Se encuentra a orillas del río Weser, de ahí la importancia portuaria en la historia y actualmente en la actividad comercial. Pertenece a una antigua confederación de ciudades del norte de Europa que data de principios del siglo XX.
Diversas ciudades portuarias eran parte de esta liga, Hamburgo también, por eso ostentan en documentos oficiales la letra H, que antecede a su nombre, incluso en las placas de los autos; por ejemplo, para Bremen es HB y para Hamburgo HH. Berlín, por ejemplo, es sólo B.
Bremen ha quedado a la sombra de Hamburgo por su cercanía geográfica, especialmente cuando se trata de mencionar ciudades alemanas que tengan impacto en el ámbito internacional y turístico. Aquí hay museos andantes
, que son lugareños con atuendo medieval que se ofrecen como guías.
Al adentrarse a esta urbe de 600 mil habitantes la agradable sorpresa es mayúscula al descubrir un incomparable carácter, la amabilidad de sus habitantes, el orgullo con que comparten la historia de la ciudad y los tesoros arquitectónicos que impresionan por su belleza y monumentalidad.
Existe una tradición que se ha convertido en una especie de impronta de la ciudad; antes de cualquier recorrido turístico primero hay ir a ver a Los músicos de Bremen. Se trata de una pequeña escultura al lado del ayuntamiento instalada en 1951 que muestra a cuatro animales, uno sobre el otro: un burro, un perro, un gato y un gallo.
Son personajes de un cuento de los famosos hermanos Grimm, cuyo nombre es Die Bremer Stadtmusikanten ( Los músicos de Bremen), de lo multitalentosos literatos alemanes del siglo XVIII, autores de historias tan populares como Cenicienta, Blancanieves, La Bella Durmiente y Hansel y Gretel, entre otras.
Los dueños de los cuatro habían decidido sacrificarlos por su avanzada edad, pues se habían convertido en una carga y motivo de gasto. Vivían en distintas ciudades. El burro fue a Bremen para convertirse en músico, una urbe que tenía fama de ser amable con quienes llegaban de fuera. En el camino se le unirían los tres.
Antes de llegar, los cuatro deciden pernoctar en una choza; al percatase que estaba ocupada por bandidos, con el fin de amedrentarlos se colocan uno sobre otro; el burro, al ser el más grande era la base, le sigue el perro, el gato y sobre ellos el gallo. Emitiendo los sonidos propios de cada uno al mismo tiempo, logran asustar a los ocupantes para quedarse en la choza.
Es una tradición, al visitar la escultura, pedir un deseo frotando las patas del burro; si se cumple, hay que volver y frotarle el hocico. Miles de turistas ya han dejado huella con el brillo de las patas y el hocico, aunque es difícil constatar si los deseos se hicieron realidad. Hay que visitar Bremen y probar suerte.
Alia Lira Hartmann, corresponsal