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Sierra Madre

16 de mayo de 2024 00:03

Sierra Madre: prohibido pasar es la exitosa serie de una productora latina con matriz en Estados Unidos cuya historia fue creada por dos cineastas regiomontanos (Diego Enrique Osorno y Gabriel Nuncio).

Según sus autores, esa historia fue inspirada en la violencia registrada en Nuevo León, entre 2010 y 2013, a la cual no escapó San Pedro Garza García, el municipio más rico de América Latina. La serie muestra aspectos culturales sobre los cuales vale la pena intentar un apunte.

A fines de los 90 se le cambió el nombre a la Calzada del Valle por el del empresario Alberto Santos González, fundador de la colonia Del Valle. Dato curioso: su superficie original fue de 470 hectáreas, cuando el límite para tierras de cultivo de riego era de 100 hectáreas. Las haciendas abandonaban su cuna rural y pasaban a las zonas urbanas.

Hasta la década de 1940, las familias más ricas del Monterrey metropolitano se asentaban en el cerro del Obispado. Lejos de barriadas pobres o clasemedieras, desde principios de los 50 se inició la mudanza de esas familias a la colonia Del Valle en el municipio de San Pedro Garza García. A la par se fue construyendo su club de golf. Las siguieron, por contagio, “roce” y trepadurismo, primero, las familias de sus empleados ejecutivos y las de empresarios de menor rango; luego la burocracia aburguesada del gobierno y otros imitadores tardianos. San Pedro, que era de Monterrey, invertía su peso: ahora Monterrey es de San Pedro.

Con el tiempo, los límites de la Del Valle se extendieron hacia las faldas de la Sierra Madre, donde un puñado de los empresarios con mayores ingresos se fueron apropiando del Parque Nacional Cumbres –según esto, área natural protegida–, incluido el polémico cerro Chipinque. Los límites sociales y culturales de ese circuito se fueron restringiendo. Hoy puede pensarse que el caprichoso río Santa Catarina es una prolongación del Bravo. Por donde pasa, hacia el sur, coto de los ricos y criadero de sueños artificiales; hacia el norte, estancia de los demás.

Era lógico que el clasismo se fuera acentuando en el perímetro sampetrino. También, la segregación y la intolerancia.

La acción para ingresar al Club Campestre, luego de ser aprobado el aspirante a ingresar por 10 de sus socios, cuesta, mínimo, 3 millones de dólares. Ha habido aspirantes con suficientes recursos para pagarla, pero su consejo de administración los ha vetado: algunos eran árabes, y en San Pedro no son admisibles en sus espacios más definitorios quienes no sean católicos o que lo sean, pero sospechosos de no serlo. Así nació el Club Palestino Libanés. Otra muestra: ante una irregularidad hecha pública por la familia de un alumno del colegio donde se enseña algo llamado “inglés cultural”, un día los muros de su vivienda amanecieron con plastas de excremento. Los demás padres de familia censuraron la conducta de la familia que se atrevió a publicar su crítica. Hostilizada, aquella familia sacó a su hijo de la institución.

También ha germinado en la élite sampetrina un espíritu de cuerpo, y al calce una doble moral. Atraídos por la opulencia climatizada, a su territorio suelen llegar toda clase de vividores. Que se llamen Marcial Maciel, devotos de Osho o de Raniere o bien dealers de inversiones fraudulentas, poco importa. Tampoco que sean narcos y que envenenen a quien sea, mientras no alteren su pax social. Con ocultar bajo la alfombra común las graves distorsiones derivadas de su presencia será suficiente. Y si hay evidencias escandalosas, como la pederastia en los Legionarios (vox populi: Billonarios) de Cristo que la amenacen con una devastación moral, bastará con hermanarse en el silencio para que el tiempo y la infodemia las sepulten.

Por el contrario, en el vecino medio de San Pedro es motivo de orgullo el que su comunidad esté limpia de chairos y de la influencia de su Presidente. Los medios al servicio de los oligarcas del singular municipio los tildan de antidemocrátricos y tiranos. Mauricio Fernández Garza es miembro de una de las dos familias dinásticas que fundaron las empresas claves del desarrollo industrial de Monterrey. Ha gobernado San Pedro por tres periodos. Ahora compite –es un decir– bajo los colores panistas por cuarta ocasión.

En el debate a cargo del organismo electoral local, la emecista Lorenia Canavati lo acusó de no haber blindado a San Pedro de la violencia –“un mito”–, sino de emplear a su “grupo de rudos” para pactar con el crimen organizado, y dijo que existían pruebas. Fernández respondió que él no estaba ahí para escuchar las estupideces de Canavati y abandonó el debate argumentando falta de condiciones para debatir. Tanto Fernández como su crítica de MC se han referido a Sierra Madre en defensa de su postura.

¿En el microclima cultural sampetrino pudo sorprender que Mauricio Fernández haya actuado de esa manera? En la intención de voto sigue muy arriba (casi 50 por ciento), según encuestas. Su más cercana competidora ronda 15 por ciento.

El episodio no ha hecho sino subrayar la mentalidad capitalista que prevalece en Estados Unidos, de la que es subsidiaria la timocracia sampetrina: “Debe gobernar el que más tiene”.



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