Ciudad de México. La escritora y periodista Elena Poniatowska celebra hoy 92 años con el afán y el compromiso de seguir contando historias. Sin desdeñar la literatura, considera una suerte y un privilegio
dedicarse al periodismo, y asegura que no hay nada de lo que deba avergonzarse o arrepentirse a lo largo de las siete décadas de ejercer este oficio (publicó su primer artículo el 27 de mayo de 1953 en el Excélsior).
Amable y generosa, la autora recibió ayer en su domicilio a La Jornada, diario del que es colaboradora, la víspera de su cumpleaños. Su casa es un edén de libros y fotografías, al que ahora se suman el colorido y la fragancia de múltiples flores, y no sólo por las que desbordan su primaveral jardín, sino por los vastos ramos y arreglos de rosas, tulipanes, heliotropos, gerberas y crisantemos que resplandecen en el recibidor y la sala.
La autora externa su deseo de pasar un sábado relajado
. La charla tiene lugar en tanto llega su maestro de pintura, actividad que practica desde antes de la pandemia de covid-19, y de la que por modestia prefiere no hablar.
Siempre gentil y con una sonrisa permanente, Poniatowska sostiene que cumplir 92 años es motivo de gran alegría y gusto
, y comenta que celebrará de forma sencilla, con una comida familiar.
Soy una mujer que ha sido muy privilegiada; conocí a gente valiosísima que me enseñó mucho; tuve grandes padres, Paula Amor y Jean Poniatowski; he tenido una vida de muchísimo trabajo y tengo tres hijos: Emmanuel, Felipe y Paula Haro
, refiere mientras juguetea con sus anteojos entre las manos.
Nacida en París, Francia, el 19 de mayo de 1932, con el título de princesa Héléne Elizabeth Louise Amelie Paula Dolores Poniatowska Amor –desciende de la nobleza polaca–, la ganadora del Premio Cervantes 2013 destaca que el mayor orgullo de su vida son sus tres hijos.
Emmanuel, que es científico, doctor en física por una universidad en Estados Unidos y otra en Francia; Felipe, que está al frente de la fundación con mi nombre, y Paula, que es fotógrafa; me han llenado de nietos, que también me enorgullecen muchísimo.
–¿Y su más grande decepción?
–Mi mayor decepción, en general, ha tenido que ver con la política. Recuerde que viví la noche de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968; vi el ataque a los estudiantes, el asedio, los balazos; obviamente, eso es mucho más que una decepción; es presenciar una tragedia. Murieron mucho más jóvenes de los que se dice.
Con una extensa y reconocida trayectoria periodística que se ha caracterizado por un trabajo de tipo testimonial y en pro de los marginados y las mejores causas, así como por entrevistas a los principales protagonistas de la cultura y el arte de la segunda mitad del siglo XX mexicano y lo que va del XXI, Poniatowska afirma que de nada tiene que avergonzarse ni arrepentirse en su quehacer dentro este oficio.
Nunca he hecho daño a alguien. Hago entrevistas, no creo haber nunca destruido la reputación de nadie, ni haberlo dañado. Puedo describir a alguien, decir cómo está vestido y qué hace, pero en general hago entrevistas con preguntas que tienen que ver con el trabajo de la gente.
–¿Qué le falta por hacer? ¿Cuáles son sus metas?
–Una de mis metas es, obviamente, mi país. Estoy muy contenta de que Claudia Sheinbaum vaya a ser presidenta, pero también conozco a Xóchitl Gálvez, me gusta cómo ríe y sonríe; he comido con ella en dos ocasiones, porque me invitó un ahijado, el arquitecto Francisco Martín del Campo.
Tengo buenos genes
Mientras se levanta del sillón de su sala para buscar una fotografía de su mamá en una mesa repleta de retratos familiares, que termina por no encontrar, y en su lugar muestra una donde aparece ella de niña cargada por su papá vestido con uniforme militar, se le pregunta a la narradora y cronista de dónde obtiene tanta vitalidad y energía para trabajar a la fecha de forma tan ardua.
Tengo buenos genes. Mi mamá participó en la Segunda Guerra Mundial, manejó una ambulancia, mientras mi padre fue héroe de esa misma guerra; mi abuelo, Andrés Poniatowski, escribió libros, así que todo se lo debo a ellos. Tuve un hermano, Jan, quien murió a los 21 años en 1968, pero en diciembre, no el 2 de octubre
, responde.
