Mario Renato Menéndez Rodríguez fue un periodista que vivía al ritmo de la rotativa. Ahí trabajaba todos los días, comía y dormía. Su reloj interno estaba sincronizado con los sonidos del rugir de las imprentas, sus alarmas y los gritos de los obreros; un paisaje sonoro que lo revolucionó corporalmente e iba entrando en un trance, como cuando los magos se preparan.
Su muerte es el preludio de la extinción de una especie. El fin de una forma de hacer periodismo impreso diario.
“Hay que ser jodedor”, me dijo el día que le llevé el primer ejemplar de La Jornada Maya, anticipando su enorme sonrisa. Lo conocí a principios de los años 80, cuando aceptó mis primeras colaboraciones en la revista Por Esto!
En abril de 2015 nos volvimos a encontrar cuando en Mérida lo busqué para informarle que me enviaban a fundar la edición peninsular; no me dejó terminar. “Ya lo sé, me lo dijo Andrés Manuel la semana pasada. Cree que nos vamos a pelear. ‘¿Cómo crees?’, le dije, ‘si Fabrizio trabajó conmigo y conozco a Carmen. Son bienvenidos.’”
Vestía de blanco totalmente; guayabera larga clásica de lino almidonada con mancuernillas al puño; impecable pantalón con los filos planchados, zapatos de gala, igual de blancos que las canas y su dentadura de personaje.
Periodista, comunista, socialista, marxista, leninista, guerrillero, cacique, líder e iniciado, demandó al Estado mexicano por haberle destruido su imprenta y se enfrentó al gobierno que lo encarceló por editar Por Qué?, la revista que se convirtió en el icono de una verdad. Luego se exilió en Cuba en los años 70.
Enormes fueron sus enemigos, severos halcones de la talla de Gustavo Díaz Ordaz, Fernando Gutiérrez Barrios, Miguel Nazar Haro, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari; a todos ellos les debe los exilios del país.
En Cuba ejerció en la agencia Prensa Latina como un corresponsal sui generis en todo el bloque socialista, como agente especial de Fidel Castro, su amigo. Regresó a México gracias a que varios personajes intervinieron con el gobierno para que ejerciera otra vez, entre ellos Carmen Lira. En la capital editó el semanario Por Esto!, hasta que tuvo que volver a La Habana por la desavenencia con Carlos Salinas de Gortari.
¿Y cómo hizo para volver a levantar un periódico acá en Yucatán?, le pregunto. Es complicado, responde. En Mérida se bromea diciendo que Menéndez no es un apellido, sino es una enfermedad y, en efecto, esa enfermedad se llama periodismo.
El origen es el Diario de Yucatán, fundado hace 100 años por su abuelo. A principios de los años 60 del siglo pasado Mario Renato y su primo Carlos fueron nombrados directores, pero tuvieron fuertes diferencias. Uno era liberal y el otro católico. Es una historia shakespeariana digna de investigarse. Es también parte de la historia del sureste y ese sabor que entinta a Yucatán.
Don Mario tenía una figura enorme, parecería exagerado decirlo, pero era un ogro cuando se enfurecía y un sabueso que no deja a su presa cuando ejercía el otro periodismo. Un individuo notable para los historiadores y un personaje de novela.
Su labor mantuvo leyendo a miles de personas en la península, pues el periódico llegaba a cada uno de los municipios y rancherías de Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Tabasco y Chiapas. Todo a su alrededor era monumental. Las imprentas, el sistema de distribución, el número de páginas, corresponsales, notas y fotos.
Él era un gran narrador de historias, como Bruno Traven, o más bien como uno de sus personajes; raros, extraordinarios y comunes.
Todo lo que relataba era colosal como las toneladas de papel que utilizaba a diario o las decenas de misiones especiales encomendadas por el mítico Barbarroja, las discusiones con Fidel Castro, los líos familiares, los cientos de demandas que enfrentaba por difamación, hasta los resentimientos, las fiestas y las fobias, todo lo convertía en periodismo.
Un hombre de extremos y acciones, tanto en la solidaridad como en sus tirrias. Obsesivo contra las injusticias.
Adicto a la lectura histórica, masón de alto rango, juarista, maya, escribió un gran libro sobre el henequén. En el momento de nuestros encuentros, terminaba de redactar sus memorias e ideas, de las cuales me habló y aceptó ser grabado.
“No hay trabajo de campo en el periodismo actual. Hoy tenemos locutores, no periodistas. En el campo está la noticia, hay que correr los riesgos necesarios.
“Nos están quitando a México, entendamos. Se está ocultando la historia antigua. Mañana no vamos a saber de dónde venimos. Los maestros no tienen salarios dignos para comprar zapatos ¿cómo pueden comprar libros?”
Continuó: “Y si a eso agregamos los famosos tuits, esto es el aislamiento, porque nadie hace caso por estar pegados al celular. Se están generando islas para evitar la acción organizada. El lenguaje que se usa ya no se puede descifrar, todo se arruina, parece de risa, pero es aberrante. Mañana no vamos a poder comunicarnos, eso es lo que quieren; no poder comunicarnos”.
Atento desde su escritorio, miraba de reojo la pantalla con los seis monitores de las cámaras que había mandado colocar afuera y dentro del búnker desde donde dirigía el periódico, después de haber sufrido años atrás un ataque de un grupo armado. Lanzaron granadas que no detonaron, las tomó y esperó al experto: nunca se movió del sitio hasta que fueron desactivadas. Ante la insistencia de los peritos para que abandonara el sitio, exclamó: “Estamos en esto juntos”.
Abandonaba la rotativa hasta que salían los primeros ejemplares. Edificó su propia república de las letras.