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Estados Unidos, alianzas en Latinoamérica

28 de abril de 2024 00:04

El asalto inaceptable, violando las puertas de la embajada de México en Quito, Ecuador, cuyos uniformados agredieron al cuerpo diplomático mexicano y con armas de alto poder en mano intimidaron y secuestraron a un asilado político, el ex vicepresidente Jorge Glas, ha sido un acto delincuencial de tal magnitud que sigue siendo difícil de asimilarlo en su enorme gravedad. No sólo se rompieron todas las reglas internacionales consensuadas entre los países para intentar una convivencia armónica en un mundo lleno de dificultades, sino que las justificaciones de las autoridades de Ecuador son simplemente absurdas.

Felicidades al gobierno mexicano que, en voz de la canciller mexicana Alicia Bárcena, ha llevado la queja a las instancias internacionales, atendiendo la decisión del presidente Andrés Manuel López Obrador.

Las autoridades de Ecuador han mostrado cabalmente su incapacidad, ignorancia y soberbia al confundir a un Estado constituido en los marcos del derecho internacional con una empresa, un rancho o plantación que, lamentablemente, coloca a ese gobierno en lo que históricamente se ha denominado un “país bananero”.

No es ningún insulto, remite a una situación histórica que comenzó a finales del siglo XIX con la tristemente célebre compañía trasnacional United Fruit Co, que explotó y expolió a las poblaciones centroamericanas por años violando todo tipo de derechos. Se permitían imponer dictadores, llevar a cabo matanzas de campesinos, encarcelamientos de disidentes, robo de tierras, todo ello en connivencia con los gobiernos corruptos que se beneficiaban de esas complicidades. ¡Qué coincidencia, el presidente de Ecuador Daniel Noboa es hijo del magnate bananero Álvaro Noboa, considerado uno de los hombres más ricos del país!

Los momentos actuales para América Latina son complicados porque todo indica que Estados Unidos ha decidido generar crecimiento a través de guerras y por ello está dando un enorme impulso a la industria militar. En estas condiciones le resulta importante redefinir sus áreas de influencia y fraguar alianzas en momentos en que su hegemonía está en declive.

No es casual que la jefa del comando sur, Laura Richardson, militar responsable de organizar planes de operaciones y cooperación en materia de seguridad en la región latinoamericana, haya señalado que los recursos naturales estratégicos de la región son de enorme importancia para su país.

Tampoco resulta extraño que haya surgido un acuerdo para que Estados Unidos envíe a Ecuador un importante conjunto de dispositivos relacionados con “seguridad”. Ni llama la atención que Daniel Noboa, después del despropósito llevado a cabo en la embajada de México, haya volado a Miami, seguramente para recibir instrucciones. Y no está alejado de la verdad que Estados Unidos ha tenido una muy fría posición ante lo sucedido en la embajada de México, lo que López Obrador, por supuesto, reclamó.

Tampoco se puede desdeñar el importante encuentro de Javier Milei, quien se desplazó a Tierra del Fuego para encontrarse con Laura Richardson y anunciar la construcción de una base naval integrada.

Parece claro que Estados Unidos utilizará como punta de lanza para sus objetivos a los gobiernos de derecha y ultraderecha de claro sesgo fascistoide: Ecuador con Daniel Noboa y Argentina con Javier Milei.

Ante esta necesidad de alianzas de Estados Unidos, se presentan un conjunto de países que están poniendo en marcha los llamados progresismos o formas de keynesianismo que intentan ir dejando atrás el neoliberalismo a través de estrategias tales como mejorar la distribución del ingreso, la recuperación de la soberanía sobre industrias estratégicas, la aplicación de programas sociales con énfasis en educación, salud pública, privilegiar lo público sobre lo privado.

Y que, en el caso de México, debería además reconsiderar los tratados de libre comercio firmados con Estados Unidos y Canadá porque éstos son justamente el núcleo que configura la centralidad del neoliberalismo y, por lo tanto, de la dependencia del país. Es claro que este no es el modelo que apoya Estados Unidos, lo que les va a dificultar avanzar en el proceso para abatir el neoliberalismo, no sólo por posibles conflictos con los socios comerciales, sino además por las élites internas de los países que están ligadas con los intereses trasnacionales.

En esta larga, difícil y peligrosa transición en la que sigue sin concretarse el nuevo patrón de acumulación (Valenzuela), resulta más urgente que nunca que los países latinoamericanos hagan un esfuerzo real para alcanzar la tan anhelada y necesaria integración regional para, en conjunto, fortalecer sus capacidades y opciones de desarrollo robusteciendo las soberanías nacionales. Y conociendo la historia latinoamericana, la recreación de una posible Unión Europea en el continente es simplemente inviable.



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