El domingo 19 de mayo, el xochilismo prianista y rosa “no partidista”, en un acto dirigido y financiado por Claudio X. González Guajardo, ocupó la mayor parte del Zócalo capitalino. No lo cubrió por completo porque desde días antes había allí un plantón de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), cuya dirigencia se siente insatisfecha con las respuestas obtenidas en el diálogo con el presidente Andrés Manuel López Obrador. Los maestros de la CNTE estaban allí, pues, en un acto de protesta en contra del gobierno.
En el lado contrario del espectro político, la marcha rosa, ya plenamente adscrita a una alianza partidaria, tiene como únicos factores de cohesión su afán de recuperar privilegios perdidos y su descontento con la presidencia de AMLO y con la Cuarta Transformación. Así pues, confluyeron en la plaza principal de la República dos expresiones antigubernamentales.
No deja de resultar irónico que en el que pretendía ser un despliegue estelar de músculo político, los grupos coordinados por González Guajardo se encontraran con aquellos para quienes el empresario metido a político pidió represión sin miramientos y a quienes calificó en público como “pinches delincuentes” cuando tomaron las calles, en el sexenio pasado, en defensa de sus derechos laborales violentados por la “reforma educativa” que impuso la última presidencia priísta.
Polvos de aquellos lodos, los maestros presentes en el Zócalo fueron jaloneados, empujados e insultados por los xochitlecas rosas, con saldo de seis mentores lesionados, dos de los cuales requirieron hospitalización. Fue un aviso del espíritu de “vida, verdad y libertad” y de “salud, amor y esperanza” que la candidata de la derecha pregonó en su discurso.
A pesar de las grescas imposibles de controlar, el gobierno fue respetuoso del derecho de unos y otros a manifestarse y en ningún momento recurrió a la represión, como no lo ha hecho a lo largo de este sexenio: a menos que la evasión fiscal, la corrupción o el lavado de dinero se consideren formas legítimas de hacer política opositora, es obligado concluir que no hay un solo opositor perseguido, enjuiciado o encarcelado en este país; que en México todo mundo expresa lo que le da la gana y que se vive un ambiente de libertad sin precedentes.
Tal vez Xóchitl Gálvez fue más precisa de lo que pensaba al gritar que en los comicios del 2 de junio “no sólo está en juego la Presidencia, sino si los siguientes años serán de opresión o de libertad”: a fin de cuentas ella representa la amenaza del regreso de la opresión y la represión que los partidos que la apoyan practicaron durante décadas.
Un día después de las concentraciones en el Zócalo, en una reunión con la aspirante prianista, un grupo de intelectuales le otorgó su apoyo y dio a conocer un desplegado en el que se justifica la conformación del muégano rosa-prianista para hacer frente a una polarización “instigada por el gobierno” y a un “peligro de regresión autoritaria”.
Hay que tener cara dura: apenas un día antes, y a unos metros de las oficinas presidenciales, muchos de esos abajofirmantes gritaban a pleno pulmón insultos contra AMLO sin que nadie los molestara. Adicionalmente, el documento se dio a conocer a menos de dos semanas de una elección en la que la democracia no enfrenta más amenazas que los intentos golpistas, el lawfare y la guerra de calumnias desatada desde los cuarteles del xochilismo prianista.
Pero el desmentido más contundente a los supuestos afanes de defensa de la democracia y la libertad detrás del xochilismo prianista provino de Héctor Aguilar Camín, uno de los promotores del desplegado mendaz. Se trata, dijo (está en video) de “una manifestación de una parte muy significativa de la comunidad cultural y tiene que ver con el momento que esta comunidad vive y que ve en Xóchitl Gálvez lo que están viendo muchos mexicanos: la oportunidad de devolverle a la comunidad cultural la atención, el cuidado, a veces hasta el apapacho que tenía del gobierno”.
Así pues, ni defensa de la libertad y la democracia, ni “peligro autoritario” a la vista. Los firmantes del desplegado quieren, simple y llanamente, llevar a Gálvez Ruiz a la Presidencia para que les devuelva los privilegios, las prebendas y, sobre todo, los presupuestos que los gobiernos anteriores escamoteaban al gasto social y al desarrollo para mantener tranquilos a sus cortesanos.
No se trata de una insidia: hay documentos probatorios de los muchos dineros que las presidencias neoliberales enviaban a los capos de la cultura –la expresión la usó Roger Bartra, otro de los que promovieron el desplegado de marras, para referirse al propio Aguilar Camín y a Enrique Krauze– en forma totalmente arbitraria, discrecional y deshonesta.
Los firmantes de ese texto no desean el bienestar del país, sino recobrar los apapachos que perdieron: viajes de lujo, contratos desmesurados, becas eternas, subsidios.
Ojalá que no los recuperen nunca.
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