El núcleo de la política energética se ha concretado en la búsqueda de una industria integrada, sustentable y soberana. Y, por consecuente diseño, así convendría mantenerla en el futuro. El modelo privatizador, que entregaba el enorme y redituable sector energético al capital trasnacional, fue detenido en su desmedida ambición.
El gobierno retomó en estos años de su mandato la prevalencia del Estado como rector. Las dos empresas, eléctrica y petrolera, se han estabilizado y van rumbo a su consolidación. En electricidad, por tanto, se tendrá que contar con una matriz que soporte, y sea, punto estratégico relevante. Tal matriz no puede, ni debe, discriminar ninguna de las tecnologías generadoras. El asunto, entonces, estriba en la proporción, tiempos y modos en que se sumen al proyecto global. Los hidrocarburos seguirán, por tiempo indefinido, llevando el peso nodal de la pretensión soberana que, a pesar de recias oposiciones, ha perseguido.
El objetivo de independencia se concreta en lograr que el desarrollo sea benéfico para todo ciudadano y satisfaga sus derechos. No se puede soslayar, de este propósito, responder (oferta) a las necesidades (demanda) de un crecimiento económico equilibrado y socialmente justo, demandante y responsable.
Hoy día, la matriz energética nacional está centrada en el uso del gas natural como propulsor básico. Su uso, por tanto, tiene, a pesar de restricciones varias, que considerarse como un energético limpio, abundante, barato y efectivo. Pero tiene que apoyarse, en tiempo y volumen, de otros adicionales que le posibiliten su eficaz desempeño y complementen sus aportaciones. La decisión estriba en la debida combinación de los demás propulsores que le den estabilidad al conjunto. La actual tecnología, llamada de ciclo combinado, para el uso del gas natural es la que puede prestar tal servicio.
Pero las demás tecnologías limpias mayores, es decir, la hidráulica, la eólica, voltaica y nuclear, tendrán que acompañarlo en proporciones crecientes. Las colaboraciones adicionales pueden buscarse en la geotermia, la biomasa, corrientes marinas o en el prometedor hidrógeno. Aunque por ahora sean marginales o incipientes en su capacidad o en su mismo estado de desarrollo.
Mucho se habla de energías limpias y, por ello, se implica la voltaica y eólica como los ejemplos señeros. Y, sin duda, tienen su lugar en la matriz presente y, sobre todo, futura. Pero su naturaleza intermitente requiere que sean completadas (respaldo) con la continuidad de otras. Esto, al menos por ahora y en un mediano tiempo todavía incierto, tiene que evitar el efecto inestable que le inyectan al sistema. Es posible que, en el desarrollo futuro de sus complementos, las baterías de escala puedan auxiliarlas. Pero, sus costos se elevarán considerablemente.
Si se fija el objetivo de disminuir la generación de los gases de efecto invernadero como pretensión anexa, necesaria para una transición ordenada y eficaz, es indispensable hacer varias consideraciones. En primer lugar, ¿con qué propulsores contamos como país?
Se recala entonces en los hidrocarburos, puesto que México los tiene hoy en abundancia. Programar su paulatino recambio es tarea estratégica de largo plazo. La hidráulica no podrá crecer su aportación más allá de lo que ahora lo hace. Los vientos ya se usan y poco habrán de añadir también. El sol es abundante pero, como los vientos, ceñidos a inhóspitos lugares, específicos y lejanos del consumo. Queda por desarrollar la prometedora fuente de los varios hidrógenos, verde en concreto.
La industria que en México ha sido relegada de manera inexplicable es la nuclear. Ya se tiene un retraso considerable en su dominio y manejo, pero hay urgencia de actualizar y reponer. No podrá haber una transición responsable sin su aportación como sustento de las demás tecnologías limpias. Sobre todo considerando que el gas natural es importado y lastra la acariciada independencia, que es asunto toral.
La iniciativa de los particulares tiene un papel crucial, de suma importancia, aunque subordinado. Tal desempeño se abre, para su creatividad, en dos grandes vertientes. Una como generadores de la energía complementaria que requiere el aparato productivo y, el otro, quizá de mayor importancia, como integradores de las distintas industrias de soporte.
Tanto la tecnología eólica como voltaica no cuentan con una base científica, tecnológica e industrial, propia, nacional, en su investigación y desarrollo. Tampoco en la nuclear, aunque se hacen esfuerzos notables en su rescate y actualización. Las turbinas, de variados tamaños, para la modernización de actuales instalaciones, conforman un basto campo de negocios futuro. Las importaciones en estos sectores siguen siendo masivas y, por tanto, habrá de sopesarlas en pos de la independencia.