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Las claves de la revolución portuguesa

29 de abril de 2024 00:01

El 25 de abril de 1974 comenzó el último gran movimiento revolucionario en Europa. En aquella fecha, un grupo de oficiales, arropados bajo las signas de Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), en alianza con importantes mandos del ejército, lograba derrocar al gobierno portugués. Los alzados portaron la estacional flor del clavel en sus fusiles como seña de que no era su intención disparar. Como el Chile de Allende antes o después la Nicaragua sandinista, la llamada Revolución de los Claves encantó al mundo. Aquel día empezó una breve, pero intensa discusión sobre el destino de la nación portuguesa, acompañada de tirones entre sectores simpatizantes del comunismo, del socialismo liberal y conservadores.

El origen del régimen derrocado se encontró en el llamado “Estado nuevo”, que había sido fundado entre 1926 y 1933 por Antonio Oliveira Salazar con una fuerte inspiración corporativa, figura asociativa muy extendida en aquella época. Para la división producida por la guerra fría, era una dictadura rescoldo del periodo de entreguerras, no siendo casual que sus opositores la tildaran de fascista. La longeva tiranía tenía un fuerte pilar en la policía política, la temible Policía Internacional y de Defensa del Estado (PIDE), que contaba con 20 mil elementos activos y similar número de colaboradores. El día de hoy, la cárcel política del régimen es el Museo de Aljube, espacio dedicado al fomento de la memoria. Al tiempo que la policía política era desmontada, las energías sociales comenzaron a enfilarse para lograr las grandes demandas de los contingentes obreros –Portugal, como otros países de la periferia europea había sufrido un abrupto cambio poblacional al iniciar esa década– y, sobre todo, una importante reforma agraria. El MFA sostuvo un programa antimonopolio, nacionalizador y democrático que fue apoyado por el Partido Comunista Portugués y por el influjo del recién fundado Partido Socialista.

Entre los oficiales del MFA y sus aliados se expresaron fracciones más conservadoras y otras izquierdistas, algunas de ellas proclives al socialismo y al comunismo, misma que intentarían hacer a Portugal “transitar al socialismo”, sobre todo tras el intento de golpe de Estado contrarrevolucionario en 1975, año en el que finalmente el gobierno nacionalizó gran parte de la economía. Este caldo de cultivo volvió la experiencia portuguesa rica en su diversidad, aunque finalmente estabilizada en la moderación una vez que las principales reformas se realizaron, expresadas en los distintos resultados electorales que dieron la victoria a los socialistas moderados.

La historia de la búsqueda por democratizar a la nación lusitana es casi paralela a la de la dictadura; sin embargo, encontró un incremento sustancial hacia finales de los 50, cuando parecía abrirse un camino liberalizador. En 1958 el militar Humberto Delgado se presentó en las elecciones y consiguió el apoyo de todas las fracciones antidictatoriales, logrando un amplio frente, aunque finalmente víctima de un fraude. A partir de ahí, pequeños alzamientos mostraron a las fuerzas políticas de izquierda que entre la joven oficialidad anidaba una esperanza antifascista.

Cerrada la llave del caudal electoral, la emergencia de un sector democrático dentro de las fuerzas armadas se expresó con mayor radicalidad a inicios de los 60, cuando se acrecentó el proceso de descolonización en África. A diferencia de las corrientes ideológicas opuestas a la dictadura que no cuestionaban el papel del colonialismo y aspiraban a una “comunidad portuguesa-africana”, a partir de ese momento, en el seno de las fuerzas armadas, comenzó una crítica a la política colonial, comandada por los jóvenes oficiales que se preguntaban el sentido de la dominación ultramarina. Y es que Portugal, nación con apenas 8 millones de habitantes, sostenía en 1960 un imperio colonial con la misma población a partir de sus principales territorios: Angola, Mozambique, Cabo Verde y Guinea Bissau. Portugal era la periferia europea, pero a su vez la cabeza de un imperio decadente. Pronto, los sectores progresistas de la oficialidad y las izquierdas convergieron en la crítica al sistema colonial, pues los comunistas desde décadas atrás habían fomentado la política de la autodeterminación. Cada una de las naciones emergidas tras el proceso de descolonización tuvieron sus propios procesos y tensiones.

En México, la revolución portuguesa fue recibida con beneplácito por las izquierdas. En Oposición, el semanario del Partido Comunista Mexicano (PCM), se reportaba la actividad del hermano portugués y en febrero de 1975 Cuauhtémoc Sandoval escribió el reportaje “Portugal: bulle el pueblo, se alza la revolución”. Los comunistas portugueses, además, participaron de los Festivales de Oposición que el PCM realizó en el segundo lustro de aquella década. Por su parte, en tres números de la revista Punto Crítico de 1975 se reprodujeron las crónicas de Gabriel García Márquez cuyos títulos elegidos fueron: “Portugal: primer territorio libre de Europa”, “¿Pero qué carajos piensa el pueblo”? y “El socialismo al alcance de los militares”; adicionalmente, en esa misma publicación, apareció la entrevista de Oriana Falacci al líder comunista Alvaro Cunhal.

Sin embargo, el vínculo más perdurable entre las izquierdas comunistas y portuguesas fue la presencia de Francisco de Paula Oliveira, cuyo seudónimo fue Antonio Rodríguez. Joven militante comunista, se exilió en México en 1939, donde desarrolló una prolífica actividad como periodista. Escribió regularmente en Siempre! y realizó un fotorreportaje sobre la miseria del Valle del Mezquital (recientemente estudiado a profundidad por la investigadora Haydeé López Hernández). A finales de 1959, incursionó en el formato de diario de viaje con una crónica por China Popular y Corea. En paralelo a la Revolución de los Claveles dedicó un libro a la expropiación petrolera titulado El rescate del petróleo: Epopeya de un pueblo.

La Revolución de los Claveles en buena medida comenzó y logró su éxito gracias a la aspiración libertaria que bullía en África. De alguna manera puede pensarse en una cadena de dominación, que finalmente fue rota en su eslabón más fuerte, con la fragancia de un clavel en primavera.

*Investigador de la UAM



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