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Cruz Azul y América dejan todo para la vuelta en el Azteca

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El empate se dio con goles del cruzazulino Uriel Antuna y del americanista Julián Quiñones. Foto Víctor Camacho
24 de mayo de 2024 09:08

Ciudad de México. El estilo es el modo de ser de un equipo, ese rasgo profundo que indica cuál es la sensibilidad que mueve sus pasos. Y quien lo tiene, se distingue, marca una diferencia que pone en peligro a cualquier rival. América lo ha construido para mostrarle a sus aficionados de qué está hecho. Lo defiende y compite con él para empatar partidos como ayer en la final de ida contra Cruz Azul (1-1), porque se trata de su mayor capital, lo que lo vuelve distinto respecto a otros.

Las comparaciones no me gustan mucho, pero tenemos un plantel con mucha calidad, declaraba el miércoles el técnico de las Águilas, André Jardine, quien ha emparentado esa manera de jugar con el coraje que afronta la vida. Quizá por eso sus ideas no sólo son respetables para el plantel que dirige, sino que además son capaces de producir respuestas después de un error como el del 1-0, en el que Uriel Antuna castigó una mala salida de su defensa.

El delantero campeón de goleo creó una especie de complicidad entre Israel Reyes y el portero Luis Malagón, convirtiéndolos en responsables de un pase retrasado que terminó en el manchón de penal. Los errores tienen un resultado irrebatible. Su efecto es tan contundente que el equipo que lo aprovecha ni siquiera necesita dar explicaciones. Los celestes lo entendieron así durante varios minutos, pero el campeón es un rival ganador hasta cuando defiende.

El gran mérito del cuadro americanista fue comprobar que sabe de memoria cómo se juega en los grandes escenarios, incluso si eso va en contra de sus ideales. Con una plantilla robusta y repleta de estrellas, dejó una nueva referencia de su alta resistencia emocional cuando espera y se vuelve mucho más calculador, a la espera de un contraataque. Esa confianza en que sus delanteros sabrán aprovechar los momentos puede explicar mejor que cualquier imagen el empate del colombiano-mexicano Julián Quiñones (16).

El cabalístico 33

El dorsal 33, número cabalísti-co de la afición celeste, cerró a segundo poste un servicio de Henry Martín luego de un saque de banda en el que el zaguero Gonzalo Piovi perdió la marca. Como todo gran líder que sabe cómo manejar los temores de las personas a las que dirige, el argentino Martín Anselmi intentó que sus indicaciones sonaran más cercanas, accesibles y atractivas para sus jugadores a partir del aliento de su afición con su ya conocido grito de guerra ¡Daaale, daaale, daaale Cruuuz Azuuul!.

Por momentos daba la impresión de que La Máquina, antes que buscar el otro tanto en el marcador, libraba una batalla contra sus propios nervios. Los descansos de un partido suelen servir para demostrar la capacidad de impac-to de un entrenador. A veces es necesario encontrar un respiro; otras, en cambio, estos intentan modificar algo que no funciona. El argentino trató de hacerlo ante un ruido exterior en el estadio Ciudad de los Deportes que empezó a crear confusión en su plantel, pero entonces reapareció el mejor América.

Luego de ser monarca el torneo pasado, el brasileño André Jardine confesó que su desafío era dejar una huella en la historia del club, algo que perdurara para siempre. El control de la pelota para el técnico campeón olímpico en Tokio 2020 es esencial, aunque sólo funcio-na si cumple el objetivo de convertirse en un peligro en el área rival. Cada figura de su plantel le ofreció una habilidad concreta. Así como Martín era un domador de zagueros, Quiñones se concentraba en el mérito de inventarse jugadas y provocar con sus gestos a los más de 30 mil aficionados de Cruz Azul.

Las finales requieren de especialistas y el delantero naturalizado mexicano es uno de ellos. Mientras él y Martín provocaron más de un silencio con jugadas claras de gol en el arco de Kevin Mier, en las gradas el encuentro produjo una vejez anticipada. Los aficionados se frotaban las manos, optaron por observar de pie los ataques de su rival, pidiendo güevos y la décima copa. Un mosaico gigante recordó una estrofa de la canción Andar conmigo, de Julieta Venegas (“Festejemos que la vida nos cruzó), y el número 33, que por diferentes motivos ha traído mejor suerte, volvió a copar su cabecera principal.

Pero nada de eso fue suficiente. Como en mayo de 2013 y diciembre de 2018, las dos finales más recientes en las que ganó, las Águilas forzaron de nuevo la épica. Es como si le advirtieran a sus rivales: si estamos en la final, aténgase a las consecuencias. Su experiencia es la gran aliada para el partido de vuelta. Después del fracaso en la Concacaf Copa de Campeones, los monarcas aceptaron defender el único objetivo que les quedaba: entrar en el grupo de los bicampeones de la Liga, donde sólo Pumas, León y Atlas pueden presumir su lugar reservado. Les quedan 90 minutos por delante.

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