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Juárez y los indígenas

28 de mayo de 2024 00:01

Benito Juárez salió de su estado natal por primera vez a los 40 años. Meses después tomó posesión como gobernador, de modo que hasta su cárcel y destierro, en 1853-55, fue un hombre de Oaxaca. Casi todas las biografías de don Benito pasan rápidamente sobre esta “etapa formativa” ¡de medio siglo! Pero las características fundamentales del personaje, del hombre público, están presentes en sus acciones en Oaxaca. En Oaxaca vemos su estilo personal de gobernar (la honradez acrisolada, la austeridad), su compromiso con la soberanía, y un tema sumamente polémico: su relación con los pueblos indígenas.

Empecemos por el origen. La biografía de Juárez no puede soslayar el mito que da sentido a la leyenda. Este mito, poderoso y significativo, está sustentado en la realidad histórica: Juárez fue, en efecto, el niño indígena de la Laguna Encantada que, merced a su ambición, salió en busca del mundo y que, gracias a su tesón, voluntad y buena suerte, se impuso a un destino que parecía condenarlo a la oscuridad. La biografía escrita por Justo Sierra, que durante décadas fue la más leída, dice que su infancia fue la de un muchacho casi desnudo, probablemente explotado por sus parientes, maltratado hasta impulsarlo a huir. No hay que buscar en esa vida –dice– un adelanto, una prefiguración de un hombre de genio. No lo fue, “Juárez fue un hombre de fe y voluntad, no de genio”.

Esta idea del niño explotado o maltratado surge con la primera biografía, publicada en 1866 por el ilustre liberal chileno Benjamín Vicuña Mackenna en La Voz de América, especie de órgano de los liberales latinoamericanos en Nueva York, y que Matías Romero envió al presidente. Don Benito, en carta a su yerno Pedro Santacilia, aseguró que el libro tenía varios errores significativos (además de excesivamente elogiosa, cosa incómoda para Juárez). Y añade Andrés Henestrosa que en esa carta se hace evidente “que Juárez no aprobó del todo la biografía que Matías Romero le había presentado como anónima y que fueron sus deseos rectificarla en alguno de sus puntos. Ese a mi entender es el origen de los Apuntes para mis hijos. Quiso, sobre todo, relevar al tío Bernardino de la crueldad con que supuestamente lo trató”.

Un año después el libro se reditó en Puebla, atribuido a Anastasio Zerecero, pero Henestrosa sostiene que el autor es Matías Romero, un hombre –añado por mi cuenta– cercano al pensamiento del ala derecha del partido liberal que pensaba que era necesaria la eliminación de la comunidad y la integración de los indígenas, y que evolucionó de manera casi natural a las posiciones positivistas de la élite porfiriana. Pero, decíamos, los Apuntes para mis hijos son en buena medida una respuesta de Juárez a esa biografía, y esa es la única fuente directa que tenemos sobre los primeros años del Benemérito. Ya desde el primer párrafo reivindica su condición indígena, a la que dio la espalda según la historiografía positivista y porfirista que construyó su estatua. Huérfano de padres, “indios de la raza primitiva del país”, quedó al cuidado primero de sus abuelos y posteriormente de su tío.

“Como mis padres no me dejaron ningún patrimonio y mi tío vivía de su trabajo personal, luego que tuve uso de razón me dediqué, hasta donde mi tierna edad me lo permitía, a las labores del campo. En algunos ratos desocupados mi tío me enseñaba a leer, me manifestaba lo útil y conveniente que era saber el idioma castellano y como entonces era sumamente difícil para la gente pobre y muy especialmente para la clase indígena, adoptar otra carrera científica que no fuese la eclesiástica, me indicaba sus deseos de que yo estudiase para ordenarme.”

La única referencia a maltratos es la disciplina que el propio Benito le llevaba al tío cuando éste le tomaba las lecciones. Y le nació el deseo de irse a la cercana ciudad de Oaxaca a aprender, aunque “yo también sentía repugnancia de separarme de su lado, dejar la casa que había amparado mi niñez y mi orfandad, y abandonar a mis tiernos compañeros de infancia con quienes siempre se contraen relaciones y simpatías profundas que la ausencia lastima marchitando el corazón. Era cruel la lucha que existía entre estos sentimientos y mi deseo de ir a otra sociedad, nueva y desconocida para mí, para procurarme mi educación. Sin embargo, el deseo fue superior al sentimiento… y a los 12 años de mi edad me fugué de mi casa y marché a pie a la ciudad de Oaxaca”.

Esta es, reitero, la única fuente directa, y según Henestrosa, surgió contra la leyenda de explotación y maltrato, construida por autores para los que la comunidad era un obstáculo para el progreso, cosas que Juárez no suscribió.

Si me permiten, seguiré con la relación entre Juárez y los indígenas tratando de eludir el filtro de los porfirianos a través del cual nos ha llegado.

Nota: Andrés Henestrosa, Prólogo a los Apuntes para mis hijos (Comisión Nacional para la Conmemoración del Centenario del Fallecimiento de Benito Juárez, 1972).

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