Norberto Bobbio, uno de los más destacados juristas del siglo XX, reflexionaba en su ensayo El problema de la guerra y las vías de la paz: “No me considero un militante de la no violencia, pero he adquirido la certeza absoluta de que, o los hombres lograrán resolver sus conflictos sin recurrir a la violencia, en particular la violencia colectiva y organizada que es la guerra –exterior o interior– o la violencia los borrará de la faz de la tierra”. Y hace más de medio siglo, el poeta Miguel Labordeta escribió los siguientes versos: “Mataos, pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna […] asesinaos si así lo deseáis, exterminaos vosotros: los teorizantes de ambas cercas que jamás asirías un fusil de bravura, pero dejad tranquilo a ese hombre tan bueno y tan vulgar que con su mujer pasea en los económicos atardeceres”.
Hoy, quienes gobiernan el mundo se empeñan en reivindicar la muerte y patrocinar la guerra. Estremece ver al Congreso estadunidense erigirse como el mayor patrocinador de la violencia colectiva y organizada del planeta. Su actitud es recurrente. En los años 80 del siglo pasado, la administración Reagan, destinó 4 millones de dólares a financiar el ejército mercenario conocido como la Contra nicaragüense. Hoy, libera 105 mil millones de dólares en ayuda militar para subvencionar el asesinato de civiles, bajo la doctrina de guerra total. Ucrania recibirá 61 mil millones; Israel: 26 mil millones; Taiwán 8 mil millones, y se reservan un millón para combatir la red china Tik-Tok.
En una escalada bélica sin precedentes, los países de la OTAN aumentan el gasto público en defensa. El Instituto de Estocolmo para la Investigación de la Paz (Sipri) subraya que en 2023 se produjo un aumento por noveno año consecutivo del gasto militar, el mayor en los últimos 15 años alcanzando la cifra de 2.44 billones de dólares. Aviones, carros de combate, misiles provistos de inteligencia artificial, acompañan la tecnología de la necropolítica. España adeuda 18 mil 323 millones de euros de los 22 mil 230 millones contratados en 2023. Guerras sucias, civiles, étnicas, híbridas, asimétricas, de baja intensidad, tecnológicas, contra el crimen organizado, la inmigración, el terrorismo o el narcotráfico. La industria de la muerte no establece distingos cuando se trata de objetivos. Alejados de los sentimientos y sin emociones, los misiles destruyen hospitales, escuelas, bibliotecas, museos y seres humanos. Niños, mujeres, ancianos, jóvenes, madres, hijas, hermanas, nietos, abuelas, están entre sus víctimas. La población civil se convierte en el blanco de la guerra total.
Los actuales estados genocidas han remplazado las cámaras de gas por métodos más sofisticados derivados de la inteligencia artificial. Nadie se hace responsable de pulsar enter en el tablero de mando. La guerra tecnológica facilita reinventar la solución final. Harold Brown, secretario de Defensa durante la administración Reagan declaró: “La tecnología puede ser un multiplicador de fuerza, un recurso que puede ser usado para ayudar a compensar las ventajas numéricas del adversario. Tener tecnología superior es una de las maneras más efectivas de equilibrar las capacidades militares, más allá de emparejar al adversario tanque por tanque o soldado por soldado”.
La muerte demanda trofeos, cuerpos sufridos. La humanidad, una abstracción nebulosa, tras sufrir dos guerras mundiales, un holocausto nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki, el uso de napalm en la guerra de Vietnam, el etnocidio en Ruanda, los bombardeos selectivos de la OTAN en la ex Yugoslavia, camina hacia la extinción. Mientras, sus patrocinadores reciben condecoraciones o son distinguidos con el premio Nobel de la Paz. Presidentes de Estados Unidos, militares o genocidas, Henry Kissinger, entre otros, figuran entre sus laureados.
Hoy, para avalar la violencia organizada y sistemática, se recurre a Isaac Newton, aduciendo al principio de acción y reacción para justificar crímenes de guerra y la inefable inteligencia artificial como su principal aliado estratégico. El Pentágono, señala Kate Crawford, en Atlas de la inteligencia artificial, financió a Microsoft para desarrollar el proyecto Maven de identificación de imágenes. Su finalidad era determinar si “el proyecto mataba a personas incorrectamente o por el contrario podía “ayudar a matar personas correctamente “poniendo la atención en la exactitud y precisión para matar” y no en el sentido ético del programa.
La paz y la democracia están en peligro frente el avance de las nuevas versiones del nazifascismo. Si miramos América Latina, las políticas genocidas contra los pueblos originarios conllevan militarización, secuestro, asesinato de dirigentes medioambientalistas, sindicalistas, destrucción de los nichos ecológicos, la entrega de territorios ancestrales a empresas trasnacionales mineras, agroalimentarias o de energías verdes. En África y Asia, los conflictos armados se expanden. A la par, el complejo militar industrial aumenta su producción con dinero público. Los gobiernos exigen armas inteligentes, acelerando la guerra por el control de las materias primas, litio y tierras raras para fabricar los microchips necesarios para favorecer tecnología de guerra y muerte. Según el informe del Sipri, en 2023, Europa aumentó 16 por ciento su gasto militar, África lo hizo 22 por ciento, y Oriente Medio 9 por ciento”. Israel en tres meses de guerra contra Gaza y palestina, aumentó el gasto militar 24 por ciento, pasando de mil 600 millones de euros en octubre a 4 mil 400 millones.
El odio, la xenofobia, el racismo o la intolerancia, son instrumentos eficaces en este escenario. Quienes controlan el mundo, promueven la impunidad ante los crímenes de lesa humanidad. La asimetría del poder se hace notar en el Consejo de Seguridad. El derecho a veto legitima el genocidio en Gaza, el bloqueo a Cuba y la necropolítica. Naciones Unidas entra en un impasse o, mejor dicho, colapsa. Los jefes de Estado y gobierno, defensores de la muerte, con capacidad de cambiar el rumbo de los acontecimientos han perdido la humanidad, mutando en verdugos de la democracia y sepultureros de la paz.