Entre otras carencias de la fiesta de toros, en México no se tiene la cultura del mozo de espadas como otro profesional de la tauromaquia sino que suele subestimarse su importante labor, que no es simplemente servir las espadas y los avíos sino que se trata de un profesional de amplio espectro y obligada formación
, comienza Mauricio Méndez Hernández, El Calafia, nacido en Mexicali el 31 de diciembre de 1968, experimentado profesional que sirvió las espadas y vistió de torero a Rodolfo Rodríguez El Pana a lo largo de casi dos décadas hasta la trágica muerte del carismático cuanto desaprovechado diestro.
“En las plazas Tijuana y Mexicali −añade El Calafia− se daban 12 o 14 corridas entre septiembre y abril con carteles que atraían público local, de otros estados de la República y de ciudades fronterizas de Estados Unidos, lo que representaba importantes ingresos para ambos municipios, posibilidades de consolidación para los toreros y congruencia con una arraigada tradición taurina regional. Hoy, unos y otros ya no saben si van o vienen. Aunque ya no sirvo espadas sino ocasionalmente, pues entre pandemia, taurinos y autoridades apenas hay para dónde hacerse. Sigo haciendo ropa de torear de luces y de corto, aseo y reparo vestidos y avíos, a veces hago empresa y excepcionalmente doy clases de tauromaquia. Hay quien habla y me dice: le doy una propina, y respondo: no, yo no soy propinero, y cuelgo.
“En mi vida profesional he vestido a toreros como César Pastor, José Antonio Ramírez El Capitán y Rafael Gil Rafaelillo, pero a ninguno como al Pana, que requería no sólo de un hombre de confianza sino de un colaborador que supiera sobrellevar, es la palabra, el enorme temperamento de un artista como él, cargado de ángeles y demonios por igual, por lo que además de una tonelada de paciencia tenía que llevar tijeras, agujas, hilos de varios colores y esparadrapo o cinta adhesiva. Rodolfo consideraba que era suficiente con un capote y una muleta, pero luego le rasgaban las telas y había que estar preparado para repararlas.
“El mozo de espadas tiene que estar pensando qué piensa el matador, a veces sin palabras, y resolver en el momento, claro, dentro de un respeto mutuo que incluso sepa ser un apoyo en determinados momentos. El caso de El Pana se complicaba porque eran dos personalidades contrastantes en una sola persona. Una vez puesta la chaquetilla se percibía una energía diferente muy especial; la gente ignora muchas cosas de la difícil profesión de torero y de lo difíciles que pueden ser.
“Hoy las empresas carecen de empatía, tanto con los toreros como con el público. Ese enero de 2007, tras la actuación de Rodolfo en la Plaza México, sobrevino en la fiesta una oxigenación increíble, gracias a la cual surgieron toreros y prospectos interesantes; hoy se ha vuelto a cerrar el abanico de oportunidades y rivalidades. Siempre insisto en que las empresas locales apuesten por los suyos, no por figuras que vienen de paso. Es que no deja, argumentan, y se vuelve un círculo vicioso. Urgen promotores con más conocimiento de causa y amor por la fiesta de aquí, no comprometidos con unos cuantos. La fiesta de México necesita el oxígeno de media docena de toreros irreverentes, no clonados, que logren estremecer a la gente. Al Pana lo dejaron de contratar no porque se haya ido de la boca sino porque, después de que tomó la alternativa, los que figuraban se negaron a alternar con él y las empresas se doblegaron. Su tauromaquia y su personalidad incomodaban mucho; apenas supieron aprovecharlo”, remata emocionado El Calafia.