–¿Cómo es actualmente uno de sus días de trabajo?
–Como el de usted. Hago entrevistas, reportajes y crónicas; también he hecho novelas, como Hasta no verte, Jesús mío, novelas sobre personas como Tina Modotti, de cuya vida escribí porque Gabriel Figueroa quería hacer una película y me dijo que si hacía una novela. Se había hecho ya una película sobre Antonieta Rivas Mercado, pero se quemó en la Cineteca. Fue en la época de Margarita López Portillo, y ya no hubo dinero para hacerla.
Autora de una amplia bibliografía que comprende obras en casi todos géneros literarios: novela, cuento, poesía, ensayo, crónicas, cuentos para niños y adaptaciones teatrales, para la escritora no hay gran diferencia entre periodismo y literatura: Yo escribo. Para mí no hay diferencia entre una y otra actividad, aunque sé que es superior ser escritor; admiro a muchos escritores
.
–¿Ha tenido algún costo dedicar su vida al oficio periodístico?
–No me gusta la palabra costo
, parece una etiqueta en una prenda. Pero claro que ha tenido muchísimas satisfacciones; además, creo que ha aportado también a mis hijos y a mis padres el gusto de saber que tienen una madre y una hija, respectivamente, que funciona y que se interesa por los demás.
“Desde niña fui scout, y no sabe cómo lo agradezco, aunque digan que son unos pobres niños idiotas guiados por un tonto, o algo así, pero es una definición muy despectiva. A mí me sirvió muchísimo serlo, porque sé primeros auxilios, sembrar y cuidar plantas, y preocuparme por los demás, algo que he hecho toda mi vida, porque todos mis libros son, finalmente, sobre personajes mexicanos, personajes populares.
“Le debo muchísimo a Alberto Beltrán, dibujante que nunca presumió y con quien hice un libro, Todo empezó el domingo. Fue un hombre de origen muy humilde, creo que su mamá fue lavandera, y a quien debo haber conocido a un México que de otra forma no hubiera conocido.
“También le debo muchísimo a un preso homosexual que me escribió una carta pidiéndome ir a Lecumberri. Haber ido a ese centro penitenciario y convivir con los presos es la mejor escuela que puede haber, una escuela de solidaridad e ingenio.
“Traté a muchos presos, los mandaban al polígono. Hablé mucho con David Alfaro Siqueiros, que era muy ingenioso y valiente, y jamás perdió su sentido del humor; yo le decía: ‘maestro, ¿por qué está tan despeinado?, y respondía que lo peinaba regularmente el Partido Comunista.
Todas esas son experiencias. Tratar con el ferrocarrilero, el electricista, el homosexual... oírlos a todos fue para mí, de veras, un aprendizaje que jamás habría tenido si hubiera seguido siendo una niña bien.
–¿En qué trabaja ahora?
–Siempre estoy trabajando. Ahora escribo una novela, pero creo que no es bueno darse taco diciendo lo que uno hace. Cuando ya está terminado el trabajo uno lo entrega, como el ramo de rosas que tengo en esta mesa. Un libro es eso, como ofrecer a los demás un ramo de flores, pero uno no anda platicándolo.
–¿Puede decirse plena y dichosa con su vida?
–Puedo decir que estoy muy agradecida con la vida, muy orgullosa de mis tres hijos y de mis padres, porque no cualquiera tiene como padre a un héroe de la Segunda Guerra Mundial y a una madre como la mía, a la que debo ser mexicana; tenía una expresión muy grave, muy triste, de una mujer que sabía que estaba en la guerra.
–¿Cómo quiere ser recordada?
–Uno muere, se petatea, cuelga los tenis, y nunca piensa en eso; al menos yo no. El Dr. Atl me decía que él no quería ser recordado, sino que lo acostaran encima del Iztaccíhuatl y que lo cubrieran de nieve, pero eso es un poco pretencioso, porque es muy difícil cargar un cajón hasta arriba. Yo no pretendo siquiera ser recordada, no pienso en eso –concluye Poniatowska, quien pide ser fotografiada en su jardín.
Poniatowska no viajó a Madrid el jueves pasado para recibir el Premio Ernesto Cardenal; en su nombre acudió el embajador de México en España Quirino Ordaz.