Es difícil precisar cuándo un equipo se convierte en el fantasma de otro. Si el criterio se limita a la cantidad de partidos ganados en fases finales, el Pachuca había marcado un claro dominio sobre el América desde 2001. Más que una histo-ria de terror, era el retrato de una paternidad. Los Tuzos ejercieron ese poder como ningún otro en la mente de los americanistas, pero ayer cambió la historia con un empate. En la vuelta de cuartos de final, las Águilas consiguieron el pase a semifinales con un marcador igualado (1-1, 2-2 global) y su me-jor posición en la tabla general.
La energía y vivacidad del técnico André Jardine era contagiosa, tanto como la felicidad que mostraron sus miles de aficionados al salir de un lugar que conocen de memoria. ¡Oootra Cooopa/ queremos otra Cooopa/ queremos otra Cooopa!
, resonaron los gritos por los pasillos, con familias y jóvenes orgullosos de haber cobrado revancha de la más reciente eliminación en las semifinales de la Concacaf Copa de Campeones hace dos semanas.
La emoción de los jugadores americanistas podía sentirse desde los primeros abrazos. No estaba previsto tanto sufrimiento, pero creyeron que algún error podían encontrar en el área de los Tuzos y al final lo lograron. En la primera imagen que dio vueltas en redes sociales y grupos de WhatsApp, las expresiones de Igor Lichnovsky y Jonathan dos Santos, entre resoplidos y miradas al cielo, sirvieron para explicar el 1-0 del Pachuca. Los dos se equivocaron.
A pesar de tener controlado un ataque del colombiano Nelson Deossa, Lichnovsky retrasó la pe-lota sobre el área grande a Dos Santos, quien no pudo darle alcance y permitió el remate potente de Oussama Idrissi (31) con el arco prácticamente abierto. El error de las Águilas dejó que escaparan sonrisas en el banquillo visitante, donde el timonel uruguayo Guillermo Almada, fiel a su temperamento, pasó más de 80 minutos manoteando cada vez que hubo un error de sus dirigidos.
Por momentos, el Azteca lució distinto. Desde temprano fue el epicentro de una fiesta popular que abarrotó las calles y provocó tumultos en el transporte público, pero, después del gol de los Tuzos, el silencio en la tribuna reveló algo que ya muchos conocen: el temor de enfrentarse y no poderle hacer ningún gol al rival que conoce todos sus miedos. Si la eliminación en Concacaf provocó un derrumbe interno en el plantel americanista, la derrota de anoche podía acabar con todos sus cimientos.
Ante una base de jóvenes formados en la casa del futbol hidalguense, el América trabajó el final del partido con el deseo y la tenacidad que le caracteriza, sobre todo en esta clase de instancias. Algunos hablan de mística, pero conviene también destacar su voluntad colectiva. Sus elementos aún tie-nen hambre de ganar y no desfallecen, como ocurrió en los ocho minutos agregados por el silbante Víctor Alfonso Cáceres.
El libreto esperaba al colombiano-mexicano Julián Quiñones, tantas veces figura en la fase regular como ayer en el Azteca. Quiñones entró de cambio, olfateó el nerviosismo de la zaga hidalguense y, en uno de sus últimos intentos en medio de varios rebotes, capitalizó los esfuerzos de su equipo con el gol del empate (90+4). Dada su condición de líder, el marcador fue suficiente para avanzar a las semifinales, ya sin el peso de una larga paternidad y con la posibilidad de un bicampeonato todavía en puerta.