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Así no, Presidente

12 de mayo de 2024 00:02

La democracia genera sus propios monstruos, como lo hace el mercado. El vocablo que los resume es concentración: de poder y recursos; de riqueza y capacidades. Para desembocar, cuando los ciudadanos se descuidan, en monopolios u oligopolios, autoritarismos y dictadura. Así puede ocurrir y ha ocurrido, no hay recetas mágicas que puedan impedirlo. Su domesticación siempre ha pasado por guerras y crisis de todo tipo; abusos de y desde el poder; asaltos en despoblado, como dicen que lo hacían los “Robber barons” en Estados Unidos de América, la tierra de los libres, apenas en el siglo XIX.

Estas consideraciones elementales me han venido a la mente provocados por la vergonzosa embestida del presidente Andrés Manuel López Obrador contra María Amparo Casar, respetada y respetable estudiosa de nuestra realidad política y querida amiga.

No ha habido tregua en este lamentable embate presidencial contra una de sus críticas más reconocidas y conocidas. So capa de una “corrupción” que habría beneficiado a María Amparo Casar y sus hijos con su pensión y seguro, el Presidente agrede e infama, descalifica y convierte, lo que para muchos de nosotros fue una dolorosa tragedia, en el “caso” Carlos Márquez Padilla García, quien falleciera trágicamente hace 20 años.

Acatar las leyes y respetar los ordenamientos no pueden depender de los humores del gobernante; la desproporción no debe ser práctica constante del ejercicio presidencial. No muy lejos estamos del señalamiento que, en 2013, hacía Arnaldo Córdova: “estamos presenciando la reproducción de un modo de dominación, el del presidencialismo autoritario…”. (“El nuevo viejo PRI”, La Jornada, 10/3/13).

La reflexión de Córdova nos advierte que los usos abusivos del poder, que muchos pensábamos ir dejando atrás lentamente, pero de manera consistente, son persistentes. Siguen con nosotros hábitos y reflejos de una cultura política predemocrática y que amenaza con tornarse pandemia.

Es necesario denunciar y rechazar la idea –por cierto, bastante peregrina– de que la nuestra es una política normal; no lo es cuando a cualquier hora y en cualquier lugar, tema o asunto, el Presidente se atribuye funciones de autoridad moral de la (buena) marcha de la nación y castiga o exonera, señala y condena a todo crítico, considerado enemigo.

En este deplorable, reprobable episodio de exceso presidencial, destaca, además, la ignorancia de algo esencial para la vida en común y, sobre todo, en democracia: me refiero al respeto, que todos nos debemos pero que un presidente debe tener, y entender, como un deber supremo y ejercicio cotidiano. Responsabilidad que el Presidente dejó de lado o, de plano arrumbó, por causas de aviesa utilidad política.

Por eso, entre otras muchas razones, es que me atrevo a decir a Andrés Manuel López Obrador, Presidente Constitucional de mi país, así no. Así vamos al fondo de la barranca, al abismo.

En defensa de María Amparo Casar



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