al refugio en Estados Unidos y el de Nicaragua, que recientemente provoca la huida generalizada de opositores por el régimen dictatorial y persecutorio de los Ortega.
Estos cuatro casos, que representan el flujo migratorio más relevante de la última década, tienen como característica que el retorno voluntario es prácticamente imposible y el retorno forzado también. No hay condiciones humanitarias mínimas para deportar a venezolanos, cubanos, nicaragüenses y haitianos. Y claro, por eso los deportan a México. No sólo eso, aceptamos que los devuelvan por un supuesto acuerdo que no tiene contraparte, pero no hay ningún registro ni programa específico para acogerlos.
Por su parte, en Centroamérica tenemos un panorama cambiante. El Salvador en la actualidad tiene índices bajos de migración; de hecho, ya expulsó a 25 por ciento de su población, y en la actualidad la mayoría son migrantes legales y de reunificación familiar informal. Guatemala sigue siendo un país expulsor, pero hay cierto retorno voluntario y circularidad.
El caso de Honduras es diferente. En la actualidad es el principal país expulsor de Centroamérica, en parte porque los flujos recién empezaron en 1999, con el huracán Mitch y las visas humanitarias de Estados Unidos. Quizá la única dádiva recibida por parte de su aliado en las guerras civiles centroamericanas.
La presencia de Estados Unidos en Honduras recuerda la época de las repúblicas bananeras, intervino en el golpe de Estado y apoyó a los siguientes presidentes corruptos, incluso favoreció la relección del presidente Juan Orlando Hernández, para luego, al final de su mandato, reclamarlo como narcotraficante y meterlo a la cárcel.
Uno se pregunta de qué le ha servido a Honduras su alianza con Estados Unidos y ser una excepción, o un esquirol, en el contexto centroamericano.
El intervencionismo de Estados Unidos, los bloqueos y sanciones a varios países de la región centroamericana han servido para conjurar los proyectos reformistas, pero terminada la violencia armada y la supuesta amenaza socialista, los ha dejado a su suerte. Obviamente, la guerra, la posguerra y el fracaso del modelo neoliberal en la región han generado migración a Estados Unidos.
Es el fracaso de la política estadunidense en Centroamérica y el Caribe, es la causa fundamental de los recientes flujos migratorios. Si bien a Estados Unidos no le interesa el desarrollo de América Latina, salvo sus empresas e intereses particulares en la región, ahora le preocupa que se revierta el fracaso de tantos países en flujos migratorios hacia su propio territorio.