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Economía moral

26 de abril de 2024 08:01

Después de haber analizado, en la entrega del 12/4/24, las dificultades que enfrenta hoy la ciencia, uno de los dos componentes de la noción moderna de alta cultura (AC), por las cuales pierde su carácter de actividad autónoma; y de haber enunciado que para György Márkus (GM) el otro componente de la AC, las altas artes (AA), también tienen problemas, pues la mediación inevitable del mercado para hacer llegar las obras de AA a sus receptores, parece quitarles a estas obras toda posibilidad de ser valores intrínsecos, continúo hoy la narración de la postura de GM sobre las AA, tomando libremente de su texto (introducción de Culture, Science, Society. The Constitution of Cultural Modernity, Brill, Leiden, Boston, 2011). A contrapelo de dicha mediación que parecía quitarles la autonomía, GM aclara que el surgimiento de los mercados culturales es lo que hizo posible el surgimiento de la idea misma de AA. Sólo el poder homogeneizador del mercado pudo destruir la relación patrón-cliente que hacía que el artista tuviera que seguir las directrices y expectativas del patrón. También permitió que las obras de arte estuviesen disponibles, en principio, para cualquier receptor interesado. La barrera económica, menor en la literatura, es eliminada por las bibliotecas públicas. Pero al mismo tiempo mina y refuta en la práctica la pretensión de las AA de universalidad. A la par surge la idea de su opuesto: los productos vulgares, populares, comerciales o de arte de masas. Las AA y el arte popular-comercial son los polos de un continuum con fronteras borrosas. Hay todo un espectro de obras de nivel medio que pueden ser leídas/vistas como la expectativa de placer estético o de mero entretenimiento. Las grandes teorías estéticas del pasado (finales del siglo XVIII a principios del XX) intentaron enfrentar y resolver estos problemas. Al ofrecer una caracterización general de la auténtica obra de arte (determinada sobre todo por su forma), habían aclarado su diferencia fundamental, irreconciliable, con las obras de pseudoarte.

Pero las tendencias artísticas modernistas y posmodernistas despojaron a la tradición estética de esta función orientadora. El arte de vanguardia y posmodernista, en su búsqueda cada vez más radical por la originalidad, desafió las expectativas incluso de receptores cultivados, al rechazar conscientemente los rasgos que, según la tradición estética, debían cumplir las auténticas obras de arte. Las obras posmodernistas de literatura buscan la eliminación de la voz personal del autor (en poesía) o la del narrador (en novela) haciendo el texto enteramente autorreferencial, sin ninguna relación con su recepción. Las AA (o la AC en general) eran vistas como destinadas, y capaces, de remplazar la función y poder de la religión: ofrecer una orientación hacia fines terrenales universalmente válidos, capaces de conferirle sentido a la vida individual, llenando el vacío dejado por la secularización. Esta pretensión de universalidad no se pudo sostener. Incluso después de eliminadas las grandes desigualdades socialmente fundadas (eliminación del analfabetismo, educación básica obligatoria), las AA siguieron siendo un interés estable de un círculo muy pequeño de receptores. Sin embargo, sus obras pueden tener un genuino efecto de transformación vital que abre el camino a la autorreflexión radical.

Lo que las AA han perdido en la modernidad, debido a su propia autonomía, es cualquier función social prefijada que sus obras tendrían que cumplir. En este sentido se desfuncionalizaron. Hoy, cada nueva obra de las AA tiene que crear su propia función, buscando receptores para quienes tenga un sentido iluminador, transformador. El interés en obras recientes de las AA, debido a la gran individualización del gusto y la gran variedad de opciones, crea poca comunalidad y ligas sociales, incluso entre la pequeña minoría de sus receptores comprometidos. Sin embargo, el hecho de que tantas expectativas y creencias originalmente sostenidas, que motivaron la introducción de la noción de AA, probaron ser ilusorias, aconseja plantear la pregunta crítica sobre la coherencia, o al menos pertinencia, de esta noción. Surgen serias dudas sobre la adecuación cognitiva y pragmático-empírica de su concepción. Identificar las AA con las obras intrínsecamente valiosas para (al menos en principio) todos los seres humanos, con las ‘obras clásicas’ del pasado y del presente nos deja con un ‘déficit conceptual’, pues no ofrece espacio conceptual para la mayoría de las producciones artísticas contemporáneas que son pertinentes para su concepción. Su pertenencia a las AA es una pretensión que en la mayoría de los casos fracasa. Crear obras maestras, los ‘clásicos del futuro’ es una tarea muy difícil, rara vez exitosa. Pero la pretensión, aunque falle, es real. Son obras que, de acuerdo con las intenciones de sus autores, las expectativas de sus receptores y las señales institucionales apropiadas que las ubican en el reino de la producción cultural, pertenecen al mundo de las AA. Pero aunque son obras de las AA en todos estos aspectos, se desvanecerán relativamente pronto y serán olvidadas. El concepto usualmente aceptado de AA es incapaz de dar cuenta de ellas. Dada esta falla, sería quizás apropiado acudir a la distinción empírico-pragmática que ofrecen los mercados culturales para distinguir entre AA y bajas artes, cuyas diferencias consisten en dos versiones del éxito: de largo plazo, históricamente estable y acumulativo, opuesto al impacto masivo que se desvanece rápidamente. Estamos ante un acertijo: ni el enfoque normativo tradicional, ni el empírico-pragmático parecen ofrecer medios adecuados para caracterizar convincentemente y delimitar el reino de las AA. En este libro György Márkus rechaza la postura que sostiene que el concepto de AA es un constructo ideológico de literatos e intelectuales para santificar sus propias obras. En el libro, GM asume estas tensiones y dificultades internas con toda seriedad. Concluye la introducción diciendo que los intentos por clarificar el concepto de AA fallan porque intentan contestar la pregunta de una vez para siempre. Pero olvidan el hecho de que las condiciones y maneras de enfocar la solución cambian, a veces radicalmente, en la historia, porque dependen de las maneras, cambiantes en que estas actividades están incrustadas en la estructura socioeconómica de la sociedad y de las luchas culturales asociadas. Incluye 21 artículos, escritos a lo largo de varias décadas, en los que GM aborda los temas de la ciencia, la filosofía y las AA, dialogando con Kant, Hegel, Descartes, Marx, los filósofos alemanes del siglo XIX, Lukács, Benjamin, Adorno, Arendt, Heidegger, Aristóteles, Brecht, Ernst Bloch, Gadamer, Kuhn, Platón y Weber, entre muchos otros. Una gran obra que quedó incompleta comparada con las intenciones originales de GM.

 

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