El filósofo alemán Peter Sloterdijk publicó recientemente un atractivo texto titulado Gris y con el subtítulo de: el color de la contemporaneidad. Que las configuraciones sociales se miren en términos de su coloración es un asunto interesante. Lo es especialmente en el caso del gris. Esto lleva, primero, a pensar el gris en tanto que un color. El estudio se refiere a la filosofía, la cultura, la política. Y de ahí se deriva de modo natural a la cuestión de pensar en ese color; en esa combinación cromática tan extensa y rica en tonalidades y significados que exige el ejercicio crítico del pensamiento, que huye presuroso de la dualidad que representa pensar en blanco y negro.
Que el color forma parte relevante de las expresiones políticas es notorio. Los colores se asocian de manera directa con las ideologías, las identidades o los propósitos y los mensajes de quienes los exhiben y enarbolan. Los nacionalismos, las banderas o la indumentaria son coloreados, igualmente lo son los emblemas de los partidos políticos.
Pero el gris expresa otras nociones según expone Sloterdijk: el color da que pensar, ya sea que se conciba como un concepto o una metáfora. Se asigna a lo indeciso, representa lo medio o neutral, lo que no es especial; apela a la cotidianidad, a lo obvio, configura un horizonte de la existencia con sus tendencias, incertidumbres y peligros. Esta es una cuestión descriptiva, que no peyorativa, y la diferenciación debe advertirse.
En términos de la actividad política lo gris se asocia con la oblicuidad como una forma de tratar las cuestiones, de presentar los hechos y de enfrentar las polémicas. Se trata, en materia de la coloración, de distinguir la cuestión de las intenciones, pero se asocia, también, con algún estado de la conciencia, aunque no necesariamente se encamine a la verdad. Tiene que ver con algo que resalta el argumento de Gris, y es que debe suponerse que la existencia humana se sumerge en los estados de ánimo y menciona: el miedo y la esperanza, pero no olvida la tristeza y hasta el aburrimiento y puede aún sumarse a esto también la satisfacción y la decepción.
El gris, a pesar de sí mismo suele ser en muy diversas situaciones sumamente expresivo respecto al ánimo popular, o bien, de la conciencia ciudadana.
Esto puede remitirse a la experiencia de las campañas electorales que se han desarrollado en el país con vistas a las ya muy próximas elecciones. El proceso en su conjunto se asentó, en esencia, en la intensa experiencia que ha dejado el actual gobierno en la persona del Presidente y derivada de una presencia continua de imagen, palabras, argumentos, señalamientos; de la expresión de filias y fobias; de una argumentación tenaz, concentrada, aguda y persistente de los temas y los asuntos que lo guían. Ha sido un notorio ejercicio de constancia y disciplina personal e ideológica que colmó el espacio político. No obstante, es claro que no podría abarcarlo todo, y que, por ello, tal modo de encaminar la acción política se expresa también en lo que se elude, se pospone, se esquiva o se trata de manera tangencial, como parte de una política de comunicación y de control tan concentrada y perseverante. Si esto ha significado estar expuesto a una luz directa y constante para atraer y conseguir centralizar la atención y legitimar la acción de gobierno, inevitablemente implica proyectar sombras.
Los cuerpos “arrojan” sombra, o visto de otra manera, interrumpen el paso de la luz. Y, como advierte Sloterdijk, no puede cuestionarse dónde están las sombras cuando no aparecen, lo que tiene que ver con la superficie sobre la que se proyecta.
Las campañas electorales que llevan a las próximas elecciones fueron marcadas por la primacía de dicha presencia y forma de comunicación, de mando y de autoridad; al igual que por la gestión de los asuntos públicos. El balance en ese terreno es controvertido, condición que no puede soslayarse en varios campos de las políticas públicas y del discurso oficial.
Las campañas se definieron de un lado por la reiteración de la continuidad y la prácticamente total adherencia de Sheinbaum a las políticas impulsadas por el Presidente y a la agenda de reformas que ha dejado como herencia. Gálvez pudo haber centrado su estrategia en un señalamiento directo, consistente y crítico de las políticas oficiales y las alternativas posibles, arrinconando a su contrincante. No lo hizo y los ataques personales no llenan ese vacío. Todo careció de algún tipo de emoción. Es poco probable que la gente que siguió las campañas y los debates cambiara sus preferencias de voto definidas con anterioridad. La experiencia no fue notoria para los ciudadanos y en términos de coloración fue más bien gris.