Según el presidente Joe Biden los historiadores del futuro estudiarán “la cuestión de quién triunfó: la autocracia o la democracia”. En su discurso “democracia” significa Estados Unidos (EU) y “autocracia”, China (y Rusia). ¿Es EU un ejemplo de democracia? Freedom House puntúa a los países que examina, en 25 dimensiones distintas de la democracia, y los integra en el Índice de Libertad Global (ILG), que va de cero a 100 puntos. La mayoría de las democracias establecidas recibieron en 2021 una puntuación superior a 90. Unos cuantos países, entre ellos Canadá, Dinamarca, Nueva Zelanda y Uruguay, recibieron una puntuación superior a 95; sólo tres obtuvieron una puntuación de 100: Finlandia, Suecia y Noruega.
EU recibió en 2021 un ILG de 83. Desde 2016, Estados Unidos ha vivido lo que el ILG llama “retroceso democrático”, cayendo anualmente debido a sucesos imbatibles: EU ha sido testigo de un aumento continuo de violencia política; de amenazas contra funcionarios electorales; de maniobras para dificultar el voto; de artimañas sistemáticas para excluir el voto de los negros y otras minorías; de una campaña en 2019 del entonces presidente Donald Trump para anular los resultados de la elección. La lista es larga
Lo peor de la democracia de EU es su diseño: creada –se dice– para protegerse de la “tiranía de la mayoría” es, en realidad, lo opuesto: la mayoría con frecuencia no pueden ganar el poder y cuando lo gana a menudo no puede gobernar. En este siglo, George W. Bush y Trump se convirtieron en presidentes a pesar de perder el voto popular: ganó la minoría. Ello se debe a que al presidente lo elige un inamovible colegio electoral, no los ciudadanos directamente.
Las reglas para elegir a los miembros del Senado sobrerrepresentan a los estados de menor población al dar a todos la misma representación.
Así, el Senado también puede estar controlado por un partido que perdió el voto popular. Por si fuera poco, en el Senado privan reglas que permiten a los senadores ejercer de filibusteros y, así, una minoría partidista puede impedir que prosperen las iniciativas de la mayoría; impide que gobierne.
El voto popular habitualmente alcanza la mayoría con el sufragio de los ciudadanos que en cada elección cambian su voto de un partido al otro (sólo hay dos opciones “democráticas”). Ese segmento de votantes suele estar dominado por una propaganda milmillonaria en dólares: así se ejerce la “voluntad ciudadana”.
En EU la composición de la Suprema Corte la deciden el presidente y el Senado, y la elección de sus miembros es vitalicia: son reyes del máximo tribunal.
Así, un Senado con frecuencia controlado por la minoría partidista, decide la conformación de la Supreme Court que, a su turno, se convierte en otro filibustero frente a las iniciativas de la mayoría.
Esa es la realidad hoy mismo. Si en la elección de noviembre ganara Trump, el diseño constitucional y legal protegerá el poder de una fuerza cafre, autoritaria. Trump dijo que sería “dictador por un día” pero, no debería dudarse, lo sería por todo su mandato.
Más aún, en EU hoy gana terreno el negacionismo: los enemigos de la democracia abundan. Recientemente Selina Bliss, candidata del Partido Republicano a la legislatura del estado de Arizona, dijo a The New York Times: “No somos una democracia. En ningún lugar de la Constitución aparece la palabra ‘democracia’. Pienso en la República Democrática del Congo. No, eso no somos nosotros”. Estos personajes alegan que EU es una república constitucional, no una democracia.
De ese modo, el sistema sirve para que dos fuerzas políticas de hiperélite, el Partido Demócrata y el Republicano, resguarden, entre pleitos y filibusterismo, una institucionalidad política garante de un statu quo social extraordinariamente parecido al averno, que el Zeitgeist de la sociedad gringa llama libertad. La libertad para adquirir armas y provocar muertos, generalmente de jóvenes o niños; la libertad administrada para consumir hasta la muerte a personas hundidas en las drogas; la libertad en cada estado de la unión para instituir la pena de muerte; la libertad otorgada a la patronal por la Ley de Normas Laborales Justas (sic), que no prevé ninguna indemnización por despido; la libertad de los gobiernos para ignorar olímpicamente a más de 650 mil personas que viven en las calles, en el país más rico del mundo; así ad nauseam.
Por supuesto el Zeitgeist gringo incluye la creencia idiota de que son una sociedad “excepcional”. Sí, son una excepción en el marco de las democracias industrialmente desarrolladas. En éstas no ocurren los desastres sociales antes enumerados que pueblan la sociedad gringa. Pero esa creencia chalada significa, para los políticos, otra cosa; en su tiempo John F. Kennedy lo dijo con transparencia: “Creo que nuestro sistema es más acorde a la esencia de la naturaleza humana, creo que triunfaremos al final”.
Así, EU se aplicó siempre a impulsar su hegemonía global, bajo la bandera de la promoción de esa su aciaga democracia “excepcional”.