Los misioneros no llegan a un páramo social y religioso. Dependiendo del espacio geográfico al que arriban con el propósito de difundir un mensaje y ganar adeptos para su causa, las condiciones del entramado social y cultural producen distintas respuestas de los misionados, es decir, de personas locales que rechazan, son indiferentes, o aceptan y modifican la propuesta religiosa exógena.
Las condiciones del terreno en que incursionan los misioneros pueden ejemplificarse con el caso de la Ciudad de México. Enviados de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur y la del Norte llegaron a la capital del país prácticamente al mismo tiempo. Lo hicieron a principios de 1873, por separado, ya que tenían diferencias respecto al tema de la esclavitud. Los metodistas del sur consideraron legítima la posesión de esclavos y formaron, en 1844, un cuerpo eclesiástico separado del metodismo norteño.
El obispo John C. Keener, de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur, se apersonó en la Ciudad de México el 29 de enero de 1873. La urbe lo impresionó: “El estilo de la arquitectura y la solidez de los edificios me asombraron. Al ir en coche de la estación [de ferrocarril] al hotel Iturbide [hoy Centro Cultural Banamex, en la avenida Francisco I. Madero, Centro Histórico], me parecía una visión oriental, esa ciudad edificada en el interior del país, me traía a la memoria la Ciudad de Florencia y la arquitectura de Miguel Ángel”.
Pronto descubrió que en la antigua México/Tenochtitlan había núcleos protestantes/evangélicos bien consolidados y liderazgos muy activos. Conoció a Sóstenes Juárez, profesor de primaria, que había formado parte de la resistencia contra los invasores franceses y los conservadores que los apoyaban. Sóstenes, según algunas fuentes, era primo de Benito Juárez, alcanzó el grado de mayor en el ejército republicano juarista.
Encarcelado por ser opositor a Maximiliano de Habsburgo, Sóstenes Juárez inició la lectura de la Biblia, lo hizo en francés, ya que dominaba el idioma. El resultado de la lectura fue un cambio de perspectiva:
“Yo que había anhelado la libertad de acción para mi país, ahora anhelaba la libertad del espíritu para mis compatriotas que se hallaban bajo el yugo de Roma. Veía patentemente que la lectura de ese pequeño libro habría de libertarles de la tiranía romanista […]. Resolví que cuando saliera de mi cárcel política, trataría de salvar a mis paisanos todos, a mi querido pueblo mexicano, de la cárcel religiosa en que se hallaba arrojado”.
En 1864, o a más tardar en 1865, Juárez se vinculó con la Sociedad Evangélica de México, la cual celebraba reuniones en San José el Real 21, actual Isabel la Católica número 13, Centro Histórico. En octubre de 1869 Sóstenes Juárez inició otro grupo en el callejón de Betlemitas, hoy calle Filomeno Mata, casi esquina con Tacuba.
Una de las células afiliadas al movimiento encabezado por Sóstenes en Betlemitas fue hostigada y perseguida en Xalostoc, hubo algunos encarcelados. Del caso se ocupó Ignacio Manuel Altamirano, porque para él se trataba de “un hecho que en mi calidad de liberal y amigo de la tolerancia y de la civilización no puedo dejar inapercibido” (El Siglo Diez y Nueve, 27/3/1870, pp. 1 y 2).
Mucho más podría ser narrado sobre Sóstenes Juárez y los núcleos protestantes/evangélicos que reconocían su liderazgo. Por ahora lo importante es mencionar que, para febrero de 1873, cuando lo conoce el obispo metodista del sur John C. Keener, el misionero invita al mexicano para que se uniera al trabajo que deseaba iniciar en la capital del país. Keener visitó otros lugares de reuniones protestantes, que se localizaban a pocas calles unos de otros.
Uno lo encabezaban Agustín Palacios y Arcadio Morales en la calle de Cinco de Mayo (tenía 200 congregantes), en el tramo que va de Isabel la Católica a Motolinía. Otro se congregaba en el templo de San Francisco (frente al Sanborns de los Azulejos), y el día que lo visitó Keener, el domingo 9 de febrero, “había 250 presentes de la gente común”.
Sóstenes Juárez fue clave para que Keener pudiera comprar la capilla de San Andrés, que estuvo en la calle de Tacuba y Xicoténcatl. Tras un rápido acondicionamiento, en dicho lugar dieron inicio actividades de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur, el 30 de marzo de 1873.
Tras haber estado en la Ciudad de México y alrededores poco menos de dos meses, el obispo Keener resumió su aprendizaje en tres puntos: 1) había 40 o 50 congregaciones en las que se leía la Biblia; 2) lo anterior era resultado de los propios mexicanos, y no obra de sociedades misioneras de fuera; 3) el crecimiento de la libertad religiosa en México era algo para destacar, el principio libertario se mantenía pese a los cambios políticos y periodos de violencia.
Fueron condiciones internas y personajes endógenos los que prepararon el terreno sobre el que incidieron los misioneros. Los misionados no fueron meros receptores de un mensaje exógeno, con su trabajo habían logrado avances y consolidar espacios para diferenciarse de la religión dominante y mayoritaria.