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Gustavo Gordillo de Anda, testigo del 68 / Elena Poniatowska

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La noche del 2 de octubre de 1968 cientos de jóvenes fueron detenidos, incuidos los líderes del movimiento estudiantil.Foto Imagen de la colección de Manuel Gutiérrez Paredes (Archivo Histórico de la UNAM)
12 de mayo de 2024 08:37
De vez en cuando, algún líder, ahora de cierta edad, me llama para recordar lo que sucedió en 1968 y siempre acabamos hablando de marchas y mítines como la del 2 de octubre, y recordamos la tragedia, sobre todo la emoción que le antecedió con la fuerza del movimiento estudiantil de 1968 y los aplausos de simpatía en Reforma. Este es ahora el caso del líder Gustavo Gordillo de Anda, que escribe su novela sesentayochera, a quien recibo con muchísimo gusto en la casa.

–El 2 de octubre en 1968 me agarraron unos amigos que venían conmigo, me llevaron a esconder a una casa en Santa María la Ribera, porque ya la situación era terrible; no me arrestaron y pude salir de México gracias también a una mujer providencial: madame Suzanne Felicien, de la embajada francesa.

–Creo que Suzanne Felicien ayudó a muchos jóvenes…

–Me fui a Francia gracias a ella, quien era la agregada científica de la embajada en México y amiga de mi papá, médico nefrólogo muy famoso. Mi padre le preguntó si había algún programa para que saliera un dirigente del 68. Todos los que puedan sacar, sáquenlos de una vez, dijo uno de los dirigentes, un maestro cuyo nombre me reservo. Yo salí y, ¿sabes quién me llevó al aeropuerto?, la esposa de Vicente Rojo, Albita, fingiendo que era mi esposa. Salí con un grupo becado por el gobierno francés.

“El movimiento estudiantil de 1968 me costó 20 años de mi vida, porque el impacto fue muy fuerte. Para recuperarme de esa imagen que estaba siempre conmigo, la del 2 de octubre en Tlatelolco, hace 10 años empecé a escribir una novela sobre el 68; no la he publicado. Quiero que la veas porque lo que dijiste en La noche de Tlatelolco yo lo volví teatral, lo volví personajes de varios de los diálogos, claro, te cito en todo lo que hay que citar; también agarré mucho de Monsi y de José Emilio Pacheco. La escena primera de mi novela es la de la señora con el niño en brazos diciéndole al soldado: ‘Mátelo’.”

–¡Ay Dios, qué horror!

–A lo largo de la novela hablan todos los que participaron: la mamá porque protegió al estudiante, el hijo que le cuenta a la mamá 20 años después los riesgos que corrió y ella nunca sospechó. El personaje principal es mi alter ego. A lo largo de muchas páginas, cuento bastantes cosas del 68 que aún no se conocen.

“Salí de México a finales de octubre. En Francia, mi director de tesis fue Charles Bethleheim;y con él hice el doctorado, porque, ¿qué iba a hacer? No podía volver a México. Conocí a mucha gente en Francia. Conocí a Sartre en el momento en que era muy maoísta, vendía en la calle La Causa del pueblo, un periódico prohibido por De Gaulle, que dijo en público: ‘Quien distribuya eso lo voy a meter a la cárcel’. Sartre respondió: ‘A ver si me arrestan’, y se instaló en el barrio latino a repartir el periódico, y claro que nadie lo arrestó jamás en ese barrio lleno de policías y de periodistas de todo el mundo. Nadie se atrevió a meterse con Sartre. En la noche, a De Gaulle le hicieron una entrevista por televisión, que casi toda era estatal, y le preguntaron también al jefe de la policía o al responsable o al alcalde: ‘¿Por qué no arrestó a Sartre?’, y respondió algo como: ‘porque Sartre es Francia’.”

–¿De veras De Gaulle dijo algo tan padre de Jean Paul Sartre?

–Sí lo dijo. Sartre, que estaba enfurecido porque quería que lo detuvieran y encarcelaran para provocar un escándalo internacional. Yo acompañé a Sartre a todos sus mítines a la salida de Citroen y Renault; él se subía a un banquito con un megáfono: Yo soy Jean Paul Sartre; ustedes no saben quien soy. ¿Cómo no iban a saber, si lo conocían muy bien? Vengo a decirles que estoy con ustedes, con la clase obrera.

–Gustavo, viviste una época extraordinaria.

–Los años de 1968 a 1972 fueron espléndidos para los jóvenes en Francia. Muchas acciones estudiantiles las cuento en esta novela, que para escribir volví a periódicos como El Día, y recogí diálogos y escenas que quise dramatizar; convertí a muchos estudiantes en personajes de mi novela, en la que además hice muchos diálogos…

–¿Éstos se han representado?

