El escritor Paul Auster falleció a los 77 años de cáncer este martes 30 de abril. La noticia sobre su muerte fue dada a conocer por sus amigos a la prensa neoyorkina. Poeta, ensayista, guionista, autor de más de treinta novelas, fue uno de los mayores exponentes de la literatura estadounidense contemporánea.
Para Paul Auster bastó mudarse desde Francia hasta Nueva York, el lugar que sería su hogar, para que el éxito editorial tocara su puerta. Porque aunque tenía tinta corriendo por las venas y las letras fluyendo por los dedos, la pluma de Auster encontró su lugar sólo hasta que volvió suya a la Gran Manzana.
En varias ocasiones su esposa, la también escritora, Siri Hustevdt habló de esa Canceralandia donde la familia Auster habitó los últimos meses. A través de una publicación en Instagram, la novelista dio la noticia de la enfermedad de Paul acompañada de una fotografía de ella misma dándole un beso a su marido en la sien. En el texto relató lo duro que era estar viviendo la experiencia de tener a alguien cercano padeciendo la enfermedad.
Hace un año, difundió una fotografía del autor parado bajo el rayo del sol tomada por Spencer Ostrander, yerno de Hustevdt, acompañada de un texto en el que recalcó que “ninguna persona puede ser reducida al nombre de su enfermedad”, pero que a su vez, la enfermedad no puede ser separada de la persona que la tiene.
Newark, Nueva Jersey, vio nacer a Paul Auster en 1947. Su familia judía de origen polaco encontró resguardo en Estados Unidos ante la amenaza del nazismo. Muchos años después, en Brooklyn, Nueva York, nació el primer éxito de Auster: Ciudad de cristal, en 1986. La Trilogía de Nueva York (1987), su compilación de novelas de historias experimentales de detectives y escritores, fue la que catapultó su nombre después de publicar su primera novela, Jugada de presión (1976) que, además de no haber tenido gran éxito, fue publicado bajo el seudónimo de Paul Benjamin.
Su obra se empapó de existencialismo, del yo, y sobre todo, del azar en novelas como El palacio de la luna (1989), Leviatán (1992), Tombuctú (1999), El libro de las ilusiones (2002), La invención de la soledad publicada en 1982 (que, por cierto, fue inspirada en la muerte de su padre, por lo que toca temas como la paternidad).
El autor, miembro de la Academia Estadounidense de Artes y Letras desde 2006 y de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias desde 2003, no sólo fue condecorado en su país y en Europa (donde su obra fue incluso más reconocida) sino que también pasó por México, donde le fue otorgada la Medalla Carlos Fuentes en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 2017.
Siempre Nueva York
Estudiar literatura en la Universidad de Columbia le permitió llevar sus letras al otro lado del océano, a Francia, antes de consolidarse como autor a su regreso en Estados Unidos. Fue hasta Brooklyn, uno de los cinco distritos de Nueva York y su hogar desde entonces, donde su carrera adquirió relevancia, pero también donde hizo aparición su enfermedad.
El escritor fue diagnosticado con cáncer en diciembre de 2022 después de pasar un tiempo enfermo, según lo mencionado por su esposa en su Instagram. Su tratamiento lo llevó en el centro de tratamiento oncológico Memorial Sloan Kettering en Nueva York.
No solo Nueva York lo acompañó en su trayectoria literaria y en su enfermedad. Su esposa, con quien vivía desde los años ochentas, Siri Hustvedt, compartió con él su amor por las letras. Los dos habían sido condecorados con el Premio Princesa de Asturias de las Letras; él en 2006 y ella en 2019. Fue ella quien mencionó al mundo lo doloroso que era compartir la experiencia del cáncer, que era una “aventura de cercanía y separación”.
Pero el cáncer no fue lo primero que escuchamos del apellido Auster más allá de sus grandes contribuciones a la literatura estadounidense. La familia del autor afrontó otra tragedia ante la muerte de la nieta del escritor, en 2021; y posteriormente, el arresto y fallecimiento e su primogénito, Daniel Auster, hijo de su primer matrimonio con la escritora Lydia Davis, desgraciadamente ambos a manos de las drogas.
Actos y palabras
La pluma de Auster no era lo único que se levantaba, sino también su voz. El autor tenía sus opiniones muy claras y su actuar no caminaba muy lejos de ellas. No dudaba Auster en llamar “sicópata” y “maníaco” a Donald Trump en el Hay Festival Querétaro de 2020 para recalcar su desaprobación y temor por una reelección del político por sus discursos intolerantes. Tampoco dudaba en condenar el despojo de nacionalidad a trescientos nicaragüenses por el presidente Daniel Ortega mediante un manifiesto firmado por él y por otros tantos intelectuales como la mexicana Elena Poniatowska.
Auster tampoco dudó al no asistir a países, como Turquía, que con gran cantidad de periodistas y escritores encarcelados, chocaba con sus principios ideológicos de defensa de la libertad. Y hablando de defensa de la libertad para La Jornada escribió, o más bien, rezó, por Salman Rushdie. Auster estaba indignado por lo que le sucedía a su compañero de oficio, víctima de ejercer sus letras amenazado por la fatua. Reconocía su propia libertad como una ventaja, y rezaba, según él mismo relató, para que Rushdie pudiera alcanzarla.