Por lo que sabemos, Gregoria Zúñiga, Goyita, o La Chinaca, como le decía Zapata a la joven por su pelo chino, fue tal vez su más grande amor y con quien procreó tres hijos. Con ella pasó la última noche de su vida en Tepalcingo, antes de caer acribillado en la hacienda de Chinameca, el 10 de abril de 1919.
Por fortuna, se conservan dos entrevistas que le hicieron a Goyita Carlos Barreto y Francisco Juliao en 1973 y 1974, testimonio invaluable en el que cuenta su vida con el Caudillo del Sur. Así contó Goyita su último encuentro con Zapata: “Entonces ya salí yo de aquella casa y me paro a medio patio, fue una cosa triste, y él se para a caballo: –¡Quiúbole! –Riéndose, hasta parece que lo estoy mirando.
–¡Ay mi chinaca! –Venía en el caballo metiendo y que me da la mano y que la aprieta, le digo: ‘Bájate, ¿no vas a comer?’, y entonces se baja del caballo me mete abrazando pa’ dentro, pa’ donde yo dormía, a mi cuarto, se sienta en la cama y me dice –¡Ah que mi china!, que ya te andaban avanzando, ¿no mujer?, me contaron tantas versiones que ya decía yo ‘¿es posible que yo a esa mujer ya no la vuelva yo a ver?, es la única que tengo’.
Vieras visto cómo me puse –me platicó, pobrecito. “Le digo: vaya pos ya me andaban, pero no me avanzaron, pues me escapé. Eso estuvo muy bueno. “Le digo: pues mira, quiso Dios que me salve. Venga, ándale pues, ya es tarde ¿no vas a comer nada? “Dice: ‘no, si tienes algo prepáramelo para el camino porque me voy’ –y ya nos metimos pa’ dentro y me dice: ‘oyes, antes de que nos siéntemos, anda a traerme un jarro de agua, pero bien fría, con un pedazo de azúcar’”.
Goyita siguió contando sus últimos momentos con el jefe Zapata: “…se tomó el agua ahí; quedamos los dos solitos ahí sentados en la cama. Me dice: ‘oyes, mira, sal ajuera y allá en mi caballo, por el lado del subir, está un morral, lo traes y en las cantinas de mi silla están mis puros, dos cajas, los sacas y me los trais’.
Ahí tiene usted que yo me arrimé al caballo, le bajé el morral, saqué sus puros y me metí para adentro, se los di, llevaba dinero. Saca un puro y que se lo empieza a fumar. Y ya en la cama, así estábamos sentados, yo así y él así, en un paliacate grande, de esos colorados corrientes, llevaba la bolota de pesos; pura plata vieja y que empieza a contar y a contar.
Dice: ‘ya ni has de tener dinero, se me figura que ya ni tienes dinero, ¿verdad mujer?’ Me dijo: ‘China –me decía china siempre–, guárdate eso’. Le digo: ‘guárdatelo tú, mira yo tengo todavía’. ‘¿Y por qué tienes todo eso?’ Le empecé a hacer cuentas, y que, dice: ‘¿Pos qué, no comes? ¡Ay mujer, de veras que eres ahorrativa.
Vente pa’ ca Goyita’, y me tiende un petate, ahí en la cocina donde están, junto del brasero... me tiende un petate para que nos sentemos yo, Chucha y Luz (sus hermanas) y mi hijita que seguía dormida… ‘Mira, siéntate tú, van a venir esos cabrones, no quiero que te les hagas presente a ninguno de esos, que sirvan la mesa, que les sirvan ahí las otras muchachas y tu mamá, menos tú’. “Que se sienta allí junto de mí, allí como estaba yo, con sus hermanas, con Chucha y Luz y mi hijita.”
Su compañera narró así la última escena de Emiliano con su hijita de ocho años, María Luisa: “Ya se me había dormido mi’jita, aquí en las piernas la tenía yo acostada y ya se me había dormido y que la ve y dice: ‘Mi’jita, –le hacía cariños –mi’jita, tan grande que ya estás hijita, –le hacía sus cariños, sus caricias a mi’jita, su hijita de él. ¡Ay Dios, un cuadro muy triste joven! “Ahí sentado, abrazado con su niña, les dice a sus hermanas: ‘Ustedes, mujeres, ¿porqué están tan secas?, las veo muy reservadas, que no anden así’, dice, ‘pues pobrecitas, siquiera Dios les de esa resistencia con tanto que sufren’, les decía a sus hermanas.
‘Mira mi’ja qué grandota está’, dice, haciéndole cariños a su hijita y acariciándola. ‘Miren aquí a ésta cómo está, más preciosa que ninguna’. “Se estaba haciendo noche y Zapata había quedado de verse con Guajardo en la Hacienda de Chinameca al otro día, 10 de abril, temprano. Emiliano vio su reloj y dijo: ‘¡Ah caray, ya es noche, ya van a ser las 12 y yo tenía que estar en Tlaltizapán a más tardar a las 11, ya se hizo tarde’”.
Comenzó a darles consejos a Goyita y a sus hermanas. A su compañera le dijo que no se mortificara para que no envejeciera pronto. Como si presintiera el peligro, agregó: “primero Dios, hemos de vivir”. Les dijo que tenía que irse ya. Goyita lo quiso detener: “No te vayas, ¿qué vas a hacer? Fíjate, ya casi va a ser la una y te quieres ir, quédate, acuéstate a descansar, ahí dormimos y mañana a ver qué cosa… le decía yo. “Dice: ‘no mi vida, no. Ora no es tiempo de dormir, ahora es tiempo de andar….”.
* Director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México