–No, me llevó 10 años escribirla y acabo de terminarla. La han leído amigos, pero no he buscado editor. Fíjate que ya tengo un tiempo de no ver al Pino, Salvador Martínez della Rocca; se casó con una chica de la Universidad de Guadalajara; ella trabajó con Marcelo Ebrard en el gobierno de la Ciudad de México; casi es la última vez que lo vi. Ya no hay muchos de la dirigencia del 68. A Gilberto Guevara Niebla lo veo de vez cuando, pero no mucho; a Félix Hernández Gamundi me lo encontré cuando fueron los 50 años del movimiento y vi ahí a varios, pero me pareció muy desangelada la conmemoración.

“Con mi novela pretendo reflejar sucesos que no se conocen tan bien; por ejemplo, la reunión que tuvimos con el general Cárdenas antes del 2 de octubre. Cárdenas pidió a César Buenrostro, quien dijo a su hermano, Jorge Buenrostro, profesor de economía, que me buscaran para invitarme a su casa en 1968 cuando ya estaba tomada Ciudad Universitaria. Era un privilegio ver al general Cárdenas en su casa en las Lomas. El general nos respondió que tenía que asistir un grupo representativo del Consejo Nacional de Huelga (CNH). Lo platiqué con Gilberto Guevara Niebla y con Raúl Álvarez Garín, y aceptaron que fuéramos varios, porque ya estábamos sin muchas opciones, debido a que el Ejército había tomado Ciudad Universitaria (CU) y también el Casco (de Santo Tomás); esta reunión fue el 20 de septiembre, más o menos. César Buenrostro nos dijo: ‘Les voy a poner un autobús en el Sanborn’s y les garantizo que no les va a pasar nada. Así van de ida a la casa del general, y el autobús los regresa’.

“Entramos a su biblioteca, en Reforma; éramos un grupo de 20 o 30; no estaba Raúl Álvarez Garín, pero sí Gilberto y Cabeza de Vaca, y Cárdenas nos oyó durante dos horas y media, callado como estatua, como él era. Después de dos horas y media dijo una cosa muy breve: ‘Yo creo en la Revolución Mexicana; yo creo en el gobierno, pero está desviado ahora, y quiero ser el puente entre ustedes y el gobierno, porque sus enemigos también son enemigos del gobierno, y yo quiero ser el puente, pero para eso necesito una carta firmada por el CNH y por los representantes más connotados, diciéndole al Presidente de la República que ustedes confían en el general Cárdenas para ser este puente’. Le dijimos que no podíamos decidir eso, que teníamos que hacerlo en una asamblea del CNH.”

–Ustedes daban mucho énfasis a la transparencia y a que todas las decisiones fueran tomadas por todos…

–Sí, todo entre todos, y, además, todo a la vista del público. Dijo el general: Está muy bien, hagan la consulta que quieran, pero esto apremia, la cosa está muy grave, créanme, que está grave, y nos regresamos todos asustados. Para que el general Cárdenas dijera que la cosa estaba grave es que sí debía estarlo, porque ya había pasado el informe amenazante de Díaz Ordaz.

–¿Consideras que Barros Sierra defendió en grande a los muchachos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) frente al presidente Gustavo Díaz Ordaz?

–Extraordinario, se portó muy bien; si él no hubiera encabezado la marcha y la bajada de la bandera mexicana en CU, hubiera peligrado aún más la UNAM y la impunidad del Ejército en CU.

–¿Crees que se hubieran dado más detenciones contra los chavos?

–Y mucho más muertos. El apoyo público del rector Barros Sierra nos dio mes y medio de respiro. Relato todo eso en mi novela. Lo que me molesta mucho del 68, y sobre todo de los dirigentes, porque fui uno de ellos, es que parece que no somos seres humanos; yo tenía 21 años y era mi primera participación, estábamos muy asustados, nos dábamos cuenta de que la persecución iba en serio, ya teníamos presos, sabíamos del peligro. Después de la toma de Ciudad Universitaria pensamos que nos iban a arrestar, pero nunca que nos iban a balacear como hicieron en Tlatelolco. El 2 de octubre en la mañana, los diarios publicaron que Jorge de la Vega Domínguez y Andrés Caso Lombardo eran los mediadores del gobierno, y nosotros elegimos a Gilberto Guevara Niebla, Manuel Muñoz –dirigente de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica–, Luis González de Alba y no me acuerdo quién más. La reunión estuvo durísima; nosotros esperábamos en Zacatenco hasta que llegó el 2 de octubre… Lo escribo en mi novela; temíamos que nos desconocerían y declararan traidores. No podemos dar un paso atrás por más que sepamos que las cosas van mal, les dije.

“En esa reunión, De la Vega que fue el más agresivo, avirtió: ‘O paran ahorita y levantan la huelga o se las rompemos’, y Guevara, que no era muy afecto a demasiadas elucubraciones contestó: ‘A ver quién se la rompe a quién’. Esa información la recibimos en la asamblea del CNH. Una de las cosas silenciadas fue el sorteo entre 120 del CNH para ir a Tlatelolco. Entonces ya había muchos muy asustados, más de la mitad que no asistieron al mitin en Tlatelolco.”

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